Hace días que no veo a mi nieta Lola. Anda enfrascada en eso que se está llamando Movimiento 15-M. Duerme en la Puerta del Sol, asiste e interviene en las asambleas, colabora en la organización, redacta documentos, hace bocadillos, traduce, graba vídeos: vive. Mi nieta, como los acampados y simpatizantes, está viviendo su política real […]
Hace días que no veo a mi nieta Lola. Anda enfrascada en eso que se está llamando Movimiento 15-M. Duerme en la Puerta del Sol, asiste e interviene en las asambleas, colabora en la organización, redacta documentos, hace bocadillos, traduce, graba vídeos: vive. Mi nieta, como los acampados y simpatizantes, está viviendo su política real en tiempo real. Aunque solo fuera por ese soplo de instante asociativo que recorre, aparente fantasma anticapitalista, una parte de la juventud, esta curiosa insurrección popular merecía la pena. Miles de personas apoyan esta protesta, algunas organizaciones políticas (minoritarias) respaldan a los indignados: monopolizaron la campaña electoral y la rancia voz de los analistas. El 15-M tiene entidad propia y espontaneidad creativa, resuena en las asambleas, y camina. Lo interesante sería saber hacia dónde.
El Movimiento 15-M es heterogéneo, diverso en la composición de clase de sus actores. Militantes anticapitalistas de los centros sociales ocupados -¿qué fue de los Foros?- se mezclan con hijos del bienestar que no quieren quedarse fuera de su pequeña Historia. Estudiantes apolíticos (sin trabajo y tecnologías Mac) comparten tienda de campaña con experimentados activistas, curtidos en mil batallas. La masiva presencia durante los fines de semana demuestra que todos quieren un día decir, como en el mayo francés: «yo estuve allí». El Movimiento es plural, confuso, y proclaman, cada dos por tres, su desprecio (indiferencia) por los partidos y sindicatos. «No nos representan» es una de las frases más coreadas. No diré -a mi edad, podría- que este punto de vista es reaccionario. No lo diré, insisto, pese a que la idea de que todos los políticos son iguales y que los sindicatos (representantes más o menos acomodados de los trabajadores) descansan sobre el presupuesto público, provenga de la reacción antidemocrática. Cada vez que oigo decir que un representante político gana mucho o que un cuadro sindical es un parásito sospecho. Disculpen: es una manía. La reacción se esconde, sin apenas dejarse ver, en las palabras aunque algunos de mis queridos colegas revolucionarios vean en estas protestas el germen del comunismo (ay) en marcha. Mi admirado Antonio Negri, il cattivo maestro, vio en las impresionantes huelgas de Francia de 1995 (con la solidaridad que se creó durante unas semanas: nunca fue más lejos del autostop por las avenidas, al estar paralizado el transporte público, y la aparición masiva de la bicicleta) al nuevo sujeto biopolítico: el mismo sujeto que (ya no biopolítico, claro, sino conservador), años después, saludó con entusiasmo la llegada de un farsante neoliberal como Sarkozy. En ocasiones, y ya son muchas, proyectamos nuestros deseos de radicalidad -sin Freud por medio, por ahora- sobre una realidad tozuda y sus actuantes que muestran parte de su disconformidad (legítima) con un hedonismo lírico (amor y libertad bajo las carpas, protegidos por los antidisturbios) de una acción espectacular sin consecuencia práctica.
Lola llega de madrugada, agotada. Me levanto y tomamos café con galletas. Nada más triste que una galleta mojada, pienso. Escucho. Me cuenta su experiencia política, el día a día. Lleva desde la primera noche metida entre bambalinas y su rostro refleja el cansancio de la batalla. ¿Por qué no nos han desalojado? ¿En qué ajedrez político estamos metidos sin saberlo? Algunos comerciantes de la zona han participado (increíble pero cierto) en asambleas. Se abrirán pasillos para que los transeúntes puedan acceder al pequeño comercio, resuelven. Me sorprendo. La Spanish revolution comprende el drama del comercio local. Lola está viviendo su instante revolucionario y no seré yo, marchita y fumadora, la que venga con la manguera (pesimista) de la teoría revolucionaria clásica. Sin organización, repetía Gramsci, no hay nada: ni movimiento, ni ideas, ni posibilidad política de transformación social. ¿Cómo es posible organizar la pluralidad? ¿Es acaso posible? Leo a los pensadores alternativos, algunos amigos, saludar el Movimiento 15-M como se abrazaba (entusiasmo sin límites) a los bolcheviques o a los barbudos cubanos: otra proyección del deseo. Este Movimiento es tan diverso que permite infinidad de interpretaciones: cada uno ve lo que quiere, lo que desea ver, lo que su mirada añora. Desde la prolongación mediterránea de las revueltas en los países árabes hasta un «brote verde», hijo de Mayo del 68. Y todos, por así decir, «indignados»: la palabra clave, el fetiche. Indignados. ¿Indignados? ¿Realmente la juventud madrileña y, por extensión la que está participando en estas acciones políticas (ellos dicen sociales, huyen de la política por ser actividad contaminada) por toda la geografía nacional (e internacional) están indignados? ¿Son conscientes de la precariedad que se les viene encima y por eso protestan? ¿Creen que las formas tradicionales de lucha y participación política están agotadas e inventan, con sus acciones, otras nuevas? Desde luego la asamblea autogestionada como instante revolucionario (el tiempo detenido, renaciendo) es una ilusión transformadora, un momento de belleza participativa, salvaje y espontánea, y debe ser defendida, pero de ahí a que sea una nueva construcción política, aunque provisional, dista mucho. Y mientras tanto, ni partidos ni sindicatos: «que no, que no nos representan». Y dale con la letanía reaccionaria. No olvidemos que cuando la juventud se tira a la calle (es un decir) y grita esta consigna no está pensando en el PP ni en sus Juventudes. Lola cree que el Movimiento 15-M es extraño, hermoso, variado y lleno de energía pero algo en su mirada denota inquietud. Hay mucha gente, abuela, que lleva dos semanas trabajando en Sol y dice que es apolítica. Moderno tancredismo inverso, pienso. Lo de «abuela» incordia, pero me callo.
Busco documentos en la pluralidad del Movimiento 15-M y me topo con el Manifiesto de Democracia real Ya. Copio un párrafo a modo de ejemplo: «Somos personas normales y corrientes. Somos como tú: gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean. Unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores. Unos creyentes, otros no. Unos tenemos ideologías bien definidas, otros nos consideramos apolíticos… Pero todos estamos preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que vemos a nuestro alrededor. Por la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros… Por la indefensión del ciudadano de a pie.» Menudo párrafo. Indignaos pero no rompáis nada, es la idea, que nos ha costado mucho pagarlo. De la lucha de clases a «unos somos creyentes, otros no». No haré comentarios.
El 15-M es, en esencia, un movimiento autónomo. Libre, como ellos desean, de la «contaminación política». Apoyemos su iniciativa, saludemos su esfuerzo solidario, alabemos su deseo de cambiar el mundo, participemos, incluso, en las asambleas de barrio o distrito, pero estemos atentos a su evolución. El humanismo posmoderno, uno de los rostros amables del neoliberalismo, parece bastante presente -por cierto- en esta protesta. Seamos críticos -interpretemos la realidad en términos de práctica política y acción transformadora- pero seamos justos. De lo contrario, nos habremos equivocado una vez más. Al menos eso dice Lola, antes de quedarse dormida con el ordenador en el regazo.
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