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No hay democracia ni política sin sujeto

Fuentes: Rebelión

«El genio de Aristóteles brilla precisamente por descubrir en la expresión del valor de las mercancías una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía, «en verdad», esa relación de igualdad.» Carlos Marx, El Capital, Tomo I, Libro Primero, Sección Primera, Capítulo I, La […]

«El genio de Aristóteles brilla precisamente por descubrir en la expresión del valor de las mercancías una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía, «en verdad», esa relación de igualdad.» Carlos Marx, El Capital, Tomo I, Libro Primero, Sección Primera, Capítulo I, La Mercancía (1)

Cuando el liberal afirma que el mercado es la base de la igualdad no está equivocado, sólo que olvida decir a qué tipo de igualdad se refiere y que las condiciones históricas de esa igualdad sufren modificaciones en el tiempo y por tanto no es eterna, pues nada es eterno, sólo Dios. Vaya contrariedad.

No hay aquí contradicción alguna. Nada extraño en realidad hay en ello. El liberal ve individuos tal como ve mercancías. Para él la parte es mayor que el todo, es la enseñanza de Dios, un hombre creado a su imagen y semejanza. El ser humano, para el liberal, es un individuo que no tiene atributo histórico ni social; únicamente el mercado es la suma aritmética de las mercancías producidas y todos los recursos son empleados plenamente, lo demás son accidentes.

Por eso olvida el liberal que el mercado, en su forma desarrollada, en su forma capitalista, es una propiedad histórica de un modo particular de relaciones mercantiles donde hay dos propietarios que se enfrentan, pero no en igualdad de condiciones: el propietario del capital y el propietario de la fuerza de trabajo. La vida de estos dos sujetos concretos, son dos mundos irreconciliablemente contrarios. Desde lo más simple, lo estrictamente económico, hasta completar la totalidad de atributos sociales que los adjetivan.

Desde la óptica liberal, al no tener en cuenta las relaciones sociales que emanan del modo de producción capitalista obtiene por resultado un ser humano abstracto. En cambio, desde el punto de vista del materialismo revolucionario en el proceso se genera más bien un ser humano concreto, y ¿en qué sentido? por su pertenencia histórico-real pero «enajenado», separado de la naturaleza y de su existencia universal en tanto género auténticamente humano.

A partir de concebir al ser humano desde la óptica de un ser abstracto, «naturalizado» y separado de su realidad histórica-real, el liberal concibe el Estado como «materialización» de un contrato social, un gran contrato de trabajo que puede ser administrado, gobernado, según lo ordene el movimiento de la tasa de ganancias. El patrón es el capital financiero y los trabajadores a su servicio, el conjunto de la sociedad civil (la sociedad burguesa según la traducción del alemán).

Para observar el asunto más de cerca tenemos que apoyarnos en otro gran pensador marxista, el economista polaco Michal Kalecki (1899-1970). Kalecki es uno de los grandes pensadores marxistas, para muchos desconocido, el cual reflexiona sobre el papel decisivo de la inversión en el sistema capitalista. (2)

El sujeto propietario del capital (lo tome a préstamo, lo haya heredado, lo haya robado, da lo mismo, no cambia para nada el análisis) gana todo lo que gasta, está obligado a invertir, no es libre, a riesgo de negar su propia existencia y abandonar de este modo la corporación para proletarizarse. El sujeto propietario de la fuerza de trabajo (ya sea que la alquile o la venda) gasta todo lo que gana. Está obligado a actuar como vendedor y el capitalista está obligado a actuar como comprador.

Distinto es cuando en el mercado se enfrentan dos sujetos propietarios de capital (sea este capital una cantidad de mercancías o sea el capital un monto dinerario). Una vez que han transferido uno las mercancías y el otro el dinero, pueden cambiar libremente de «posición» y el vendedor transfigurarse en comprador y viceversa.

¿Pero puede el trabajador cambiar su posición relativa en el mercado del trabajo? Es obvio que no. El trabajador para transformarse en comprador tiene que cambiar completamente de lugar, pasar a ser consumidor final. Y ahí viene el sablazo por partida doble. No puede escapar de su posición subalterna, y la forma más directa de que este razonamiento puede ser verificado en la sociedad actual, por ejemplo en Chile, no puede escapar del IVA que al final acumula el Estado en forma de impuesto indirecto.

