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La poesía y sus defensores

Fuentes: La Tempestad

Leo, en La Jornada Semanal del domingo 22 de mayo, el manifiesto Defensa de la poesía. Lo firman poetas incluidos en la antología Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011). Pretende ser, ante todo, una moción de orden: dejémonos de flirteos con la vanguardia y abracemos la legibilidad, para acercar a los lectores. El argumento no […]

Leo, en La Jornada Semanal del domingo 22 de mayo, el manifiesto Defensa de la poesía. Lo firman poetas incluidos en la antología Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011). Pretende ser, ante todo, una moción de orden: dejémonos de flirteos con la vanguardia y abracemos la legibilidad, para acercar a los lectores. El argumento no es nuevo. Esta exigencia de legibilidad, de comunicabilidad, no es exclusiva de la poesía. En la narrativa ha ocurrido algo similar: se piden historias, tersura, entretenimiento: docilidad. Se habla, para seguir con el manifiesto, de un tiempo y una generación marcados por la incertidumbre, política, moral, económica, comunicativa. Pero, ¿es realmente así?

Los firmantes escriben: «creemos que es necesario hacer un alto en el camino, reflexionar, mirarnos a los ojos, establecer una cercanía menos artificial, más humana. La poesía puede arrojar algo de luz para alcanzar algunas certidumbres necesarias». Y agregan: «La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e intemporal. Y la poesía tiene que emocionar». Aquí empieza a asomar cierto perfil ideológico, como se ve: hay luz que arrojar, hay emociones que despertar, hay eternidad. Pero, sobre todo, hay una necesidad: producir certidumbre.

La pregunta es: ¿Para qué se crea certidumbre? No: ¿Para quién? No sorprende que un alegato semejante ocurra precisamente ahora, en un momento de crisis sistémica que, detonada por el crack bursátil, ha desembocado en una crisis de legitimidad de gobiernos de distinta índole. Así, los firmantes de «Defensa de la poesía» proponen darnos certezas, emociones. La dinámica de la vanguardia, añaden, «nos parece destructiva para la poesía porque conduce, de manera inevitable, a su deshumanización». Hablemos del humanismo, entonces. Hablemos de la ideología burguesa par excellence: un hombre con esencia, emociones sin historia. El hombre «humanista», el hombre sometido. Efectivamente, las vanguardias apuntan a una deshumanización: a romper con lo que se nos dice que el hombre debe ser. La poesía (o la narrativa) de la certidumbre no es más que el espejo literario del llamado «giro ético» del capitalismo multinacional. Y ya sabemos adónde va a parar, en ese giro, el legado de Althusser, Lacan, Foucault, Lyotard o Badiou. La poesía de la certidumbre es la poesía del consenso, del autosometimiento.

El manifiesto tiene un cierre sorprendente: «Seguimos creyendo que una de las misiones de la poesía es enfrentarse al poder. Y el poder de hoy no hace más que invitarnos al silencio, al fragmento, a las subjetividades ensimismadas y a la pérdida de diálogo entre las conciencias. Queremos decirle adiós a todo eso». La confusión de un puñado de poetas -Jorge Galán, Fernando Valverde, Daniel Rodríguez Moya, Andrea Cote, Alí Calderón, Raquel Lanseros, Francisco Ruiz Udiel y Ana Wajszczuk-, que no dejan de señalar sus procedencias para producir un efecto «internacional», los lleva a confundir la naturaleza del poder contemporáneo. A tal grado que hablan por él pretendiendo lo contrario. Lo que el poder pide es lo que ellos prescriben: legibilidad, comunicabilidad, accesibilidad, transparencia. Y, sobre todo, viabilidad de mercado. ¿Poesía de la certidumbre o poesía mercantil?

Por lo pronto, han logrado hacerse un espacio, no sólo en México. Una propuesta como la suya suscita apoyos entre aquellos que esperan el regreso a la sensatez. Son aquellos que asumen, dóciles, lo que el consenso define como posible. Pero la poesía, como la verdadera política, es una negociación con lo imposible.

Fuente: http://www.latempestad.com.mx/view/blog.php?id=219