El orden de El Capital (ODEC), el último libro de Carlos Fernández Liria (CFL) y Luis Alegre Zahonero (LAZ) se abre con una dedicatoria: «A los comunistas». Toda una declaración que merece el agradecimiento de cuantos formamos parte de esa admirable tradición. Su contenido, eso sí, interesa, debe interesar a gentes y estudiosos de muy […]
El orden de El Capital (ODEC), el último libro de Carlos Fernández Liria (CFL) y Luis Alegre Zahonero (LAZ) se abre con una dedicatoria: «A los comunistas». Toda una declaración que merece el agradecimiento de cuantos formamos parte de esa admirable tradición. Su contenido, eso sí, interesa, debe interesar a gentes y estudiosos de muy diversa condición y orientación política y filosófica.
Prologado por Santiago Alba Rico, ODEC consta de una Introducción y de dos grandes secciones, así como de un apéndice -«Breve apunte como prevención a posibles malentendidos»- de obligada lectura, y una bibliografía casi inabarcable. No existe índice analítico y nominal, probablemente por decisión de los propios autores.
La primera parte, «Rescatar a Marx del marxismo», otra declaración de intenciones, tiene como subtítulo «Consideraciones sobre el Índice de El Capital, el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1873″, y está formada por tres capítulos: «El problema de la teoría del valor», «El Prefacio al Libro I (1867): la normalidad de la ciencia», y el «Epílogo al Libro I (2ª edición alemana, 1873): la dialéctica».
La segunda parte, más voluminosa que la primera, el doble aproximadamente, lleva por título «El orden de El Capital. Capitalismo, mercado y ciudadanía en la sociedad moderna» y está formada por diez capítulos. Cito algunos de ellos a título de ejemplo: «»Economía»: la ciencia buscada», «Derecho, mercado y sociedad moderna», «El valor», «El plusvalor», «Apropiación mercantil y apropiación capitalista», «La reproducción del sistema», «Ciudadanía y clase social».
¿De qué se trata, qué pretende esta nueva aproximación al clásico del revolucionario de Tréveris? En la contraportada del volumen se apuntan algunos de los objetivos perseguidos. Sucintamente: tal como han insistido en la mayoría de sus publicaciones conjuntas, CFL y LAZ creen que para establecer o reestablecer un diálogo entre marxismo e Ilustración es preciso repensar la articulación de la tríada Mercado, Derecho y Capital, reconstruyendo para ello el concepto de ciudadanía. El marxismo, la tradición marxista, conocida tesis de los autores, no pudo haber hecho peor negocio que regalar a adversarios y enemigos el concepto de Estado de Derecho, al tiempo que se enredaba en la tarea, que los autores consideran insensata, de inventar, generar o construir un «hombre nuevo», una «construcción» que pretendía ir más allá del concepto de ciudadanía. Era una vía alocada de muy triste balance. Lo razonable hubiera sido demostrar (y acaso mostrar), por una parte, la incompatibilidad del capitalismo realmente existente con los principios jurídicos del Estado civil republicano, y, por otra, la plausible y consistente realización de esos principios en un marco donde imperasen las condiciones socialistas de producción. En síntesis, el capitalismo es contradictorio con el Estado civil republicano y éste es, en cambio, con el socialismo, no precisamente con el socialismo (ir)real, con el que fuera el socialismo realmente existente.
La cuestión es entonces: ¿es esa tesis, la defendida por los autores, una concepción que beba de las fuentes marxianas y marxistas? Para CFR y LAZ, responder a este interrogante exige una lectura en su conjunto de la obra de Marx. La tarea emprendida, la finalidad de su investigación, es mostrar que El Capital, su estructura, sus grandes tesis, sus hipótesis, sus conceptos fuertes, sus teorías explicativas, son de hecho incomprensibles sino ininteligibles si arrancamos a Marx de la tradición republicana. Por el contrario, «los más famosos enigmas y las cuentas pendientes de esta obra inacabada adquieren una nueva luz si se restituye al pensamiento de la Ilustración el papel que a él le corresponde». Complementariamente a ello se trata también de «ofrecer una lectura fácil y sin presupuestos de los tres libros de El Capital, mostrando su cada vez más inquietante inquietud». Dos, o algún cardinal mayor, en uno. Más (y Marx) con menos. Los propios autores lo señalan así en el Apéndice de su obra: «Aquí termina lo que consideramos que ha sido una lectura republicana de El Capital. Somos muy conscientes de lo mucho que nos hemos alejado de algunos tópicos que han marcado siempre la interpretación de Marx. La paradoja gratificante en la que desembocamos es que, según creemos, el resultado se parece mucho más a Marx de lo que suele ser habitual. Y aunque bien podría haber ocurrido lo contrario, resulta que desde esta perspectiva salen a la luz más motivos que nunca para seguir siendo marxistas» [el énfasis es mío].
