José Miguel Varas Morel, fallecido el 23 de septiembre, comenzó a desarrollar una brillante carrera de periodista a la tierna edad de 13 años en el Instituto Nacional, con la revista «El Culebrón». Estudió leyes un par de años y fue alumno de literatura y filosofía. Contribuyó desde todos los frentes y formatos a generar […]
José Miguel Varas Morel, fallecido el 23 de septiembre, comenzó a desarrollar una brillante carrera de periodista a la tierna edad de 13 años en el Instituto Nacional, con la revista «El Culebrón». Estudió leyes un par de años y fue alumno de literatura y filosofía. Contribuyó desde todos los frentes y formatos a generar comunicación social. Fue por ese motivo que pensamos junto con mi tío, el fotógrafo Raúl Urrea, entrevistarlo para que hablara de televisión.
Sin duda, José Miguel era la persona indicada. Había estado a cargo del área de prensa de Televisión Nacional de Chile durante la Unidad Popular, toda su obra tenía una estricta responsabilidad y ética, y su trabajo en Radio Moscú y en la revista «Rocinante», fue comprometido y brillante.
Premio Nacional de Literatura el 2006, escribió entrañables obras que lo caracterizaron por su versatilidad. Su diagnóstico certero, su análisis profundo, que pasa por la historia, el movimiento estudiantil, la tragedia, el espectáculo e incluso el fútbol y sobre todo, su capacidad para generar estrategias avaladas por su convicción de estar frente a un cambio social, quedan registrados en ésta, la última entrevista a José Miguel Varas, que hasta los 83 años se entregó con pasión al oficio de periodista.
Esta entrevista se efectuó el jueves 8 de septiembre en el departamento en que el Premio Nacional de Literatura vivía con su esposa, Iris Largo.
Usted fue el encargado de llevar adelante el área de prensa de Televisión Nacional durante la Unidad Popular, ¿qué proyecto país tenía la televisión para Chile?
«La televisión en ese tiempo fue parte del conjunto de transformaciones que Chile experimentaba en temas sociales y económicos. Naturalmente las personas que dirigían el gobierno se hicieron cargo, desde el Estado, de las expresiones sociales y culturales, tendiendo a crear una televisión diferente. Una televisión cercana a la realidad, que reflejara los problemas y dificultades de la gente y la fuerza que se desprendía del movimiento de la Unidad Popular, que era extraordinaria y se manifestaba en intentar dar soluciones a esas problemáticas. También la televisión intentaba dotar de riqueza cultural, a través de la producción de obras televisivas, por ejemplo de teleteatros. Muy importantes y recordadas hasta ahora son series como Balmaceda , y por supuesto se daba posibilidad de expresión a aquellos que no habían tenido nunca una tribuna más o menos amplia: los cantores populares, los investigadores del folclor, etc. La televisión era parte de un programa muy amplio en el sentido político, aun teniendo una tendencia. No pongo en duda que hubo algún error en el exceso de celo de parte de alguien, sin embargo lo importante era que teníamos una televisión sintonizada con el país, y por supuesto con el gobierno, cosa que rara vez ocurre en Chile, o nunca, salvo en esa ocasión».
El poder de la TV
¿Cuál es la importancia de la televisión en la sociedad?
«La televisión funciona con argumentos que tienen un refuerzo tremendo otorgado por el poder de la imagen. Prácticamente no hay nada comparable a la influencia de la televisión y su capacidad de capturar a la audiencia y de tenerla hipnotizada».
¿Falta entonces recuperar una televisión que no sólo capture al telespectador, sino que también lo induzca a participar de la realidad?
