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Reseña y análisis de «La Democracia y el triunfo del Estado», de Félix Rodrigo Mora

Fuentes: Grupo Tortuga

Casi nada, hay que juntar no pocas ganas para disponerse a la lectura del impresionante tocho de más de 600 páginas que con el denso nombre de «La Democracia y el Triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora» (Ed. Manuscritos), constituye la obra más completa y ambiciosa hasta el momento de […]

Casi nada, hay que juntar no pocas ganas para disponerse a la lectura del impresionante tocho de más de 600 páginas que con el denso nombre de «La Democracia y el Triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora» (Ed. Manuscritos), constituye la obra más completa y ambiciosa hasta el momento de Félix Rodrigo Mora.

Si denso es el título no lo es menos el estilo y contenido del libro. Aún así pensamos que vale, y mucho, la pena hacer el esfuerzo de leerlo. Las razones que nos hacen pensar así quedarán expuestas a continuación.

Félix Rodrigo Mora desde hace unos pocos años está dando mucho que hablar en determinados ambientes políticos, y su nivel de producción literaria viene siendo incesante. Casi tanto como su activismo a la hora de viajar a presentar sus libros, a dar charlas, conferencias, mantener encuentros etc.

En Alasbarricadas.org se escribe sobre él: «Colaborador del extinto colectivo Los Amigos de Ludd, Félix Rodrigo adquirió notoriedad con la publicación del libro Naturaleza, ruralidad y civilización (Brulot, 2008), momento en el que comenzó a prodigarse con multitud de charlas y jornadas en todo el estado español. A ese libro han seguido La democracia y el triunfo del Estado (Manuscritos, 2008), Crisis y utopía en el siglo XXI (Maldecap, 2009), Borracheras no (Aldarull/Distri Maligna/Maldecap/Rompe la norma, 2010), O atraso do nacionalismo autonomista galego (Unión Libertaria, 2010), Seis estudios. Sobre política, historia, tecnología, universidad, ética y pedagogía (Brulot, 2010) y El giro estatolátrico (Maldecap, 2011), así como infinidad de textos más breves aparecidos en otros soportes.»

Por cierto que toda esta actividad literaria y discursiva también ha creado su polémica y ha generado la publicación de un libro «anti-Félix» que, con la intención de desmontar sus teorías, se anuncia en la misma reseña de Alasbarricadas.org de donde tomamos el texto anterior. (Ver reseña). (Ver polémica sobre la reseña).

Félix Rodrigo, en palabras de su misma web hablando del libro que aquí reseñamos afirma que «La Democracia y el Triunfo del Estado, es fruto de más de 17 años de reflexión y estudio, una vez convencido de que las teorías obreristas urdidas en el siglo XIX están ampliamente superadas por las circunstancias. Lejos de cualquier ánimo perfeccionista y dogmático respecto del conjunto de ideas planteadas, su fin consiste en esbozar, lo que se podría considerar como una posible y necesaria revolución democrática, axiológica y civilizadora.»

Temas tratados

El libro está estructurado en seis capítulos, más prólogo y epílogo. El capítulo primero aborda cuestiones sobre todo de tipo histórico. Centrándose fundamentalmente en el ámbito geográfico del estado español, analiza un periodo que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII y se extiende hasta la actualidad. Félix Rodrigo contempla la Historia Contemporánea de España como el relato secuencia del nacimiento, expansión, consolidación y triunfo del Estado liberal burgués, una realidad política controlada y al servicio de las élites, -como se verá- profundamente antidemocrática, y estrechamente ligada al desarrollo del sistema económico que conocemos: el capitalismo. El Estado liberal crecerá de forma continua acumulando propiedad y poder, en un dinamismo que llega perfeccionado a nuestros días. Ni siquiera la alabada 2ª República será otra cosa que un jalón en ese camino. Su prosperidad lo será a costa de los modelos sociológicos anteriores: Las realidades comunales, de apoyo mutuo y las formas tradicionales de vida del mundo rural serán progresivamente desmanteladas y devastadas. Sistemas democráticos tradicionales como el Concejo Abierto o realidades de Apoyo Mutuo como los ejidos y otras propiedades comunales irán siendo sustituidos, no sin resistencias y fuerte represión, por el sistema parlamentario no-democrático y al servicio de las élites que conocemos hoy, y por el trabajo asalariado respectivamente.