El sujeto poseedor de fuerza de trabajo, ya sea que provenga del consumo de sus músculos o sea producto de su intelecto, está ‘libremente condenado’ a la moderna esclavitud del capital. El trabajo asalariado es una condena, y lo es porque el capital exige trabajar lo más posible para ganar lo más posible.

Sobre estas bases materiales se asienta la democracia capitalista. Los liberales tratan de convencer blandiendo el concepto igualdad transformado en un concepto abstracto vaciado de determinaciones fácticas. No existiendo igualdad real, la igualdad sólo puede ser algo que formalmente «refleja» los intereses generales de todo «el pueblo». Donde no existe movimiento de transformaciones reales todo debe permanecer estático para que la realidad socio-política de la desigualdad, miseria, explotación y despojo no se manifieste más que como excepción o anomalía. El movimiento mismo únicamente es movimiento de traslación o circulación. Las mercancías se trasladan y el dinero circula. La democracia es sólo una figura retórica y por ende, no supera su carácter representativo, no participativo y por arriba.

No es posible la igualdad, la confraternidad y en consecuencia, la libertad tan vitoreada por los propios liberales a principios de la era del capital. Su posibilidad está limitada estructuralmente por la supervivencia espasmódica de las actuales condiciones de reproducción de la vida donde un sujeto (el dueño del capital) tiene el control remoto de los contenidos simbólicos ampliados de sus intereses a través de la televisión, la prensa y la radio, y el sujeto (el dueño de la fuerza de trabajo) sólo puede recepcionar -más o menos alienadamente- con el control remoto que opera desde su sofá, tal cual un objeto de la propaganda multiformal e incesantemente sofisticada producida por la industria mediática del «entretenimiento», de la información y formación de la clase hegemónica.

Hay pues un sujeto que no puede, sin negar su propia condición y existencia, ser liberal. Este sujeto triturado por la maquinaria de producción, circulación y consumo, respecto de la cual no tiene ninguna injerencia real, no puede ser liberal. Sólo puede ser socialista, pues el lugar donde habita es el espacio social.

Llegado el momento en que las crisis colman su paciencia, y las intolerables condiciones de vida le impulsan a la calle, entonces tiene que cuestionarse todos los prejuicios que sostienen su existencia cotidiana. Y hasta un «me cago en la hostia» (si es gallego por ejemplo) saldrá de su boca proletaria, de overall, corbata o traje de dos piezas. Y esto no puede ocurrir en tiempos normales en que el sofá le espera y el dinero «informatizado», que como es de plástico, aún puede estirarse permitiendo alargar a plazo fijo su tranquilidad pasajera. Es natural que las cuentas de marzo tengan una fuerza de convicción superior ¿puede ser de otra manera? Solamente quien no viva de alquilar o vender su fuerza de trabajo puede extrañarse.

¿Y el Estado? Muy bien, muchas gracias. Toda vez que no es un sujeto, sino un mero instrumento de administración de los grandes negocios que despachan Chile llevándoselo a granel y que está en manos de una clase política administradora que vive a sus costas, creyendo que es una fuente de recursos inagotables. Si el país no cuenta con recursos inagotables ¿cómo podría ser el Estado una fuente de tal naturaleza? Si lejos de cualquier delirio apocalíptico, el propio país puede ser consumido hasta que quede apenas una larga lengua de tierra despojada. La cuestión es que los capitales se pueden ir a otra parte, pero nosotros no.

La democracia que nos ofrece el capitalismo se ha transformado en una verdadera estafa pues la economía misma se ha transformado en un garito, y no porque sea algo bueno o algo perverso. Perverso es el sujeto que las controla a ambas para garantizar tasas de ganancias que sólo pueden recuperarse por medio del manejo de las tasas de interés que digita el Banco Central y otras tantas granjerías que, en forma directa o encubierta, transfieren del fondo social, del ahorro de la sociedad que paga impuestos que convierte en instrumentos financiero para beneficio de pocos. Nuestros gobernantes están herrados (con ache) y nuestra izquierda sin sujeto. El poder no está en la Moneda, está a una cuadra, en la Bolsa de Santiago. Allí se encuentran físicamente los que administran los papeles que representan el poder real. Por eso hoy La Moneda puede ser abierta al público para paseos y fotografiarse junto a los naranjos. No hay en ello ningún peligro. Pero los niños que traen de provincia a visitar La Moneda, para ocultar mostrando el centralismo capitalino, no son llevados a la Bolsa de Comercio. Ese es el casino para que jueguen los mayores. Y los mayores, los del mayorazgo, juegan de verdad con las riquezas socialmente producidas por los chilenos y chilenas, mestizos y no mestizos.

