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La arremetida de la derecha tradicional

Fuentes: El Siglo

¿Se podría decir que el desenlace que tuvo el caso Van Rysselberghe a mediados de semana fue inesperado? ¿Podríamos decir incluso que es este el final de la historia y que, a la luz de los hechos, la UDI terminó ganándole el gallito al gobierno? La verdad es que es imposible imaginar aún cuál será […]

¿Se podría decir que el desenlace que tuvo el caso Van Rysselberghe a mediados de semana fue inesperado? ¿Podríamos decir incluso que es este el final de la historia y que, a la luz de los hechos, la UDI terminó ganándole el gallito al gobierno?

La verdad es que es imposible imaginar aún cuál será el curso que tome ahora la historia, más aún tomando en cuenta que en el horizonte de la intendenta se avizora una acusación constitucional que, de sumarse algunos parlamentarios de Renovación Nacional, podría tensar aún más el denso ambiente que se vive al interior de la coalición de gobierno.

Lo cierto es que existe un costo político que será endosado directamente al gobierno y a su principal figura, el Presidente de la República, por mantener en el cargo a quien ha sido pillada in fraganti faltando a la verdad.

Pero todo eso entra en el marco de las probabilidades y no constituyen aún hechos concretos.

Sin embargo lo que sí es concreto y lo que debemos analizar y poner en perspectiva es el actuar de todos los personajes oficialistas que durante estas últimas semanas han hablado hasta por los codos y han sacado a relucir lo mejor de su condición de representantes de la derecha política de nuestro país, «nuestra derecha de siempre». Todos ellos han actuado como patrones de fundo, como gerentes de grandes corporaciones, como patriarcas de familia que se creen con el derecho de decirles a otros lo que tienen que hacer y cómo deben actuar. Unos se han cansado de decirle al gobierno y al Presidente que debe despedir a la Intendenta cuanto antes, mientras otros -los que ganaron- han gastado la misma energía en exigir que la mantenga en su cargo.

Algunos incluso han tenido el descaro de exigir que ponga en el cargo a tal o cual personaje (no públicamente claro), mientras en el mismo gobierno otros han dicho que el país sabe que no les temblará la mano para actuar de la manera correcta.

Pero ninguno de ellos se ha detenido por un momento a explicar primero por qué la Intendenta le mintió al país, al gobierno en primer lugar, pero también a los vecinos de la Población Aurora de Chile. Y porqué esa mentira flagrante, impúdica, es considerada solamente como un «error» o una «equivocación» y no como lo que es: un descaro, un hecho indigno para alguien que ostenta el cargo de representante del Presidente de la República en toda una región.

Más aún, el miércoles en que decidieron dar a conocer la noticia de que la mantendrían en el cargo, tuvieron la desfachatez de decir que no existían pruebas suficientes que ameritaran su destitución, aduciendo que las acusaciones que se le imputan son hechos infundados. ¡Teniendo el video ahí mismo! ¡Cuando ya todo Chile vio como la Intendenta reconocía haber mentido!

El año pasado el Ministro del Interior tildó de terrorista a un ciudadano pakistaní por muchísimo menos que eso. De hecho, sin ninguna prueba en su contra.

En otros tiempos, cuando ellos eran la oposición, si algún Intendente se hubiese mandado este numerito, en la derecha habrían rasgado vestiduras y habrían convocado hasta al Consejo de Seguridad Nacional (el extinto COSENA que igualaba la figura presidencial con otras autoridades del país) para que tomara cartas en el asunto. O habrían impulsado con fuerza desmedida una acusación constitucional no solamente contra la principal involucrada, sino contra todos aquellos que por algún mínimo detalle se viesen involucrados.

Pero como ahora son gobierno y, de alguna manera tienen «el toro agarrado por las astas», asumen una posición distinta frente a la opinión pública, mas no pueden evitar sacar a relucir su condición de representantes de la derecha más rancia del país y es ahí donde pecan. Porque no se puede pretender ser dos cosas al mismo tiempo; no pueden proyectar una imagen de unidad y sana convivencia y al mismo tiempo golpear la mesa y presionar y exigir que se haga lo que ellos quieren.

Es probable que buena parte del electorado nacional haya caído engañado con la imagen de la nueva derecha y hasta se hayan creído algunos eso de «la nueva forma de gobernar», pero ahora que se han sacado las caretas, va a ser difícil que la ciudadanía vuelva a confiar en aquellos que mienten, defienden a los que mienten, presionan a los que deben actuar y sacan la chicota cuando no les hacen caso.

Hasta aquí no más llegamos con la nueva derecha.