Esta entrevista a Patricia Bravo Berli, redactora de «Punto Final» recientemente fallecida, pertenece a un proyecto de rescate de la memoria del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) impulsado por Carlos Liberona, de la Corporación Ayun, que quedó inconcluso cuando Liberona murió. En la iniciativa participaron Pedro Rosas, Andrés Pascal y Elías Padilla, entre otros. La […]
Esta entrevista a Patricia Bravo Berli, redactora de «Punto Final» recientemente fallecida, pertenece a un proyecto de rescate de la memoria del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) impulsado por Carlos Liberona, de la Corporación Ayun, que quedó inconcluso cuando Liberona murió. En la iniciativa participaron Pedro Rosas, Andrés Pascal y Elías Padilla, entre otros. La entrevista a Patricia Bravo la realizó la licenciada en historia Jocelyn Maldonado el 13 de enero de 2009. Aquí publicamos un extracto que ha sido editado por PF. Editorial Ayun estudia publicar esas entrevistas en un libro que entrelace diferentes miradas desde una perspectiva diferente a las versiones disponibles de la historia del MIR.
¿Cuándo ingresó al MIR y que la motivó a hacerlo? «Fue en 1971, tenía 21 años y vivíamos una época de mucha agitación política y social. En la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile fui ubicando mis inquietudes y descontentos, enfocándolos en una perspectiva política. El país que veía no estaba bien. Había que organizar la sociedad de una manera más justa. Por lo tanto, era partidaria de grandes cambios y me sentía de Izquierda. Estuve alrededor de dos años haciendo trabajo en poblaciones. Era reacia a adquirir compromisos con un partido. Entré al Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER) en la universidad. Se leía mucho Punto Final y me sentía identificada con sus opiniones. Aunque independiente de Izquierda, PF apoyaba la línea del MIR a cuyos actos comencé a asistir. Finalmente, decidí vincularme al partido: fue una decisión demorada y muy consciente. Así fue como entré al MIR».
¿En qué tareas participaba? «Me derivaron al área de las comunicaciones. No me gustaba mucho, porque tenía ganas de seguir trabajando en tareas culturales y políticas en las poblaciones. Me sentía bien trabajando en ese ambiente. Pero había otras necesidades y no pude chistar. Comencé haciendo unos programas radiales cortitos, se llamaban ‘Rojo y Negro’, se transmitían como publicidad en algunas radios. El MIR sólo tenía un medio de comunicación, el periódico El Rebelde, que se vendía en kioscos pero que no era suficiente para dar a conocer su mensaje político. Se formó así un pequeño equipo para hacer esos programas que algunas radios aceptaban como publicidad pagada. Después vino el ‘tanquetazo’ de junio de 1972. El MIR estaba negociando la compra de Radio Nacional, una antigua emisora, pequeña y con pocos medios. El día del ‘tanquetazo’ nos ‘adueñamos’ de la radio. Al comienzo era un trabajo muy caótico, siempre la radio estaba llena de gente. Había unas pocas máquinas de escribir antiguas, teníamos que hacer cola para usarlas. Después todo se fue organizando mejor. Me quedé en el equipo estable de la radio hasta el golpe del 73. Ese año también comencé a colaborar en Punto Final«.
El día del golpe ¿El día del golpe estaba en la radio? «No, estaba en mi casa. A las 8 de la mañana me llamó una compañera para avisarme. Se nos dio orden de ir al centro pero no a la radio, cuyas antenas habían sido bombardeadas. Teníamos que juntarnos en casa de otra compañera que vivía cerca del cerro Santa Lucía. Yo vivía lejos del centro y me costó mucho llegar. En el cerro había un tiroteo. Me tuve que refugiar en un departamento, hasta que pude salir en un auto que me llevó a casa de otra compañera. O sea, lo que hice fue darme vueltas sin encontrarme nunca con el grupo de la radio. En los días siguientes, bajo toque de queda, nos mantuvimos conectados en una especie de red telefónica. En la radio yo había cubierto información de los cordones industriales y allí tenía muchos contactos. Me comuniqué por teléfono con dirigentes de los cordones Vicuña Mackenna y Cerrillos. Me relataron lo que sucedía en varias industrias cercadas por soldados y carabineros. En su interior habían quedado grupos de trabajadores indefensos, sin posibilidad alguna de ofrecer resistencia. Fue muy impactante conocer esos testimonios de obreros desarmados ante el poder militar. Una sentía una impotencia enorme de no poder ayudar. Esa es la historia del 11 que yo viví».