«Eso tiene que ver con la transmisión de contenidos de todo tipo. Hablando a la manera de los revolucionarios históricos, Lenin decía que de todas las formas de arte, la más importante para los bolcheviques era el cine. En esos tiempos la televisión no existía, pero el cine, por el hecho de que concentra a un grupo de personas que en penumbras miran una imagen, es comparable con lo que sucede con la televisión. La diferencia entonces fue la capacidad que el cine tuvo para enviar un mensaje que fue captado por los espectadores, y contribuir a movilizarlos. Eso era lo que Lenin consideraba esencial del cine, y era por lo cual lo definía como la forma de arte más importante en ese momento. Estas consideraciones podríamos creer que son puramente pedagógicas y que enseñar a la gente mediante la televisión podría resultar un error. Pero lo más importante durante la Unidad Popular fue el reflejo que podía ver la gente de sí misma y de lo que ocurría, incluso cuando la problemática se hizo presente en la contradicción entre las fuerzas que habían sido desplazadas por el poder popular y éste».
¿No cree usted que hay una tendencia muy marcada de la televisión a buscar la tragedia?
«Esa es una característica de la prensa en televisión, de cómo se ha desarrollado históricamente ese periodismo por la gran influencia norteamericana, para él lo importante es lo sensacional y a menudo lo sangriento. Eso es lo que conmueve profundamente a las personas. Estos móviles no eran los que nos motivaban a nosotros cuando hicimos prensa a través de la televisión. Lo que nos interesaba era mostrar el claroscuro de la realidad, la complejidad de la vida. Reconozco, por cierto, las variadas dificultades que tuvimos que atravesar. Recuerdo un programa muy notable, llamado Póngale el hombro, que fue un estímulo para el trabajo voluntario que tuvo gran desarrollo durante la Unidad Popular. Gracias a esos testimonios, que relataban lo que la gente estaba experimentando, se alimentaba un grado de participación muy alto».
El pueblo queda bastante lejano al protagonismo, en la televisión actual…
«No hay participación real. A la gente se le pide la opinión para saber si están sintonizando este u otro canal. Ese es el único feedback posible. En sus inicios, la señal de televisión estaba sujeta a una institución universitaria. Pero luego se abrió para que cualquier privado pudiese emitir lo que se le ocurriera. Por eso es complejo, porque evidentemente el periodismo que se hace en televisión está sujeto a los intereses comerciales del canal. Luego está al servicio de una determinada orientación política enmascarada, lo que significa además, con las técnicas modernas, la posibilidad que se expresen voces diferentes para dar la sensación de objetividad. Muy norteamericano por lo demás. Entonces, el hecho de que haya voces disidentes, toleradas en cuanto a volumen, es una necesidad para ellos, porque así reflejan una supuesta realidad. Pero cuando se trata de temas trascendentales para el sistema, esa objetividad desaparece, porque nunca existió. Siempre fue una ficción».
Los conflictos
y la tragedia
¿Qué le parece el tratamiento en TV del conflicto estudiantil? Ha tenido gran cobertura, pero de todas formas no ha sabido explicar qué hay detrás de las marchas.
«Ese es el déficit de la información, no explicar claramente qué es lo que está en juego. Y hay que tener cuidado, porque efectivamente la cobertura es muy amplia y registra las opiniones de los dirigentes estudiantiles que son partidarios de los cambios en la educación. Ahora, hay que ver las proporciones en que esto se refleja, porque también hay cobertura, y desmesurada, para difundir la violencia al final de las marchas. Es complejo, pues esto indica un malestar social, que se manifiesta de esa manera porque no tiene otra forma de expresión política, pero este fenómeno no es explicado. El tema de la educación preocupa a todas las familias porque están esclavizadas, haciendo esfuerzos sobrehumanos para mantener a sus hijos en la universidad o para educarlos en un sistema de crédito usurario, con aranceles desmesurados, que llevan a que se produzca este tipo crisis».
Se le ha sacado el jugo a la muerte de Felipe Camiroaga, centrando la noticia en el dolor y en las manifestaciones de una sociedad cristiana que no busca responsables. ¿Qué piensa de estos discursos que se emiten desde la televisión como oficiales o de consenso, sin antes haber debatido respecto a estos temas, prácticamente tabús?