En segundo lugar el libro se detiene para realizar un pormenorizado análisis de los mecanismos que el Sistema (definido en toda la obra como «par capital-estado») emplea actualmente para obtener la obediencia acrítica y el seguidismo de la mayor parte de las personas de la sociedad. La que denomina «sociedad del adoctrinamiento» viene a ser la resultante de, entre otros, los siguientes mecanismos, que son analizados: 1/ Los sistemas de educación-formación pública de la infancia y la juventud, con mención especial al papel de las universidades. 2/ El monopolio de la ciencia el saber y la cultura por parte de una casta intelectual academicista, a sueldo y obediente por tanto a los designios del poder político. Nuevamente el papel de la universidad sale a relucir. También se habla en términos similares de la «estetocracia», refiriéndose a las élites culturales que crean las modas y paradigmas de consumo. 3/ La prensa (periódicos, radio, televisión, cine de masas, Internet, publicidad comercial…). Todos estos medios son analizados con numerosos datos e interesantes perspectivas.

El capítulo tercero es el más proceloso del libro, dedicado todo él a las bases filosóficas e ideológicas sobre las que se asienta y legitima el actual orden de cosas. Remontándose a los clásicos griegos va recorriendo de forma harto crítica distintos momentos de la Historia de la Filosofía. Ockham y Spinoza, la Ilustración en pleno, Hegel o la que denomina «filosofía de la praxis» (las escuelas marxistas) son analizados y discutidos en lo que tienen de aportación doctrinal a la construcción del Estado liberal y de negación de la única democracia real posible, definida por Félix Rodrigo como «una red de asambleas libres». También cuestiona filosofías de «la modernidad» como las de Nietzsche o Heidegger, y algunas de las más recientes corrientes de pensamiento. Capítulo aparte merece la llamada «Escuela de Frankfurt», responsable en gran parte, según Félix Rodrigo, de la conversión de gran parte de la izquierda, sobre todo a partir de mayo del 68, en estatólatra, esto es, defensora de la existencia y fortaleza del estado liberal-capitalista en su forma denominada «de bienestar», y por lo tanto no-revolucionaria.

En cuarto lugar, analizando la voz «Revolución», se realiza una crítica histórica, si bien no muy minuciosa, de diferentes experiencias revolucionarias, desde la francesa de 1789 hasta las últimas revoluciones «antiimperialistas» de la segunda mitad del siglo XX, pasando por la bolchevique de 1917 o las experiencias más avanzadas de la República española, antes y durante la guerra. La tesis del autor es que ninguna de estas «revoluciones» perseguía (ni persigue) la verdadera democracia sino que más bien han sido utilizadas por las élites de cada país para el fin de desarrollar al máximo la liberticida institución estatal. El capítulo concluye con una extensa e interesante propuesta de lo que debe y no debe ser llamado «revolución» y sobre las perspectivas actuales para lograrla (la de verdad).

El capítulo quinto, titulado «del Estado y de la Estatolatría» dedica 150 páginas a reflexionar sobre la actual naturaleza de la institución estatal pormenorizando sus principales realidades. En numerosos casos se distingue «lo que hay» de «lo que debería haber», siendo así éste un capítulo que ofrece no pocas alternativas, y de hecho concluye con una exposición de «criterios ordenadores de la vida económica en una sociedad bien constituida». A lo largo del capítulo se habla sin prisas de nacionalidades, municipios, libertades formales y reales, trabajo asalariado, «democracia representativa», «Estado del Bienestar», «Estado de Derecho» y de las instituciones coactivas que salvaguardan la totalidad de la institución: poder judicial, policía y ejército. Todo ello aderezado, como decimos, con cavilaciones sobre la libertad, la sociabilidad, la justicia… y cuál sería «el acuerdo fundacional de una futura sociedad democrática».

