«No tener postura es estar invertebrado. El arte político es una anacronía pura. Las obras de arte que sólo están preocupadas por lo que llaman la forma -no existe una forma sin ideología- no me parecen más interesantes o audaces que la mayonesa o el talco». Heriberto Yépez (LDNM, nº 14, enero de 2005) Víctor […]
«No tener postura es estar invertebrado. El arte político es una anacronía pura. Las obras de arte que sólo están preocupadas por lo que llaman la forma -no existe una forma sin ideología- no me parecen más interesantes o audaces que la mayonesa o el talco».
Heriberto Yépez (LDNM, nº 14, enero de 2005)
Víctor Lenore dio en el clavo cuando, en una entrevista reciente en la revista Rockdelux, le dijo al músico Fernando Alfaro que era mucho más sencillo hacer música alternativa que letras alternativas. En el pop y en el rock es más habitual hablar de conflictos individuales que colectivos, aunque ambos nos afecten a todos por igual. No es de extrañar, escribir una buena letra política ciertamente es complicado. Por otro lado, no se me ocurre un modo más honesto de explicar problemas personales que escribir sobre conflictos colectivos.
Es lo que he intentado hacer, con mayor o menor fortuna, en los dos proyectos musicales en los que he estado involucrado hasta ahora: Garzón (después Grande-Marlaska) y Robo. Cuando terminamos El momento de hacer, el único álbum de Grande-Marlaska, hubo una curiosa división de opiniones sobre las letras. Salvo excepciones, a la gente del mundo musical solían parecerles muy crípticas, mientras que algunos compañeros implicados en diferentes movimientos sociales me decían que canciones como la que daba título al disco eran de lo más político que habían escuchado en mucho tiempo. Le di muchas vueltas a este asunto y terminé llegando a la conclusión de que quizá había pasado el tiempo de las letras políticas abstractas, tipo Fugazi, y me propuse escribir de un modo mucho más claro. Hacer una canción política que se entienda sin demasiada dificultad y que no sea un panfleto no es tarea fácil. A mí me han ayudado mucho folksingers como Woody Guthrie, Pete Seeger o Phil Ochs, pero también experimentos tan meritorios como el del músico neoyorquino Jeffrey Lewis llevando a su terreno 12 canciones del grupo de punk anarquista Crass. Más cerca, la forma de entender la canción popular que cultivó Chicho Sánchez Ferlosio ha sido otra fuente de inspiración constante.
Con estas premisas, nacen las primeras canciones de Robo, un proyecto colectivo con un plan de trabajo más cercano al periodismo que a una producción musical al uso. Grabamos una canción a la semana. Tenemos seis días para terminarlas y pensar en posibles colaboradores. Hasta el momento Robo hemos sido Karlos Osinaga (del grupo Lisabö y la plataforma Bidehuts), Joseba Irazoki (camaleónico músico vasco con unos cuantos discos a sus espaldas y actual guitarra de Atom Rhumba) y yo, pero poco a poco se va sumando más gente. Los últimos han sido Mursego, Giorgio Bassmatti, Miguel Brieva y Guillermo Zapata. No estaría mal convertir Robo en una especie de Wu Ming musical, privilegiando la importancia de la obra sobre la persona que la produce.
La estética y la capacidad de representación
No está claro que pueda existir un arte apolítico. El artista Rogelio López Cuenca lo explicaba en una entrevista en Ladinamo hace un año: «Se tiende a interpretar el arte o artista político con referencia al modelo engagé, comprometido, pero esas etiquetas califican más al que las pone que a lo etiquetado, que lo que está intentando es quedarse fuera él mismo de la foto, cuando no hay arte que no sea político, desde las películas de ‘entretenimiento’ como las de Disney o las de Rambo, al cabezón de la inocente nieta, pobrecita, de Antonio López en Atocha. El arte político no necesariamente tiene que ser crítico con el establishment; al contrario, la mayoría lo sirve, y encantado. Lo que hay que distinguir es si ese papel político lo cumple en un sentido u otro, si reafirma o cuestiona no sólo el orden social sino los propios códigos y los canales que utiliza».
Esto no significa que exista una función política del arte o de la estética, al menos si nos tomamos en serio los términos función (causalidad) y política (transformación de las relaciones de poder). Es decir, la estética, el arte, tiene poco impacto directo sobre las transformaciones históricas en comparación con otras esferas y tiende más bien a ser consecuencia que causa de las relaciones de poder. Refuerza los resortes del poder de una clase dominante pero, evidentemente, no los define. Lo que tiene la estética es capacidad de representación. Por tanto, representar que la estética es una función de las relaciones de poder, que está incrustada en la realidad social, que estas relaciones de poder son injustas y adelantar que, de alguna manera, unas nuevas relaciones de poder más igualitarias necesitarán una nueva estética, sí es propio del arte. Esto, aunque no sea una función política propiamente dicha, es lo que separa a unos artistas de otros, la capacidad y la voluntad de representar una posición u otra. Y por eso afirmamos que la neutralidad no existe, porque es imposible que un artista no haga referencia a algo que está en la realidad social. Entre las cosas que puede y debe de hacer un escritor o un músico está definir la realidad a la que se quiere referir.
Música y política
La trayectoria de Crass fue un ejemplo perfecto de todo esto. Cuando en el seno del grupo creció la sospecha de que la música no cambiaba las cosas, se separaron. No querían hacer música política, sino música y política. Hablamos de un grupo cuyas canciones anti-Thatcher fueron discutidas en la Cámara de los Comunes y posteriormente borradas de las listas de éxitos. Pero la ausencia de un significado político directo en la música tampoco es algo que debiera desanimarnos. Además, uno nunca termina de saber muy bien por qué hace canciones, pero, si nos ceñimos al momento político actual, resulta que sí que hay una razón que emerge con fuerza. El 15M ha sido una explosión en todos los sentidos, donde cada uno ha contribuido con lo que mejor sabe hacer o con lo que puede (o le apetece) aportar. En mi caso, siempre he estado implicado en colectivos sociales, pero en los últimos años también he sentido la necesidad de expresarme musicalmente ante realidades que sentía que me interpelaban personalmente. La intención de un proyecto como Robo es, por tanto, contribuir a la banda sonora de lo que está sucediendo. Me consta que otros músicos con más talento que yo llevan tiempo pensando en su función como artistas y que, espoleados por estos momentos de urgencia, están escribiendo canciones que se relacionan de alguna manera con los grandes asuntos que están animando este magnífico resurgimiento de la política. Lo cual, como lo que está creciendo en nuestras plazas y barrios, era previsible porque es inevitable.