Los relámpagos anaranjados de los revólveres no cesan en ningún momento de esta jungla enmarañada en la miseria centroamericana. Ya ni siquiera importa quien mata a quien, si es por error o venganza, o miedo o por cobrar las cuentas perdidas de la humanidad; lo que importa es que murió acribillado a bala desnuda un […]
Los relámpagos anaranjados de los revólveres no cesan en ningún momento de esta jungla enmarañada en la miseria centroamericana.
Ya ni siquiera importa quien mata a quien, si es por error o venganza, o miedo o por cobrar las cuentas perdidas de la humanidad; lo que importa es que murió acribillado a bala desnuda un músico firme con su guitarra al hombro, como quien lleva el mundo en las espaldas, así murió Facundo Cabral, apagado de repente en el asiento de cuero de un auto de lujo, acompañado por error de un momento equivocado en su vida.
Pudo haber sido asesinado, en El Salvador Martha Martínez, vendedora de tortillas, o Carlos García en Honduras, de oficio albañil, o quien sea en Nicaragua, o muerto por lujuria desenfrenada en la pacífica Costa Rica, o en Guatemala Facundo Cabral; lo brutal de esto es la realidad incandescente que brota de la sangre desparramada en nuestros países, que sin asco solo lamentan el dolor de los demás, y sin pena ni gloria se entierra en el fondo del olvido.
Perdón al mundo por esta Centroamérica Cabral que se lleva a lo fecundo de la existencia.
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