Pues bien, pretendo dar cuenta en sucesivas entregas de algunas de las tesis más centrales que vertebran este estudio, uno de los más grandes ensayos escritos en nuestro país sobre el gran clásico de las tradiciones emancipatorias. Deseo ahora destacar un nudo, que creo altamente significativo, un nudo que, digámoslo epistemológicamente, pertenece a la génesis, al contexto del descubrimiento. Tomo base pata ello en el excelente, en el también imprescindible prólogo, que Santiago Alba Rico ha escrito para El orden de El Capital.
Este libro, señala el autor de Capitalismo y nihilismo, estaba supuestamente terminado en el verano de 1999. Fue entonces cuando CFL le anunció a Santiago Alba Rico que había firmado un contrato con Akal para su publicación. «Ello era el resultado de un proyecto que se había convertido en una obsesión desde los tiempos en los que juntos habíamos publicado Dejar de Pensar y Volver a pensar, empeñándonos en reivindicar el marxismo justo cuando, en el corazón de los años ochenta, todo parecía venirse abajo para esta tradición. Teníamos que explicar en definitiva que había tantas razones para seguir leyendo a Marx como razones había para seguir combatiendo el capitalismo».
Sin embargo, el volumen que CFL había preparado en 1999 iba a tener que esperar aún… ¡otros diez años de gestación! ¿Qué, por qué? Justo cuando lo tenía listo para la edición, un alumno de CFL «llamado Luis Alegre Zahonero descubrió un pequeño hilo suelto en su argumentación y, tirando de él, el libro entero se deshizo en mil retales que había que volver a componer. El problema era, además, que para componerlo, había que emprender una discusión precisamente en el terreno en el que Marx no paró toda su vida de moverse: el mundo de la economía». Lo pequeño, el pequeño hilo en este caso, no sólo es hermoso sino que puede ser altamente peligroso… o beneficioso, según se mire. La dialéctica nos enseña a ver la inexistencia de contradicciones donde no hay tales sino engañosa apariencia.
Ni a CFL ni a LAZ, ni tampoco a SAR, les resultaba fácil emprender esa tarea sin ayuda. Pero, en 1999, «en el marco de las primeras movilizaciones estudiantiles contra la mercantilización de la Universidad, Luis Alegre comenzó a trabajar estrechamente con Economía Alternativa (grupo estudiantil muy activo que se había formado con profesores como Xabier Arrizabalo, Diego Guerrero o Enrique Palazuelos)». Con buenas razones, prosigue SAR, «LAZ repite con frecuencia que este libro es en gran medida una defensa del derecho a considerar estrictamente marxista el enfoque de una investigación como la que se recoge en Ajuste y salario (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2009)». Antes de ello, «tras una interminable correspondencia entre CFL y LAZ, decidieron reemprender juntos la redacción del libro».
¿Cuál fue el hilo descubierto? El problema, señala SAR, surgió «en torno al concepto de «precio de producción», pero afectaba a la interpretación del orden interno de todo El Capital«. No descubramos acontecimientos por ahora. Digamos tan sólo que la historia de esta aproximación al clásico marxiano es muy paralela a lo acontecido con la obra del propio Marx. Sabe a él desde su cocina. También aquí el rehacer, el revisar lo ya hecho tras años de trabajo, conduce a grandes resultados y también aquí el papel de las movilizaciones sociales, estudiantiles en este caso, crearon una atmósfera intelectual donde las «grandes esperanzas», políticas y teóricas, tenían la sal de una tierra que ha sido muy fértil.
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