Lo que he leído en estos últimos días, tras el anuncio de un alto el fuego permanente por parte de ETA, acerca de la posibilidad de que se iniciaran conversaciones para terminar con la violencia en el País vasco, tiene como protagonista a un colectivo de ciudadanos ilegalizado mediante una aberrante decisión del Parlamento español, […]
Lo que he leído en estos últimos días, tras el anuncio de un alto el fuego permanente por parte de ETA, acerca de la posibilidad de que se iniciaran conversaciones para terminar con la violencia en el País vasco, tiene como protagonista a un colectivo de ciudadanos ilegalizado mediante una aberrante decisión del Parlamento español, llamada Ley de Partidos Políticos, que sin duda hubiera hecho feliz a Francisco Franco. Lo malo es que el director de esta película de terror, se niega a que la sociedad en su conjunto aplauda el mutis de las armas y las bombas.
Que en 1979 fuera el Código Penal el único y legítimo medio con el que se controlara y, en su caso, se penalizara una determinada actividad, presuntamente delictiva, de uno o varios militantes y/o representantes de un partido legalizado, para que treinta y dos años más tarde se haya optado por tal artimaña anticonstitucional, no deja de ser el mayor sarcasmo sobre esa pretendida salud democrática de la sociedad española.
Está más que demostrado que la dilación exagerada en el comienzo de las conversaciones con lo que quede de ETA, con la presencia de representantes internacionales y de toda la izquierda independentista, no se debe a ningún otro motivo que a una probable intervención la más alta autoridad del estado en ese delicado asunto, o lo que es lo mismo, por el subliminal control político de las Fuerzas Armadas en tal cuestión.
No es el PPSOE, ni el Ministro del Interior, ni siquiera Zapatero quienes pueden comenzar el diálogo. Ellos sólo acatan órdenes. No olvidemos que la intolerancia y la incultura, la tortura y la quema de la reciente historia ganaron la batalla; que quienes combatieron por la libertad son aún delincuentes, condenados en juicios por tribunales ilegales y fascistas, que Zapatero se niega anular en nombre de una más que repugnante asimilación de esa victoria de la España única, grande y libre. En este asunto de la paz no ordena el pueblo. Mandan los sables.
Y los medios de comunicación en pleno, salvo honrosas y puntuales excepciones, se apuntaron con sus editorialistas de pensamiento blando (y cheque en blanco) a la manipulación de la revuelta militar de 1936 (y sus secuelas sangrientas), cuya guinda ha colocado el flamante presidente de la Academia del Cine, con un filme aberrante, pero divinamente entregado en un envoltorio técnico y artístico impecable. Lo de menos es el contenido. Ya Berlanga, en aquella boutade llamada La Vaquilla, dejó claro que hay anarquistas que podrían hacer la competencia a Pío Moa o Jiménez Losantos, dejando en pañales a un personaje tan nauseabundo como Felipe González cuando en México declaraba que «Franco no había sido un dictador, sino un militar algo autoritario«. El Señor X y sus crímenes, el terrorismo de estado que presidió la etapa de este sevillano en la Moncloa, se comprenden ahora en toda su miseria.
Por eso, afirmo que todas las iniciativas para encaminar las conversaciones hacia la meta que significa el encuentro de una solución al conflicto vasco con los estados español y francés, han sido dadas únicamente por Batasuna y su entorno, por sus ilegalizados líderes, o lo que es lo mismo, por buena parte de la ciudadanía de aquella nación, que votará en Mayo aquella opción política con más fuerza y convicción que nunca. No es aventurado suponer que el escenario que ha dibujado ETA, abandonando la violencia, es el más idóneo para lograr objetivos políticos inmediatos, entre los que la soberanía es clave para la convivencia. La historia sólo puede ir hacia atrás durante un tiempo breve.
Pero lo más vergonzoso no es ya el inmaduro silencio sobre esas conversaciones, que desea y apoya más de la mitad del pueblo español (ahí están las encuestas a las que tanto se aferra el Gobierno cuando le conviene), sino la actitud de los dirigentes del PNV, que abandonara hace tiempo reivindicaciones seculares, eligiendo la vía del avestruz para encararse con este nuevo escenario. Los actuales dirigentes del Partido Nacionalista Vasco mantienen una actitud aún más vergonzante para la sociedad de aquella nación, que los fascistas del PP con su Falange en primer plano.
Ante el compromiso de ETA, la callada y la suspicacia por respuesta. Ante el persistente incumplimiento de la ley penitenciaria para con los presos vascos, el mutis por el foro. Ante las manifestaciones por los derechos de estos reclusos, la ausencia clamorosa. Esa cobardía política ha de ser castigada por el electorado. Y el tiempo se encargará de ello, porque, insisto, no se puede engañar a un pueblo todo el tiempo. Y llevamos ya más de 70 años soportando la mentira, el engaño, la simulación y el silencio.
Para colmo, la sinrazón más flagrante, pero por encima de todo la inmadurez política, la mediocridad y la cobardía más inútil, brillan en las palabras vacías y carentes de toda voluntad política, de Rubalcaba y su Orquesta, por llegar a un escenario de paz. Respondan a estas sencilla cuestiones, señoras y señores del gobierno.
¿Se puede saber cuando van a comenzar las conversaciones con los líderes de los partidos políticos soberanistas, utilizando la mediación internacional ofrecida desinteresadamente, que marquen el principio del fin de la violencia? ¿Podría decirnos cuando va a hacer política en serio? ¿Hasta cuándo se va a permitir que el país lo manejen los uniformes? ¿No cree que ya es hora de que las Fuerzas Desarmadas, o sea, los civiles, sean quienes ordenen a las otras, las que disponen de tanques y aviones, y no al revés? ¿Sabe el gobierno que muchos españoles sospechan que el Borbón exige la rendición de ETA, prohibiendo cualquier conversación que implique el retorno de los presos a sus casas?
Con la política que desarrolla el PPSOEZ, basada en la constante desprecio a la concordia, la serenidad y la generosidad, siempre tendrá la última palabra el fundamentalismo, amante de la sangre, de la violencia en las cárceles, de la bestialidad policial, ese neo franquismo que se proclama cristiano, pero que no es sino soberbio y comprensivo con la tortura.
Rubalcaba ha dejado meridianamente claro que, aunque le moleste a Alex de la Iglesia, siguen existiendo dos Españas. Pero por desgracia sólo gobierna la de siempre: la más cobarde, inútil, inculta y vengativa. La de Juan Carlos de Borbón.
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