El sexto capítulo concluye con una prolija y demoledora crítica a la evolución en los países desarrollados de «la izquierda y el izquierdismo». Ni siquiera el anarquismo sale airoso del riguroso examen. Dicha evolución, según afirma Félix Rodrigo, ha llevado a estas fuerzas a ser profundamente defensoras de lo estatal en sus formas actuales y por ello a constituir uno de los principales apoyos que hacen que el par capital-estado haya culminado a día de hoy casi al 100% el programa que viene persiguiendo desde hace casi dos siglos. Dicho programa incluye la institucionalización masiva tanto de formas políticas no-democráticas como de la concentración de la riqueza en pocas manos y la organización del trabajo en, fundamentalmente, «asalariado». Todo ello posibilitado por los importantes mecanismos adoctrinadores antes expuestos, y con el resultado de una sociedad de individuos fuertemente acríticos, incapaces, desinteresados de lo colectivo, no-amantes de la libertad y con un nivel «axiológico» (de valores, de lo que a los humanos nos hace ser tales) que está en mínimos históricos.

Precisamente la «axiología» está muy presente en este sexto capítulo en el que, antes de realizar tan severo juicio al izquierdismo, se analiza desde el punto de vista ético y moral al ser humano en sí, estableciendo comparaciones entre el tipo de individuo y de sociedad propios de las colectividades rurales previas a la irrupción del Estado liberal, y el actual. También se propone cuál debería ser la apuesta «axiológica» de los individuos y grupos que realmente aspiran aún a realizar una verdadera revolución, en condiciones tan desfavorables como las actuales.

Por mejorar

En primer lugar el estilo. Si ya es un esfuerzo leer tan largo volumen, la redacción desde luego ayuda poco. Estilo denso donde los haya, lleno de cultismos, en el que además el uso de las frases subordinadas emula los más señeros capítulos de Camilo José Cela o Juan Benet (por cierto que un servidor suele incurrir en el mismo fallo). En serio que éste es un defecto grande. Se nos ocurre mucha gente cercana para la que sería un auténtico descubrimiento conocer los planteamientos del libro, pero que no podrá acceder a ellos de primera mano al no estar capacitada para enfrentarse a un «ladrillo» semejante. Imaginamos que al autor ya le habrán reconvenido más de una vez en este sentido. Sin embargo el hecho de que se empeñe en nombrar alguna de sus últimas creaciones con títulos de auténtico juzgado de guardia como «El giro estatolátrico, repudio experiencial del Estado de Bienestar», no da a entender que haya hecho especial propósito de enmienda.

Siguiendo con los aspectos criticables de tipo formal, también resulta en ocasiones incómodo el tono. A veces entre airado y displicente (aunque sin llegar a los excesos en tal sentido de «Borracheras No», y desde luego bastante mejor redactado que ese librito). Demasiadas veces con un toque de soberbia y dogmatismo. Resulta a menudo decepcionante ver coronada una interesante y reveladora reflexión de dos o tres páginas con una corta conclusión imprudente, pasada de frenada, a menudo ni siquiera fundamentada en datos. Ya sabemos que potencia sin control…

Del tono también podemos decir que resulta pesimista y en ocasiones derrotista. Pareciera a veces que no hay nada que hacer, que el triunfo del Estado liberal ha convertido a los seres humanos bajo su administración en definitivos sub-humanos (expresión empleada en el libro) incapaces definitivamente de revertir la situación.

Otra cosa que incomoda son las abundantes repeticiones que se dan de ideas y conceptos que ya quedaron aclaradas en capítulos precedentes.

Pasando a los contenidos, entramos en terrenos infinitamente subjetivos. Como hemos dicho antes Félix Rodrigo está creando pensamiento, sus escritos son recientes, y encuentran tanto admiradores como críticos enconados. Aunque algunos/as por aquí estamos más bien entre los primeros, sí encontramos algunas cuestiones que no vemos ni de lejos tan claras como él.

En primer lugar nos da que pensar la visión tan positiva que Félix R. ofrece de las antiguas comunidades rurales. Sin negar sus innegables rasgos positivos en línea con lo expuesto en el libro, pensamos que se peca un tanto de idealización. Más si cabe cuando al abordar estas realidades tan amplias y complejas sólo se reflejan luces y en absoluto sombras. Seguro que en esas colectividades más o menos ajenas al control omnímodo, que luego fue, del estado, hubo muchos elementos democráticos, de apoyo mutuo, de vida ecológica etc. Pero nos consta que no todo el monte era orégano y que sus deficiencias importantes, no nombradas en el libro, también habíalas allí.