«Hay una manipulación tremenda de los sentimientos de la gente. Evidentemente se produce una gran identificación con algunas figuras de la televisión con mucha capacidad de comunicación, con gran simpatía personal, incluso con cualidades humanas notables en algunos casos, que los conecta con un público masivo. Por eso, la pérdida trágica es un episodio de una gran teleserie en donde estamos todos metidos y que va desarrollándose día tras día, con el hallazgo, o no hallazgo, de más restos del avión y de las personas. Además de un tremendo despliegue tecnológico para localizar esos restos, en el cual el Estado no se fija en gastos, que deben tener costos muy altos.
Es cuando uno se pregunta dónde están las prioridades. ¿Por qué esos recursos no sirvieron para hacer un aeródromo seguro? Sólo hay un cobertizo pequeño. No hay torre de control. O sea, es de la precariedad más absoluta, que demuestra el abandono terrible en que se encuentran muchas regiones, en contraposición con este despliegue tecnológico y de precisión militar. No sé hasta qué punto la gente puede abstraerse de estos fenómenos, con todo lo que tienen de emocional. Se debe meditar más a fondo sobre las cosas que están en juego, lo que demuestra el fenómeno curioso que se da en este caso, donde los muertos se convierten en una especie de santos por la familiaridad que tienen con el público».
Algo está cambiando
Las señoras que están muy acongojadas por la muerte de Camiroaga no siempre adscriben a las luchas progresistas que él dio por medio de la televisión. No tuvo mucho eco a pesar de la fuerza de su personaje, que también publicitaba créditos de consumo de una tienda.
«El fenómeno de la televisión es una forma de esclavizar a la gente, en términos de la manipulación ideológica. Pero por otra parte, hay una necesidad de registrar otras cosas. No hay que extremar lo negativo, porque creo que esas causas, y es lo que estamos viendo este año en especial, sí tienen un eco bastante grande, incluso más grande que en otras épocas. Hace dos o tres años nadie se hubiese imaginado semejante manifestación por un tema medioambiental como el de HidroAysén. Algo cambia en el país. La sensación de fracaso de este sistema se da en todos los ángulos. Se está experimentando el fracaso de lo que aparentemente ofrece: bienestar, estabilidad, felicidad para las familias, abundancia, y sobre todo capacidad de mejorar el status de la gente. Es decir, la gente se ha dado cuenta de la gran farsa del capitalismo desregulado que vivimos en Chile».
¿Cómo podríamos generar un proyecto político de televisión para Chile?
«Quizás replicando lo que se hace en países más desarrollados. Organizar grupos que formalmente se dediquen a hacer presente temáticas importantes en la sociedad que la televisión ayuda a falsear y ocultar. Un fenómeno serio y grave es el que ocurre con los mapuches, en cuanto a su problemática de tierras, de violencia policial constante a que se los somete. Todo esto no existe en la mayoría de las pautas de televisión. Aparece solamente cuando son tres los meses en huelga de hambre, o cuando algún incendio afecta a un terrateniente de la región. La pauta noticiosa no toma en cuenta los procesos más serios y profundos que están ocurriendo. Muchas veces noticias gordas se pasan por alto simplemente, cuando no corresponden a lo que se ha ordenado destacar».
Hay prensa independiente que está surgiendo, pero aún no es capaz de seducir a la audiencia acostumbrada a los viejos esquemas del capital. ¿Qué me recomienda para que mi abuela, mi tía, mi mamá, no caigan en esta trampa, para que entiendan que la realidad es la realidad y la televisión es la televisión, aunque pretenda hacer creer que es reflejo de la realidad?
«El conjunto de ideas dominantes es bien difícil de abolir. Por eso recomiendo paciencia, constancia, tenacidad para los efectos de convencer a la gente y hacerla profundizar en su propia experiencia y distinguir entre lo que es el sistema y lo que es la vida. Muchos de los problemas son agudos para la gente y es fácil que adquieran conciencia de ellos, en la medida que puedan liberarse de este mundo de fantasía que la televisión crea en nuestras cabezas».
Publicado en «Punto Final», edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011
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