Esto no es sólo un aspecto propio de la chilenidad, no. Es en las bolsas de comercio mundiales donde se especula con los precios de los alimentos y es en las calles donde el pueblo trabajador puede ponerle fin al hambre o su amenaza real.

Dicen los padres de la dialéctica que todo movimiento presupone una contradicción. No hace falta hablar en dialecto hegeles para explicar que justamente los trabajadores son los más interesados por aquello que se denomina «derechos democráticos». Los huelguistas claman por que se cumpla el derecho a la negociación y otros derechos legalmente estipulados. En resumidas cuentas, el pueblo trabajador reclama que se cumplan los preceptos de igualdad declamados en las constituciones. Y ¿Cuál es la contradicción? Que la democracia si pretende ser representación del pueblo todo como suele mentir la burguesía, debiera ser patrimonio de las grandes mayorías y la obediencia a estos preceptos contractuales y formalizados ‘a lo Rousseau’, son un escollo a la hora de buscar la maximización de las ganancias.

El pueblo trabajador no lucha hoy por el fin de la explotación capitalista, lucha porque se cumplan los derechos escritos con mano judicial y siempre abortados por mano militar, o en su versión más light, palo y lacrimógenas de parte de las fuerzas policiales. Todo depende de la densidad de la lucha de clases. En la actualidad de Chile, las mercancías hipocalóricas están de moda, y todavía es más barato mover a la policía que mover al ejército.

Se ve que Marx y todos nosotros estamos equivocados. El pueblo trabajador no clama por el socialismo, clama por democracia, clama que el crédito que ha abierto al sujeto propietario le sea saldado. Es hora que los trabajadores de nuestro país se organicen para cobrar las riquezas producidas no devengadas.

El Estado no es el sujeto, los sujetos están en la otra parte de la división formal de la sociedad, es decir, en la propia sociedad. Únicamente podríamos pensar lo contrario si reflexionáramos en ‘hegeles’ y no sobre la base de una matriz materialista, cuya forma más desarrollada hasta el momento del dialecto en cuestión es la concepción marxista sobre el Estado.

En la crítica a la filosofía del Estado de Hegel, Marx critica la forma apriorística de abordar la cuestión. Para Marx, la dialéctica de Hegel invierte la realidad. Esto implica que la realidad social en la visión capitalista del Estado, es una realidad mistificada, como mistificada es la realidad de las mercancías. El Estado no es un sujeto superior a los individuos. La explicación marxista apunta a las relaciones reales que se dan entre la familia y la sociedad civil (burguesa). En’ hegeles’ el Estado es el sujeto, la «idea ética» que tiene existencia real.

Entonces, tratándose de realidades no mistificadas, Marx sí tenía razón. El reclamo profundo, en la oscuridad de la vida real y su movimiento, es que el fondo social de inversiones producido por el trabajo socialmente necesario tiene que volver a manos de sus productores, al pueblo trabajador. Esto es lo que en términos clásicos se ha definido como expropiar a los expropiadores.

Y es así, pues el socialismo no es una idea, es el movimiento real, subterráneo y farragoso que supera el estado de cosas actuales. No reclama entonces nuestro pueblo por más gobernabilidad, clama por apropiarse de lo propio, de todo lo que ha producido con su esfuerzo y le ha sido despojado. El Capital es producto social del trabajo, es su obra, ¿de dónde ha surgido el prejuicio popular de que un producto social pueda ser apropiado en forma privada?

Este prejuicio ha surgido de un ocultamiento premeditado, del control cultural que el sujeto propietario del capital -que ahora sabemos que no es propietario de nada- ha «impuesto» a través de la monserga del liberal, de su representación ideológica.