Por otra parte nos parecen discutibles o matizables algunas de las afirmaciones-conclusión repartidas a lo largo de todo el libro sobre aspectos tan diversos como el cine, la izquierda, el comunismo, el epicureísmo, las revoluciones marxistas… y una infinidad de cuestiones de orden menor con respecto a las tesis del libro. Muchos de los temas están abordados de forma muy sumaria y las conclusiones, que son muy categóricas en ocasiones, no se corresponden en cuanto a su contundencia con el espacio concedido para el análisis preliminar de cada una de ellas. Un botón de muestra es la cuestión varias veces tratada a lo largo del libro que se refiere al concepto de «felicidad», el cual es negado y vilipendiado por el autor, de forma reduccionista y con argumentaciones con las que no coincidimos.

Otro tema discutible, relacionado con la cuestión de la felicidad, es su visión del activista militante revolucionario. Como si de un monje o asceta se tratara, el paradigma de ser humano capacitado para el verdadero activismo transformador, según el autor, es un ser que renuncia a cualquier tipo de deleite o disfrute y se consagra a la causa por la que trabaja, poniendo en ella todo su ser y arrostrando todos los riesgos que puedan sobrevenir. Algún lector del libro «Borracheras no» se queja del puritanismo del autor. Y no va muy descaminado. No vamos a decir aquí ni que todo vale, ni que los ritmos y procesos personales ni que patatín patatán, toda esa argumentación acomodaticia (hippy la llaman algunos/as) para el activismo facilón y descomprometido que únicamente pretende diversos tipos de autosatisfacción. Pero como que ni tanto ni tan calvo. ¿No?

Aportaciones

Como se dice en algún sitio, Félix Rodrigo Mora está realmente revisando la teoría izquierdista empleada por estos lares desde hace más de un siglo y la está actualizando generando una nueva cosmovisión tanto a nivel de análisis como de práctica. Podrá tener sus carencias, inexactitudes e incluso errores, pero ese mérito es suyo.

A nivel formal permítasenos decir que el libro está publicado en una bonita edición, con una tipología agradable y elegante que invita a enfrascarse en la lectura. Y poco más que decir de lo formal.

En cuanto a los contenidos sí hay muchas cosas que comentar.

En primer lugar la profusión de citas de autores. Félix Rodrigo afirma en el prólogo huir de academicismos y deber su formación a lo que denomina «la lectura de los clásicos». Todo el libro está trufado de párrafos entrecomillados de esos «clásicos», entre los que hay filósofos, sociólogos, políticos, intelectuales… de diferentes lugares y épocas. Estas citas enriquecen sobremanera la lectura y suelen estar más que bien traídas. Fundamentar las argumentaciones con estos párrafos hace que en «La Democracia y el Triunfo del Estado» sea un libro profuso en cuanto a notas a pie de página, y que éstas sean muy amplias. Es común que el exceso de anotaciones haga tediosa una lectura o que el lector se las ahorre para poder dedicarse a recorrer la obra de forma más lineal. Sería un craso error hacerlo así en este caso, ya que las notas a pie de página, como decimos oportunamente dispuestas, y que suponen un impresionante despliegue de erudición, aportan informaciones tan valiosas, si no más, que el texto principal, y son muy amenas e interesantes.

En segundo lugar cabe hablar de la profundidad, extensión y ambición de esta obra. Dice el autor que es la culminación de diecisiete años de trabajo. En el prólogo se lamenta de haber tenido que cortar y resumir numerosas argumentaciones. Miedo da imaginar la extensión que hubiera cobrado el libro para que su autor quedara tranquilo con respecto a haber dicho todo lo necesario para que sea comprendida cada afirmación. El resultado por tanto es un tratado que lo contiene «todo»: lo que se quiere decir se fundamenta en términos históricos, ideológicos, morales, de análisis de la realidad, de valoración y ponderación de la misma, de contraste con su referencia «ideal» y finalmente de propuesta de actuación. Un gran esfuerzo que logra definir una visión global, una cosmovisión. Y por cierto una cosmovisión sorprendentemente novedosa -tal vez ilusionante- para esta izquierda radical del estado español confusa, derrotada y en regresión permanente desde hace décadas.

