Estados Unidos, 15; Reino Unido, 3; Canadá, 1; Suiza, 1. Resto del mundo, 0. Los números son elocuentes: estas son las top 20 universidades del mundo, según el ranking de Times Higher Education (THS). Detrás de estos rankings se cuelan serios cuestionamientos metodológicos, lobbies poderosos, la puja entre universidades por las millonarias donaciones e incluso […]
Estados Unidos, 15; Reino Unido, 3; Canadá, 1; Suiza, 1. Resto del mundo, 0. Los números son elocuentes: estas son las top 20 universidades del mundo, según el ranking de Times Higher Education (THS). Detrás de estos rankings se cuelan serios cuestionamientos metodológicos, lobbies poderosos, la puja entre universidades por las millonarias donaciones e incluso el interés de los Estados. Las universidades asiáticas atraen hoy cada vez más estudiantes, tanto en China, la India o Singapur. Para los expertos esto se explica por la fuerte inversión en educación superior.
Según el ranking de Times Higher Education (THS), el gran país del Norte lleva una ventaja abismal sobre el resto del planeta. Eso no quiere decir, sin embargo, que el resto del planeta prefiera mirar para otro lado, o le reste importancia al asunto. Por el contrario, desde hace algunos años hay una obsesión generalizada -y en aumento- por que las instituciones de educación superior de cada país aparezcan, si no en entre las top 20, al menos entre las top 100 o incluso 200 de los rankings más prestigiosos a nivel internacional.
La razón es muy simple: los listados más reconocidos, como el del THS, el QS World University Rankings y el Academic Ranking of World Universities (ARWU, también conocido como Shanghai ranking) dejaron de ser simplemente una forma de comparar la excelencia universitaria en la era de la educación globalizada para tomar una importancia que va mucho más allá de su objetivo original: a partir de los resultados de estos rankings las universidades a menudo definen sus estrategias, e incluso los gobiernos deciden políticas educativas.
«A escala global, los rankings se usan para comparar el prestigio de los países, y su importancia en el orden mundial -señala a La Nación Ellen Hazelkorn, autora del libro Rankings and the Reshaping of Higher Education: the Battle for World Class Excellence, que saldrá en los próximos meses-. Pocos puntos del planeta han quedado inmunes a la desesperación por pertenecer y ascender que estos rankings despiertan.»
En Holanda, por ejemplo, una nueva ley de inmigración explícitamente abre las puertas a los graduados de las universidades que aparecen en el top 150 de estas listas. En Francia, la escasez de campus galos entre los primeros 100 puestos derivó en una reforma educativa. Y en España, según reporta El País , el programa del gobierno Campus de Excelencia Internacional reparte fondos a los mejores proyectos con el objetivo, entre otros, de colocar a las principales universidades españolas dentro de las 100 mejores de Europa tomando como referencia estos rankings, aunque el secretario general de universidades haya matizado luego que estas clasificaciones no son un fin en sí mismo.
«Algunos sienten que la presión por estar en estos rankings ha sido particularmente perniciosa. Se supo de una universidad en Gran Bretaña que incluso llegó a pedir a sus alumnos que las evalúen de manera muy positiva aunque estén disconformes con algo o con todo de ellas: el argumento era que si la universidad ascendía posiciones, el curricculum de los alumnos sería más cotizado por los futuros empleadores», agrega Caroline Hudson, directora de la consultora Real Educational Research, de Oxford.