Una democracia que no sea pura formalidad únicamente puede ser resultado de la movilización organizada de quien aún no tiene por qué comprender la necesidad de abandonar el lugar relativamente cómodo y transitorio en que se encuentra. ¿Cómo podría ocurrir esto sin ser arte de magia? Una democracia enraizada en la participación de hombres y mujeres concretos, requiere al menos de dos momentos: que el estado de ánimo de las grandes mayorías libere su bronca contenida y de que los que ya han abandonado las sillas y con ello hayan renunciado a la herencia de la costumbre de sentarse, avancen sistemáticamente trabajando como hormigas para lograr con éxito el paro general anticapitalista. El paro general no es alternativa a las urnas, incluso puede ser garantía de que alguna vez se cumpla el mandato del pueblo y los trabajadores, sin que tenga que ocurrir que el compañero presidente sea sacado a sangre y fuego de la Moneda.

Sinceremos las cosas por un instante: si el horno no está para guerrillas es porque tampoco está para golpes de Estado ¿o sí? No nos hemos dejado acribillar ni tampoco hemos permitido que se nos humille. En este punto, al menos, hemos cumplido con lealtad y hemos puesto la vara de la dignidad más alta que la cordillera, y de esa altura nadie puede ya arrogarse el derecho de bajarla.

Pero una cosa tenemos que tener presente al momento de abandonar las sillas: que una revolución, tanto material como cultural, de tamaña naturaleza no es el acto arbitrario de una u otra organización que se autodesigne revolucionaria. No basta que organizaciones surgidas de la «libertad política» o desmembradas por esta misma libertad decidan que ha llegado la hora de asaltar el cielo. Hoy es el momento del arma de la crítica. Al menos en Chile, son las derechas políticas las que han decidido el momento de la crítica de las armas.

Estos procesos históricos siempre corren por carriles subterráneos, en las empresas, en la oficina, en el campo, en el puerto, en la humedad y el frío cordillerano, hasta que como resorte contenido se expande para desvanecerlo todo, no dejando prejuicio parado, ni mono que lo sostenga.

De nosotros sólo depende acelerar o frenar por impericia o premeditación estos procesos de naturaleza histórico-social. De ahí que marchamos siempre, reflexionamos sobre nuestro andar y periódicamente pasamos lista para saber cuántos siguen caminando. Es normal que a la hora del recuento muchos ya no estén, pero en los momentos de verdadera importancia, cuando el Estado es puesto en el banquillo de los acusados junto a los habitantes del viejo edificio de la Bolsa de Santiago, cuando los habitantes de Chicureo ya no pueden ir de vacaciones con tanta tranquilidad a Cachagua o lugares de pelaje mayor, siempre seremos más, pues lo estrictamente económico ya pone de manifiesto que somos la mayoría absoluta. Y si la mayoría de los ciudadanos (proletarios para no incomodar a los custodios de conceptos transfigurados en sujetos abstractos) no detentan el poder real, entonces lo detenta una minoría y así ha ocurrido hasta ahora.

Cuando la democracia no se sustenta sobre la base de una mayoría activa, sobre la base de su participación, entonces esa democracia es abstracta y formal y el telecomando lo tiene una minoría parasitaria y especuladora. La democracia de las representaciones, mistificada, es lo que está en cuestión. Y para resolver la cuestión se requiere de un sujeto.

Si hablamos en serio de democracia no podemos hablar de una democracia en general, o es democracia capitalista o es democracia del pueblo trabajador. Entonces el concepto de democracia es muy concreto, lleno de determinaciones «ocultas» e impone la presencia de un sujeto visible y activo.

Por eso no podemos dejar de repetir que la libertad fundamentada por los socialistas en oposición a la charlatanería de los liberales, si es verdadera, tiene un elevado costo. Y ante ello sólo caben dos posiblidades: o estamos dispuestos a pagar ese elevado precio o envejecemos en la silla de la comodidad y la falsa conciencia.

Para que el pueblo trabajador mande, todo proyecto de transformaciones reales debe basarse en su movilización, en su organización y los grados de poder popular que sea capaz de generar. Nuestra labor es dar todo el apoyo logístico, teórico y práctico, para que esto suceda.

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(1) Una versión digital disponible se encuentra en la siguiente dirección: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/1.htm

(2) Para profundizar en el tema, ya que en este artículo hacemos una versión simplificada y el objetivo de divulgación, el problema científico es aún mas complejo, sugerimos la lectura de: Michal Kalecki «Distribución del Ingreso», por Fernando Hugo Azcurra, texto que puede descargarse desde la siguiente dirección:

http://marxismo.cl/portal/index.php?option=com_docman&task=doc_details&gid=50&Itemid=34

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