A nivel de conceptos las principales aportaciones del libro podrían ser estas:

a/ La Democracia. Para quienes llevamos tantos años comprendiendo la realidad en los términos del materialismo dialéctico (la casi totalidad de la izquierda no institucional) nos resulta novedosa la perspectiva de que no todo lo que sucede tiene porqué reducirse a la causa de la explotación económica y acumulación de riqueza en pocas manos, o sea, a una lucha -de clases si se quiere- por la propiedad. Félix Rodrigo pone el acento en el poder político y no tanto en la concentración de riqueza material que, estando estrechamente vinculada a lo anterior, sería más bien su consecuencia inevitable. En todas las épocas hubo clases dominantes que trataron de acaparar el poder político y, en inexorable sucesión, la riqueza. La Historia Contemporánea es el relato de un cambio de manos en la detentación del poder político, el cual, de las élites aristocráticas pasa a las élites burguesas a lo largo del siglo XIX (las llamadas revoluciones burguesas). Esta nueva oligarquía se organiza y blinda frente a la mayoría de la población, despojada de poder y riqueza, en torno a la institución del estado-nación. Dicho estado asume el liberalismo como su programa ideológico y el capitalismo -también llamado «liberal»- como su modelo económico. Desde el punto de partida de este proceso, datado en la Revolución Francesa, hasta la actualidad, esa institución creada para asegurar el monopolio político en las correspondientes manos va atravesando diversas fases que combinan periodos «constitucionales» con otros que son netamente autoritarios, incluyendo incluso dictaduras militares y guerras. Sin embargo, con el tiempo, en todos los estados se va desembocando en las llamadas «democracias de representación», las cuales consisten en un sofisticado sistema político que combina el bombardeo-adoctrinamiento masivo de la población con un simulacro de soberanía popular ejercido mediante votaciones periódicas a candidatos y partidos políticos de entre los cuales emanan los legisladores y gobernantes. El Sistema asegura en todos los casos que el poder político siempre esté monopolizado por las élites burocráticas y financieras herederas de la antigua burguesía y que la gran mayoría de la sociedad no solo no pueda participar en modo alguno en la gestión de absolutamente nada sino que además permanezca en el error de creer vivir en una sociedad libre y democrática.

Como ya se dijo arriba, sólo existe en propiedad la democracia cuando cada persona de la sociedad tiene la facultad de participar directamente en la toma de cualquier decisión que le afecte. Félix Rodrigo formula una serie de propuestas sorprendentemente concretas para extender este principio a la organización de una sociedad amplia. La premisa básica es que nada que no sea una red de asambleas libres puede denominarse democracia. La segunda idea es que tal cosa es perfectamente realizable en la actualidad a escala pequeña, media y grande, y que si no se da no es a causa de su imposibilidad material fáctica sino por voluntad determinada y espuria de las élites en el poder.

b/ La crítica a la estatolatría. Algún amigo arruga la nariz al escuchar este palabro. Y sin embargo nos parece de lo más apropiado. Si partimos de la idea de que las élites que acaparan el poder de decisión y los bienes económicos poseen su principal instrumento para realizar y defender dicho expolio en la figura del estado-nación liberal, cabe pensar que quienes se cuentan en el campo de los despojados/as no deberían desear con más fuerzas nada que no fuera la desaparición de esa formidable herramienta. Tal cosa era así en muchos de los círculos de pensamiento obrerista de finales del siglo XIX y principios de XX. Sin embargo una vez concluida la segunda guerra mundial y, especialmente después del fracaso del llamado «socialismo real» tras la caída del muro de Berlín, el grueso de la izquierda europea y norteamericana, en virtud de causas y mecanismos bien descritos, fue pasándose paulatinamente a una ideología que podríamos denominar «defensa del Estado de Bienestar». Así hoy los partidos socialistas o comunistas, los sindicatos y los llamados movimientos sociales no tienen por regla general en su programa un cambio radical del orden vigente sino solo algunas mejoras puntuales y concretas a alcanzar sin forzar apenas los límites del marco político y económico imperante. Dada por perdida la batalla verdaderamente revolucionaria, el nuevo icono no es el Socialismo, sino el Estado, entendido como «lo público» frente a «lo privado», lo «de todos» frente a lo «de algunos». Ese Estado comprendido en términos casi teológicos (de ahí lo de -latría) del cual se espera, como el maná, todo tipo de justa redistribución de bienes y servicios, es contemplado cerrando deliberadamente los ojos a la realidad de que es la élite empoderada y no el pueblo quien lo controla de cabo a rabo, lo utiliza para su interés, y lo define de unas y otras formas según le interesa a cada momento. Entre la izquierda existe fe casi religiosa en las posibilidades del «pueblo» organizado para lograr que el Estado sea justo y, a causa de ello, se trabaja políticamente -de forma ingenua e incluso suicida- para que dicho Estado sea fuerte frente a los poderes económicos. Éstos no se quieren ver como lo que realmente son con respecto al Estado: su otro lado de la moneda. Tal es la falsa dicotomía que arrastra como imán camino del sumidero los esfuerzos transformadores de esta izquierda reconvertida.

