El libro que critica duramente a la religión y su idea de Dios, no fue publicado hasta 57 años después de su realización
La celebración del centenario de la muerte de Mark Twain durante el año pasado ha servido para que por medio de la publicación de diferentes obras y la profundización en su figura se haya podido conocer con mayor profusión a un escritor ligado habitualmente a alguna de sus creaciones muy concretas pero que en su trayectoria aparecen otras características y matices algo desconocidos.
Nacido en Florida en 1835 muy pronto se trasladará a un pequeño pueblo cercano al río Mississippi (Hannibal), lugar que tendrá una fuerte influencia en algunos de sus libros más famosos. Considerado por muchos como creador de la novela contemporánea norteamericana, es a causa principalmente de sus dos libros referenciales, «Tom Sawyer» y sobre todo de «Las aventuras de Huckleberry Finn». Una obra que será el comienzo de una deriva más oscura, pesimista y militante en cuanto a política se refiere, del escritor norteamericano.
No es descartable que la sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar en la biografía de Twain desde finales del siglos XIX y hasta casi el momento de su muerte, que incluyen desde la bancarrota personal hasta la muerte de su hija, cambiaran la mirada del autor sobre la vida. El humor característico en su obra se fue tornando en una ironía cada vez más cruda, su rechazo por la sociedad inglesa pasó de representarse en pequeños detalles en sus historias a ser prioritario y en general un pesimismo humano se apoderó de su estilo. Obras como «Un yanqui en la corte del rey Arturo» o «Wilson, el chiflado» pueden servir de perfecto ejemplo de esa deriva.
Su alto compromiso político en los últimos años de su vida queda patente con la creación en 1898 de la Liga AntiImperialista de los Estados Unidos, surgido a rebufo de la guerra contra Cuba y Filipinas y que sirvió durante algo más de 20 años para aunar el pensamiento izquierdista en Norteamérica. Sus escritos estuvieron impregnados de ese interés ideológico como demuestra en «Antiimperialismo. Patriotas y traidores» o «A la persona sentada en la oscuridad».
Dentro de ese contexto su sentimiento antirreligioso también se vuelve más radical y en 1902 escribe un pequeñísimo libro, «Sobre la religión», que ahora recupera la editorial Sequitur y que debido a su radicalidad el propio autor asumió que sólo después de su muerte podría ver la luz, cosa que fue llevada a cabo por la negativa de su hija, ferviente creyente, que hasta después de 57 años no accedió a dar el permiso para su publicación.
A lo largo de la obra, unas veces con tono de humor, otras veces satírico y algunas con gran contundencia, critica la idea que tienen las religiones (centra su mirada en el cristianismo principalmente) de mostrar un dios justo y bondadoso cuando en verdad, tanto en lo escrito en sus libros sagrados como en sus «acciones», es lo contrario, estamos ante un «ser» justiciero y vengador.
Habrá momentos en que se burle de los dogmas en los que se estructura la religión y que obliga a admitir como verdades inmutables, como el caso del pecado original. En otras ocasiones presenta la barbarie que siempre han supuesto las religiones («la cristiandad entera es un campo militar») y se centra en algunos casos concretos como la Rusia ultra católica y sus matanzas o la actitud del «carnicero» Leopoldo II de Bélgica, al que dedicará más tarde una obra completa («Soliloquio del rey Leopoldo»). Tampoco dejará de nombrar a algunas organizaciones concretas («Ciencia y salud») y personajes de Estados Unidos que representaban en su época la rama más radical, probablemente uno de los hechos que hicieron que su descendiente no permitiera la publicación en su momento.
Mark Twain hace énfasis en lo incomprensible que resulta que el ser humano ponga su vida, su moral y sus ideas en manos de un dios sobrenatural que a pesar de sus grandes poderes es incapaz de demostrar su existencia y deja a su suerte a sus «hijos». En definitiva, ninguna persona aceptaría con otra una relación bajo esos parámetros, pero en el caso de la religión los individuos son capaces de comportarse como primitivos dejando su destino en manos de «rumores».
Estamos ante un manifiesto certero y sin compasión con la idea de Dios y de las religiones que por una parte crea admiración al ser escrito con esa radicalidad hace más de 100 años y por otra cierta desazón al compararlo con lo melifluo y lo supeditado al estigma de lo «políticamente correcto» que suelen estar las reflexiones anticlericales hechas en la actualidad por escritores e intelectuales.