De nuevo el profesor Vicenç Navarro, claramente contracorriente y abonando terrenos de pensamiento crítico documentado, ha tenido el coraje político e intelectual necesario para no igualar la A y la Z y enseñarnos a los demás a no confundirlas. En «El otro Václav Havel» [1] recuerda cosas tan básicas como, uso su expresión, la promoción […]
De nuevo el profesor Vicenç Navarro, claramente contracorriente y abonando terrenos de pensamiento crítico documentado, ha tenido el coraje político e intelectual necesario para no igualar la A y la Z y enseñarnos a los demás a no confundirlas. En «El otro Václav Havel» [1] recuerda cosas tan básicas como, uso su expresión, la promoción tan sesgada del significado de libertad que hizo el ex presidente checo.
En el coro de elogios y alabanzas levantado tras su fallecimiento, recuerda el doctor Navarro, se ha ignorado «que en su lucha como soldado en la Guerra Fría, Havel fue responsable de hechos y decisiones que cuestionan seriamente su imagen de luchador por la libertad». Así, su sumisión, casi docilidad, «hacia el Gobierno estadounidense y su política exterior, explica su apoyo incondicional a la Guerra del Golfo, originada por el presidente Bush padre…, a la invasión de Irak por el presidente Bush hijo, y su apoyo al bloqueo de EEUU a Cuba, sin expresar nunca ningún apoyo a los atropellos a la libertad que ocurrían en El Salvador, Colombia, Indonesia u otros regímenes dictatoriales o autoritarios próximos a Washington».
El profesor de la Pompeu recuerda que el amor a la libertad de Havel era muy selectivo, muy «según las conveniencias del Departamento de Estado de EEUU». Su supuesta oposición a las dictaduras, a todo tipo de dictaduras, «perdió credibilidad cuando su Gobierno vendió armas a Filipinas, a Tailandia y al ejército liderado por el general Pinochet».
Y no fue sólo su sesgada aproximación a la noción de libertad. Hay otras tan o menos presentables. El gobierno de Havel, recuerda oportunamente Vicenç Navarro, «privatizó la gran mayoría de propiedades y servicios públicos (desde la red pública de escuelas de infancia a los centros de salud), vendiendo grandes empresas públicas y explotaciones agrícolas en términos muy favorables a inversores extranjeros. Gran parte de la infraestructura del país pasó a ser propiedad de empresas extranjeras». Por si fuera poco, «restauró la propiedad de grandes fortunas y haciendas que habían pertenecido hasta 1928 a la aristocracia (del imperio austrohúngaro) y a las grandes familias». Su propia familia fue una de las beneficiarias de la restitución.
Aparte de André Glucksmann, que está para casi todo, Havel fue muy admirado por Madelaine Albright, la ex secretaria de Estado de EEUU. Nadie es culpable de sus admiradores pero algunos nombres no ayudan en absoluto.
Hasta aquí, como siempre, admiración por la información y el coraje político-cultural del profesor Navarro. Pero, también de nuevo, vuelen a colarse en su aproximación un no digo promoción pero sí uso algo sesgado -o cuanto menos impreciso- de la noción «dictadura».
El profesor de la UPF señala, por ejemplo, que no tiene «ninguna reserva en saludar a cualquier persona que haya luchado en contra de una dictadura, sea del signo que sea. Y quiero, además, aclarar que mi persona fue considerada non grata en la dictadura soviética (calificativo que también me otorgó el régimen de Pinochet)».
El uso del término dictadura por parte de Vicenç Navarro es tan amplio que puede llegar a significar con escasa o nula precisión. Pasa en muchos otros casos y por eso es bueno delimitar y matizar. El término «animal» es una categoría que puede hacer referencia tanto a personas tan admirables como Nelson Mandela o Ernesto Guevara como a hienas, irresponsables de su agresividad, o a neoliberales fanatizados sin temblores en el pulso ni vacilaciones en sus acciones antipopulares. ¿Todos son animales? Sí, pero algunos son más animales que otros. Poner en el mismo saco con la misma etiqueta la, pongamos, Hungría de los años setenta con la Argentina de Videla de ese mismo período no parece un éxito político-epistémico. ¿El general Wojciech Witold Jaruzelski es igual que el general asesino Augusto Pinochet, el amigo del dictador africanista Francisco Franco? Me esfuerzo pero no logro ver la equivalencia. ¿El sistema político polaco durante su jefatura fue una dictadura equiparable a las de, en su momento, dictaduras de Chile, Uruguay, Argentina, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, o incluso la de Honduras, con el apoyo usamericano de Obama, en la actualidad? ¿Era mejor o peor el sistema político de algunos países del irresponsablemente denominado «socialismo real» que el de sistemas supuestamente democráticos como los de la Colombia de Uribe o Santos?
Navarro recuerda también que la hostilidad de Havel hacia el comunismo es razón para que prohibiese «el Partido Comunista en su país, condenando a ocho años de cárcel a cualquier persona que defendiera el comunismo». La medida, recuerda, «fue aplaudida en España, donde remanentes de la dictadura anterior tienen todavía gran control sobre el aparato del Estado español». De igual modo, en 1995, Havel «aprobó una ley que prohibía que toda persona que hubiera pertenecido al PC o mostrara simpatías por el régimen anterior fuera empleada por el Estado», medida también aplaudida por políticos conservadores españoles que pertenecieron al Movimiento Nacional y que seguían y siguen instalados en instancias, esferas y cloacas del Estado español actual.
Tampoco aquí las cosas parecen mejorar. Subyace aquí si no ando errado la equiparación de la dictadura fascista española con el sistema político checoslovaco previo a la ruptura de 1989. No fue aquel, el checo me refiero, un nido de rosas. En absoluto. En ocasiones, en muchas ocasiones, un denso y poblado nido de víboras. Pero en los 40 años de existencia del franquismo no hay nada equiparable a la primavera de Praga ni nada, incluso en sus peores momentos que fueron muchos, del sistema político checo es equiparable, por ejemplo, a los quince primeros años del fascismo hispánico donde fueron unos cien mil los republicanos asesinados «legalmente», 33 mil de ellos en el País Valenciano y dos mil más en Catalunya. El profesor Navarro nos ha enseñado mucho sobre la singularidad asesina del régimen fascista español. Ángel Viñas ha historizado mejor que nadie sus características esenciales.
Por si fuera necesario: no hay ni debe haber nostalgia alguna respecto al estalinismo en ninguna de sus variantes ni hacia aquellas formas no democráticas y, por tanto, no socialistas ni comunistas, de entender la construcción de una nueva sociedad que, sin duda también, fue cercada, agredida y bloqueada desde sus instantes fundacionales, empujando a algunos a cometer atropellos y crímenes injustificables.
Notas:
[1] Vicenç Navarro, «El otro Václav Havel«. Público, 5 de enero de 2011, p. 5.
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