Cautiva y desarmada la democracia, un ejército de tecnócratas está tomando estos días las últimas posiciones en esta Europa desmantelada. La conquista se produce sin pasiones, sin deleitarse en la excitación de la batalla. A diferencia del soldado de infantería que avanza hacia el enemigo a bayoneta calada y borracho de su propio miedo, el […]
Cautiva y desarmada la democracia, un ejército de tecnócratas está tomando estos días las últimas posiciones en esta Europa desmantelada. La conquista se produce sin pasiones, sin deleitarse en la excitación de la batalla. A diferencia del soldado de infantería que avanza hacia el enemigo a bayoneta calada y borracho de su propio miedo, el tecnócrata no necesita del alarido sordo para entrar en combate. Él es un profesional, sus movimientos son fríos, meticulosos, asépticos. Su estrategia y su oficio son los del francotirador. Su vocación la del asesino a sueldo.
Porque el tecnócrata no engaña. Protegido por la seguridad de ser presentado como el guardián de los arcanos técnicos, no siente pudor porque se conozca quién le paga la soldada. Lo hemos visto estos días en Italia. Allí las fuerzas tecnócratas que asumen el relevo de Silvio Berlusconi lo hacen capitaneadas por Mario Monti , veterano consejero de la Goldman Sachs. Su hombre fuerte es Corrado Passera , delegado del poderoso banco Intesa San Paolo. La misma transparencia s e da en Grecia, donde Lucas Papademos , ex vicepresidente del Banco Central Europeo, toma las riendas de un pueblo al que los expertos y analistas condenan como a Sócrates a tomar la cicuta de la sumisión y el silencio.
Solo en las movedizas tierras de la cultura parece sentirse inseguro el tecnócrata económico. Por ello, en esas devaluadas geografías no duda en cederle el protagonismo al tecnócrata de Dios que ha demostrado su oficio durante siglos en la defensa de los intereses eternos de la Santa Madre Iglesia. Por eso vemos a Lorenzo Ornaghi , rector de la Universidad Católica de Milán y director del no menos católico diario Avveniere , asu mir una cartera siempre sospechosa de acabar cobijando a intelectuales orgánicos de gramscianas inclinaciones.
Italia retoma así la íntima fusión entre la bolsa de Milán y el Vaticano como fórmula para salir de la crisis, como España sufrió durante décadas la unión del cuartel y la sacristía. De hecho, la simbiosis del sable y el rosario del franquismo originario fue, en cierto modo, una versión carpetovetónica avant la lettre de la actual tecnocracia, solo que entonces las cicatrices y muñones de Millán Astray suplían la falta de masters en Harvard. A fin y al cabo, como los tecnócratas de hoy, Franco optó por lo práctico para solucionar los problemas, dejando clara siempre su animadversión por la política y mostrando su admiración por los remedios eficaces como los pelotones de fusilamiento.
El enraizamiento de la tecnocracia dentro de la tradición española en la gestión del Estado, viviría a finales de los años 50 del siglo pasado su peculiar Edad de Oro. Fue gracias a su distanciamiento de la sotana casposa del capellán castrense y a su apuesta por conjugar el desarrollismo con un pragmatismo de sacristía en versión de Escrivá de Balaguer . Uno de los prohombres que obraron el milagro de cambiarlo todo sin mudar en nada fue Manuel Fraga . La otra noche, sus herederos ideológicos y sociológicos enarbolaban banderas frente a la sede del PP, desbordados de felicidad, ansiosos por ver como Mariano Rajoy devuelve a los mercados la fe inquebrantable en la España eterna.
Para los entusiastas peperos es la hora de hacer, por fin, lo que hay que hacer, sin sorpresas ni aventuras. Al fin y al cabo, nadie espera nada del carisma del futuro presidente, ni siquiera que ganara las elecciones. De hecho, si Zapatero necesitó que Atocha quedara envuelta en fuego para alcanzar la Moncloa, Rajoy ha necesitado que el terrorismo financiero internacional haya hecho saltar por los aires la economía española y europea. Así pues de él solo se espera pragmatismo.
Por ello, sus medidas deberán ajustarse al guión desapasionado que escriban los tecnócratas. Tendrán que ir, por ejemplo, en la línea de las directrices que la troika de expertos de la Unión Europea, el Fondo Monetario y el Banco Central Europeo, recetaron la pasada semana a Portugal para superar el apocalipsis: un «recorte sostenido» de los salarios. Y Rajoy no quiere defraudar. Por ello, cuando la canciller Ángela Merkel rompió su silencio de meses y le telefoneó para felicitarle, el próximo jefe del Ejecutivo ya se había apresurado desde el balcón de Génova a mostrarse humilde. Una sumisión que, sin embargo, no evitó que los sacrosantos mercados le aguaran la alegría po cas horas después al mostrarle lo sencillo que resulta poner a un país a los pies de los caballos.
En cualquier caso, no hay peligro de equivocación. El flamante líder de la derecha española adelantó que cumplirá sus compromisos. Además, los asesores que ultiman sus próximos decretos tienen la lección aprendida: hay que impulsar fórmulas limpias, seguir criterios exclusivamente profesionales. La misma gélida profesionalidad que demuestra el verdugo cuando aplica su última vuelta de garrote sobre el gaznate del condenado.
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