Cada vez más influyentes
Estos rankings surgieron entre 2003 y 2004, en respuesta a los desafíos de la globalización y la necesidad de una mayor información, transparencia y responsabilidad académica por parte de las instituciones de educación superior. El llamado Shanghai ranking, por ejemplo, se originó en la Universidad de Shanghai para mostrarles a las universidades chinas todo lo que les faltaba para ponerse a la par de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero pronto tanto éste como el THS y el QS -que en un principio eran el mismo- se convirtieron en la manifestación más visible de la batalla mundial por el talento y la excelencia. Y, sobre todo, tras la crisis económica que comenzó en 2008 -agrega Hazellkorn- su importancia creció exponencialmente por la necesidad imperiosa de alumnos y donantes de sentir que cada centavo invertido rendía frutos. De esta manera, los rankings ganaron influencia por el hecho de ofrecer, al menos en apariencia, criterios de objetividad científica a la hora de decidir dónde invertir recursos cada vez más escasos.
Pero no siempre es oro lo que está en lo más alto del podio. Einstein decía que no todo lo que pueda ser cuantificado cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser cuantificado. Lo cierto es que cada vez son más feroces las críticas a esta forma de medir la excelencia académica.
Por ejemplo, un factor que pesa mucho al evaluar las universidades es la cantidad de premios Nobel o las medallas Fields asociados a ellas. Esto, sin embargo, hace que salgan mejor clasificadas las instituciones más inclinadas hacia las ciencias y las matemáticas y peor aquellas que ponen más énfasis en las artes y las humanidades, que sin duda reciben menos de estas distinciones.
También hay casos como el de la Universidad Complutense de Madrid, que bajaría unos 80 puestos si no se considerase el Nobel concedido a Severo Ochoa medio siglo atrás. Y las dos universidades de Berlín, de las más importantes de Europa, no figuran entre las cien primeras porque no se ponen de acuerdo en a cuál de ellas asignar el Nobel de Einstein, por lo que no se le computa a ninguna.
Por otra parte, cuando las universidades contratan profesores que han ganado ya el premio Nobel para así elevar el status de la universidad, muchas veces se está contratando a gente bastante mayor, cuyo trabajo más significativo fue hecho tiempo atrás.
En los círculos académicos, uno de los mantras que con más frecuencia se escuchan es el publish or perish, en referencia a la necesidad de sacar libros y artículos en journals especializados (publish) , no sólo para progresar sino porque la alternativa es quedar fuera de carrera o morir en la disciplina (perish). Los rankings exacerbaron esta necesidad ya que la bibliométrica es otra de las formas fundamentales de evaluar la producción de las universidades.
En la edición de esta año, por ejemplo, la Universidad de Alejandría, en Egipto, ascendió al puesto general 147, por encima de instituciones de gran prestigio, como el Delft Institute of Technology, en Holanda (puesto 164) y la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos. La de Alejandría se convertía así en la única universidad del mundo árabe entre las top 200. Más aún: en una subcategoría específica, superaba a Harvard y Stanford y sólo era superaba por Princeton, MIT y Caltech.
La noticia corrió como pólvora por las torres de marfil y en seguida comenzaron las especulaciones. Según fuentes citadas por el diario The New York Times, la Universidad de Alejandría ni siquiera es la mejor universidad de la ciudad de Alejandría. Lo que el matutino norteamericano finalmente reveló fue que un profesor de la institución había logrado publicar tantos artículos y papers que los índices que contabilizan cuantas veces aparecen los profesores en los medios especializados se dispararon, a tal punto de empujar hacia arriba la posición de la universidad en los rankings.
Finalmente, las autoridades del Times Higher Education reconocieron que la sorprendente prominencia de la Universidad de Alejandría se debía a la extraordinaria producción de un solo profesor. Varios blogs se encargaron luego de identificarlo y de revelar que había publicado 320 artículos firmados por él… en un journal del cual era el editor.
Otros cuestionamientos
Además de los premios Nobel y los artículos publicados, entre los factores utilizados para establecer los rankings pesan también una macroencuesta de opinión que se realiza anualmente y el número de estudiantes extranjeros. Pero todos estos factores han sido duramente cuestionados.