¿La figura de Miguel Enríquez era muy lejana a ustedes? «No, era muy cercana, porque él se movía mucho en los años de la Unidad Popular. Estuvo en varios actos, participó en algunos debates, pero yo no tuve contacto directo con él. A Van Schouwen me tocó acompañarlo cuando tuvo un encuentro con trabajadores de la construcción de la zona sur de Santiago. Fue una experiencia muy linda. Bautista tenía fama de ser muy teórico, lejano a la gente común. Sin embargo, ahí lo vi desenvolverse sin problemas. La mayoría de la asamblea eran comunistas y no lo recibieron muy bien. Pero a través del diálogo y la conversación, se los ganó. Los dirigentes del MIR eran muy valiosos, muy inteligentes, de mucha sensibilidad, macanudos realmente».
¿Y sobre Allende, qué podría decir? «Para nosotros, en esa época, lo reconozco con sinceridad, Allende era sólo un reformista. Claro, había simpatía porque nos cambió la vida, abrió la posibilidad de hacer cosas, el pueblo comenzó a movilizarse. Pero nos daba rabia que no fuera más firme, que cediera terreno, como cuando incorporó a los militares al gabinete. Esas cosas las veíamos como signos de debilidad. Fue una etapa muy compleja y era difícil tener una opinión muy centrada. Pienso que tuvimos una actitud excesivamente crítica respecto al presidente Allende. Después me di cuenta que Allende fue un hombre realmente consecuente con lo que pensaba, que se entregó a lo que creía y que hizo lo mejor que pudo desde los límites que le imponía la realidad».
En la clandestinidad De su experiencia en el MIR, ¿qué rescata como militante? «Creo que históricamente el MIR tuvo importancia en el sentido de mostrar un camino distinto al que veía hasta ese momento toda la Izquierda, lo que llamábamos el reformismo, o sea la idea de avanzar por etapas a través de sucesivas reformas. El MIR tenía, yo creo, una visión innovadora respecto al rol de los pobres del campo y la ciudad en un proyecto revolucionario. Se realizó un trabajo muy interesante en la organización y concientización de esos sectores. También hay que destacar la actitud que adoptó el MIR después del golpe. Puede ser criticable por varios aspectos, pero el hecho de quedarse en el país y resistir fue ejemplar. No se trataba de quedarnos a brazos cruzados, sino de hacer algo, de no dejarnos aplastar así no más, de resistir de alguna manera. Esto fue consecuente con lo que había sido el MIR y con lo que sentíamos muchos de nosotros que debíamos hacer. Eso lo rescato, rescato la entrega de mucha gente valiosa. Políticamente, claro, hubo una derrota. El MIR no consiguió su objetivo y fue prácticamente destruido».
¿Usted estuvo en la clandestinidad? «Claro, después del golpe nos quedamos en Chile con mi compañero, que también era del MIR(*). A partir del golpe comenzamos a convivir, como una manera de enfrentar juntos lo que viniera. En la primera etapa nos asignaron tareas para intentar reconstituir trabajo sindical. Pero era algo muy prematuro. La represión barrió con la dirigencia sindical. La mayoría estaba presa, fuera del país o muerta. Nuestro trabajo era mínimo, había mucho temor. Más que nada lo que hicimos fueron contactos puntuales en algunas empresas, enterarnos del ambiente interno y hacer algo de propaganda. En 1979 pasamos a trabajar en la estructura de agitación y propaganda del partido. Estaba dedicada a la elaboración de El Rebelde, una tarea que había pasado por varias manos y que fue golpeada por la represión. Nuestra misión era dar estabilidad y regularidad al periódico. También hacíamos volantes y elaborábamos consignas. Todo eso mediante sténciles electrónicos -que era un gran avance en una época en que la propaganda se imprimía en mimeógrafos mecánicos y manuales-. La picadora electrónica de sténciles permitía incluir dibujos y así la impresión era de mejor calidad. El Rebelde se entregaba en sténciles a las estructuras del partido, en Santiago y regiones, y éstas lo imprimían. Este fue esencialmente mi trabajo en la clandestinidad, hasta 1988, cuando el MIR comenzó a enfermar…».
¿Y nunca salió del país? «El año 1985 tuvimos que salir porque se produjo un golpe muy cercano a nosotros. El 15 de diciembre de 1984, mataron al compañero Fernando Vergara Vargas, que estaba a cargo de Radio Liberación. Había retornado del exilio y llevaba un par de años trabajando en la parte técnica de la radio, que interceptaba el audio de la señal de televisión con mensajes de la Resistencia Popular. Eran equipos portátiles, se transmitía desde las partes altas de las ciudades, caminando o desde autos en marcha. El asesinato de Fernando Vergara -un excelente diseñador gráfico que también dibujaba para El Rebelde– produjo un repliegue de la estructura de AGP del MIR. Nos ordenaron salir a Argentina, donde trabajaba una sección del partido. Allá seguimos haciendo El Rebelde, cuyos sténciles se enviaban al interior. Después de un año, regresamos al país».
