Los resultados de las elecciones autonómicas y municipales del pasado 22 de mayo se han saldado, como primera e incontrovertible lectura, con una arrolladora victoria del Partido Popular, que arrebata al Partido Socialista la práctica totalidad de su poder territorial -incluyendo los feudos clave de Castilla-La Mancha y Extremadura-, y que, con diez puntos porcentuales […]
Los resultados de las elecciones autonómicas y municipales del pasado 22 de mayo se han saldado, como primera e incontrovertible lectura, con una arrolladora victoria del Partido Popular, que arrebata al Partido Socialista la práctica totalidad de su poder territorial -incluyendo los feudos clave de Castilla-La Mancha y Extremadura-, y que, con diez puntos porcentuales y casi dos millones de votos de ventaja, se coloca como claro favorito con vistas a las próximas elecciones generales a celebrar en marzo de 2012 (o antes, si la presión del PP logra forzar, como es su expreso deseo, un adelanto electoral). Pero será una segunda lectura, más atenta a los detalles, la que añada matices y claroscuros imprescindibles para comprender el cómo y el porqué de esta aplastante victoria de la derecha.
Llama la atención, en primer lugar, que el PP apenas haya incrementado su número neto de votantes -apenas un 2% respecto a citas anteriores-, y que su victoria se haya edificado sobre la masiva desbandada del ala izquierda del electorado socialista, que decepcionada e irritada por el traumático giro a la derecha de esta segunda legislatura de José Luís Rodríguez Zapatero, ha preferido votar a otras formaciones políticas de izquierda -especialmente, Izquierda Unida- y, muy sobre todo, abstenerse o emitir votos-protesta en formas de sufragios nulos y en blanco.
Esta derrota socialista es, básicamente, el resultado de la trágica asimetría que se establece entre un PP que mantiene cohesionada, motivada y dinámica su ala más exacerbadamente ultraderechista (Libertad Digital, Intereconomía, El Mundo, EsRadio, AVT, Hazte Oir, Peones Negros, Conferencia Episcopal, etc.) y un PSOE enrocado en el centro-derecha y que, a base de sumar recortes laborales y sociales, privatizar servicios y bienes públicos, rescatar bancos con dinero público y otras medidas agresivamente neoliberales, ha roto todos los puentes con aquella izquierda social, sindical y política cuyo apoyo directo o indirecto le permitió acceder al poder en 2004, incluyendo a IU (a la que ha ninguneado sistemáticamente en el Parlamento, optando por pactar con el PP y las derechas nacionalistas vasca y catalana), los grandes sindicatos UGT y CCOO (que se vieron obligados a convocar una huelga en septiembre de 2010 por la reforma laboral, y han firmado un restrictivo acuerdo de pensiones que ha creado un profundo descontento entre sus propias bases), al movimiento ecologista (decepcionado por el incumplimiento del calendario de cierre de centrales nucleares o por nuevos proyectos como la refinería petrolera en Extremadura), al movimiento de derechos humanos y solidaridad internacional (irritado por las reiteradas tibiezas de Rodríguez Zapatero con el golpismo caciquil en Honduras, el terrorismo israelí en Palestina o las aventuras coloniales de la OTAN en Afganistán o Libia),…
¿Victoria del PP o suicidio del PSOE, entonces? Más bien lo segundo. ¿Y por qué? La explicación es tan sencilla como desazonante: aún con una potencial mayoría social progresista en las calles y las instituciones al alcance de su mano, los poderosos intereses empresariales que comparten el gran capitalismo corporativo y las élites jerárquicas del PSOE impiden al gobierno plantear una respuesta anti-neoliberal a la crisis del neoliberalismo. ¿Cabría esperar otra cosa de personajes como Miguel Sebastián, Miguel Boyer, Pedro Solbes, Joaquín Almunia, Cristina Garmendia o Elena Salgado, empapados hasta el tuétano de ideología neoliberal y con sus agendas repletas de lucrativos contactos entre la gran empresa y la banca, cuando no ellos mismos banqueros o grandes empresarios? Evidentemente, no. ¿Prefieren estas oligarquías, cobijadas bajo una falsaria bandera socialdemócrata, ganar elecciones por la izquierda o proteger los intereses que comparten con el gran capitalismo? La respuesta ha quedado diáfanamente a la vista en estas urnas del 22-M, y va sonando la hora de que las bases progresistas del PSOE y de la UGT decidan si sus lealtades y esperanzas están con el nobilísimo legado de Manuel Azaña, León Blum, Olof Palme o Salvador Allende, o con las interminables marrullerías de unas jerarquías absolutamente desideologizadas, malacostumbradas a los privilegios de la política profesional y serviles ante las rebosantes billeteras de BSCH, Endesa, Telefónica y el resto de grandes tiburones corporativos de este país.
Respecto al movimiento Democracia Real Ya que ha llenado las calles y plazas españolas en un tan masivo como inteligente ejercicio de desobediencia civil noviolenta, es aún pronto para hacer valoraciones más allá de la sorpresa y el aplauso ante un inesperado movimiento cívico, inequívocamente progresista, con cuyas demandas de justicia social y profundización democrática resulta difícil no simpatizar. Cabe acaso apuntar, contrastando lo sucedido en las plazas y en las urnas, el muy escaso impacto que el movimiento ha tenido en los resultados de las formaciones a la izquierda del PSOE, y muy especialmente de Izquierda Unida, en lo que supone un severo toque de atención a la única formación política con presencia parlamentaria que presenta un programa político abiertamente anti-neoliberal, pero cuyas estructuras y procesos organizativos siguen estando muy lejos del vivir y del sentir de esa calle roja, verde y violeta (esto es, anticapitalista, ecologista y feminista) de la que IU pretende ser referente electoral -un toque de atención que puede hacerse extensivo en el plano sindical a UGT y CCOO, cuya huelga general de septiembre de 2010, tan necesaria como insuficiente, careció por completo de la vivacidad activista y la riqueza expresiva de las manifestaciones y acampadas de Democracia Real Ya.
Mención aparte merece el excelente resultado de las candidaturas de Bildu, tras su legalización por el Tribunal Constitucional a la vista de unos estatutos jurídicamente impecables y plenamente comprometidos con el fin de la violencia política en Euskadi. Una gratísima noticia que confirma el paso firme y seguro con que avanzan la apuesta por las vías exclusivamente democráticas de la izquierda independentista vasca y, en consecuencia, el proceso de pacificación y reconciliación. Junto con la inesperada primavera cívica de las manifestaciones, asambleas y acampadas de Democracia Real Ya, el único resto inequívocamente positivo que dejan a su paso estas urnas de mayo, convertidas en evidencia resonante de la grave crisis que, a remolque de la catástrofe económica y social, atraviesa nuestro sistema político. Una crisis que se cierra sobre sí misma en un bucle autodestructivo con el crecimiento sostenido de una derecha formalmente democrática, pero atravesada por virulentas pulsiones corruptas, integristas y autoritarias, y con la incapacidad de la izquierda transformadora para convertirse en una alternativa electoral atractiva y viable frente al completo desfondamiento ético y político de la socialdemocracia española.
Blog del autor: http://jfmoriche.blogspot.com
[Publicado originalmente en el nº 15 (mayo de 2011) de Ambroz Información. Edición digital en www.radiohervas.es]
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