El próximo 19 se cumplirán 28 años del asesinato del joven aizkoitiarra Ramón Oñederra. Pistoleros a sueldo del Estado español entraron en el bar en el que se encontraba «Kattu», refugiado en Baiona, y lo asesinaron. Ningún tribunal ha enjuiciado el caso, dictado sentencia y condenado el crimen. Ninguna cárcel guarda a sus asesinos, a […]
El próximo 19 se cumplirán 28 años del asesinato del joven aizkoitiarra Ramón Oñederra. Pistoleros a sueldo del Estado español entraron en el bar en el que se encontraba «Kattu», refugiado en Baiona, y lo asesinaron. Ningún tribunal ha enjuiciado el caso, dictado sentencia y condenado el crimen. Ninguna cárcel guarda a sus asesinos, a quienes dieron la orden, la encubrieron y la ejecutaron. Hace 8 años, la Audiencia Nacional decidió archivar el caso.
A Ramón Oñederra
Hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor hallados, un perro que les ladre, dolientes titulares, un alcalde de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales.
Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios y una lápida triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado año.
Son vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.
Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.
Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la historia van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.
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