A más fortaleza del Estado, mayor control social, mayor adoctrinamiento, mayor concentración económica y menos espacio para cualquier organización social, económica y política de base, para la democracia real en una palabra.

c/La propuesta. Félix Rodrigo es pesimista y desliza en numerosas ocasiones desesperanza y dudas acerca de si el triunfo del par estado-capital liberal no será ya irreversible. Opina que dado el largo trayecto recorrido en la destrucción sistemática de todo tipo de realidades horizontales, populares y democráticas, de los modelos ecológicos y naturales de vida, de los modelos relacionales, y todo ello unido al espectacular esfuerzo adoctrinador, la actual población de nuestras sociedades occidentales ha perdido en general buena parte de sus características humanas.

Aún así desarrolla su programa para el caso de que queden seres humanos que «amen la libertad» y estén dispuestos a luchar y sacrificarse por ella. La propuesta es primero axiológica, y por ello se trata de distanciarse y dar la espalda tanto a las realidades que manipulan nuestra ideología, como a los hábitos y costumbres corrompidas que educan nuestra manera de ser. Es bajo este punto de vista que formula los asertos que resultan «puritanos» a más de uno. En segundo lugar se hace prioritario recomponer, primero a pequeña escala pero sin renunciar a nada, un tejido social sano; generar realidades colectivas democráticas, autogestionarias, cooperativas, de apoyo mutuo, de coeducación, y desde ahí ir tejiendo redes y desarrollando fórmulas organizativas democráticas en lo político y económico que puedan funcionar en rangos geográficos superiores. El tercer y definitivo momento vendría a ser la pugna o batalla entre la nueva realidad que trata de eclosionar y las estructuras opresoras del Estado liberal que, evidentemente, harán cuanto esté en su mano por impedirlo. Para esta batalla, que, de darse, el autor imagina difícil y sacrificada y que quizá pudiera acabar en derrota, no prescribe medios concretos.

En conclusión

Se trata de una obra valiente, ambiciosa y tremendamente reveladora. Con muchas más luces que sombras, aunque, como quedó dicho, de estas últimas también tiene. A pesar de sus momentos pesimistas podemos decir que, abarcándolo como un todo, finalmente acaba resultando un libro esperanzador, puesto que desbroza netamente la comprensión del complejo momento en el que estamos y propone vías concretas de avance. Ambas cosas son elementos de los que veníamos careciendo en gran manera. Hay que agradecer a Félix Rodrigo Mora estas largas reflexiones que ha tenido a bien pensar y poner por escrito, las cuales están dando mucho que hablar y es de creer que van a influir en mayor o menor medida en la orientación ideológica y la práctica de no pocos colectivos. Ojalá que todos estos conceptos sean recibidos y escuchados desde la mejor crítica constructiva para que puedan ser discutidos, mejorados y desarrollados. No es faltar a la verdad decir que en el momento actual hace mucha falta algún tipo de consenso ideológico claro y eficaz que galvanice esfuerzos, frene la sangría de activistas sociopolíticos y, en definitiva, saque del atasco la rueda del carro. A ver si esta es una buena punta para tirar del ovillo.

Fuente: http://www.grupotortuga.com/Resena-y-analisis-de-La-Democracia