«Se citan sesgos metodológicos (geográficos, disciplinares, lingüísticos), dudas epistemológicas sobre las bondades del análisis de citas o desconocimiento de la estructura social e idiosincrasia académica de grupos y redes. Pero en general lo que se ataca es el propio proceso evaluativo. Existe, pues, un rechazo a la cultura de la evaluación». La cita de El País corresponde al director del Laboratorio de Cibermetría del CSIC, Isidro F. Aguillo, quien así escribía hace unos meses en el foro de la Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad .
«Que uno no pueda medir todo no es razón para entonces no mediar nada», subraya asimismo a La Nacion Ben Wildavsky, senior fellow de la Fundación Kauffman y autor de The Great Brain Race: How Global Universities Are Reshaping the World.
Wildavsky se declaró defensor de los rankings, aunque con ciertos miramientos: «No existe algo así como un ranking totalmente objetivo, pero hay una necesidad real de alumnos, cuerpos docentes, donantes y gobiernos de contar con estudios comparativos internacionales; las universidades deberían sentirse menos incómodas frente al escrutinio externo y deberían trabajar para mejorar su posición en los rankings, pero para usarlos como instrumento de mejora».
Para la próxima edición de los rankings se prometen algunas modificaciones en la ponderación de ciertos criterios, sobre todo en cuanto a la influencia que adquieren los graduados. Pero quizá no sea suficiente para acallar las críticas. «Esto no necesariamente evidencia una mejora en la calidad educativa», aclara Hudson, con lo cual lo único que es seguro es que la polémica por los rankings continuará.
¿Qué debe hacer un país como la Argentina ante el reinado de los rankings? Según Wildavsky, los parámetros de medición son universales y sirven para entrar y ascender en los rankings tanto como para mejorar más allá de estas mediciones: «Crear y sostener las mejores universidades requiere adherir siempre al principio del mérito para las admisiones, el contrato y la permanencia de los profesores. Los fondos dedicados a la investigación deben ser competitivos. Los profesores no deben sentir que son empleados públicos que, una vez contratados, pueden mantener su puesto sin importar su desempeño, y se debe estar abierto a la competencia internacional».
Hazellkorn, por su parte, insiste en que para las universidades locales no siempre es bueno o útil compararse con las instituciones de elite del Primer Mundo. «La Argentina debería encontrar sus propios indicadores en función de las necesidades de sus ciudadanos», sostiene. Hudson, que fue profesora de secundaria en Buenos Aires años atrás y preparó alumnas para entrar en las mejores universidades del Reino Unido, sospecha que posiblemente en la Argentina muchos se guían todavía por nociones heredadas sobre la excelencia educativa, con bastiones como Oxford, Cambridge, Harvard y Yale como grandes metas a alcanzar y más allá de lo que los rankings u otras formas más modernas de medir la excelencia digan de la realidad.
Y sin embargo, parecería que el futuro viene por otro lado. La revista The Atlantic realizó una encuesta entre 30 presidentes de universidades norteamericanas para ver qué países, a su juicio, atraerán en las próximas décadas a los alumnos internacionales que hoy acuden a universidades norteamericanas. China, contestaron 24 de ellos, seguida por la India (16), Singapur (15), Hong Kong (10) y Corea del Sur (9). Las universidades asiáticas atraen hoy cada vez más estudiantes, tanto en términos proporcionales como absolutos. En China y la India, señalaron los expertos, esto se explica por la fuerte inversión en educación superior, combinado con la mayor cantidad de jóvenes que, por la mejoría económica, pueden acceder a la universidad.
Sin embargo, todos los consultados subrayaron que, con la excepción de unas pocas instituciones tradicionales europeas que disputan algunos de los primeros puestos, no parecería haber un peligro a la vista para la supremacía de las instituciones norteamericanas. Como dijo uno de los encuestados por The Atlantic, «por cada cien mil estudiantes de la India que van a estudiar a EE.UU. hay tres mil de EE.UU. que van a estudiar a la India. Rebalancear esa ecuación sin duda tomará su tiempo».