«El Rebelde»: periodismo revolucionario En la clandestinidad, cómo recibían las informaciones y cómo elaboraban la línea editorial de «El Rebelde»? «Trabajábamos con un compañero de la comisión política, Manuel Cabieses, el director de Punto Final, que retornó clandestinamente del exilio en 1979. Era un periodista experimentado y aprendimos mucho con él, que conducía la línea editorial de El Rebelde. Nos llegaba mucha información desde la base social, muchas cosas que no salían en la prensa oficial».
¿Cómo funcionaba el equipo central de «El Rebelde»? «Teníamos una buena fachada en una casa que alquilaban personas legales, que iban a su trabajo todos los días y mantenían buenas relaciones con el vecindario. Eran personas decididas, muy valientes, su aporte fue muy valioso. Se trataba de dos monjas: la hermana Paula (Roberta Rioux, norteamericana, que había llegado a Chile en 1962) y Andrea (Andrée Devaux, francesa, que llegó a Chile en 1969 y que dejó la vida religiosa más o menos en 1979). Estuvieron en Antofagasta hasta 1973 y luego colaboraron en el Comité pro Paz en Santiago. En Pudahuel se relacionaron con el MIR que, por cierto, tenía varios militantes -incluso dirigentes- religiosos. La resistencia a la dictadura le debe muchísimo a personas como Paula y Andrea, que lo arriesgaron todo al hacer suya la lucha del pueblo chileno.(**) En cuanto a la ‘infraestructura’ del equipo central de AGP, eran una máquina de escribir eléctrica con diferentes tipos de letras, una picadora electrónica de sténciles, una fotocopiadora y un laboratorio fotográfico portátil, todo oculto en muebles-barretines, muy bien hechos por compañeros hábiles en carpintería».
Madre militante ¿Usted tuvo hijos? «Solo uno, en 1975. Solamente uno, David, porque las circunstancias era muy difíciles».
¿Y cómo fue esa experiencia como madre militante? «No fue fácil, pero a la vez muy bonito. Me costó decidirme a tener un hijo y asumirlo, porque tenía temor de lo que pudiera pasarle. Pero fue muy lindo porque también me acercó a la vida corriente de la gente. Tratamos de darle a nuestro hijo una vida que fuera lo más normal posible. Pero nunca lo fue totalmente. En varios períodos el niño tuvo que cambiar de nombre, por ejemplo. Por suerte, sin embargo, nunca nos separamos y tuvimos algunos periodos de estabilidad. Después de 1984 y del golpe represivo a nuestra estructura, vino una época de inestabilidad. Eso influía en el niño, que creció con un miedo que nos lo ocultó a nosotros mismos. Creo que hicimos bien y no me arrepiento en absoluto de las decisiones que como pareja tomamos en esa época. Era un tiempo en que se daba la vida por valores que creías justos. Es cierto que tuvimos mucho voluntarismo, mucho. Pero también digo que fue parte de una época histórica, y no éramos sólo nosotros, los miristas, sino también militantes de otros partidos y muchísima gente sin partido la que se jugó la vida. Es difícil ver con los ojos de hoy lo que fue esa época, por eso no soy muy tajante en mis opiniones sobre ese tiempo. Era una época muy difícil, había mucho temor, vivíamos con medidas de seguridad extremas. Mucha gente hizo sacrificios innecesarios, es cierto. Yo trato hoy de no hacer mucha vida alrededor de lo que fue, de no mirar para atrás»
(*) El periodista Leopoldo Pulgar Ibarra. (N. de PF). (**) Al MIR pertenecían varios otros sacerdotes y monjas, como Rafael Maroto (miembro del comité central), Antonio Llidó, Blanca Rengifo y el ex seminarista Germán Cortés Rodríguez (miembro de la comisión política). (N. de PF).
Radio Liberación
Fernando Vergara Vargas, 36 años, encargado de Radio Liberación, del MIR -cuyas emisiones interferían los canales de TV-, fue asesinado por la CNI el 15 de diciembre de 1984. Vergara fue un destacado diseñador gráfico y publicista. Trabajó en Walter Thompson y Veritas Publicidad. En el exilio realizó diseños para la Universidad Nacional Autónoma de México y la Editorial Siglo XXI. Regresó clandestinamente a Chile en 1982 para hacerse cargo de Radio Liberación. Durante el Mundial del 82, RL efectuó 24 interferencias. La señal de TVN fue intervenida en 40 ocasiones, en 1984, con mensaje de tres minutos de la radio clandestina del MIR. Fernando Vergara también dibujaba para El Rebelde, donde creó una historieta: «La Ñatita Rebelde».
Publicado en «Punto Final», edición Nº 748, 9 de diciembre, 2011 www.puntofinal.cl