Ahora ya no sé cuánto tarda un periodista medio en vivir con los pantalones por los suelos y el culo en pompa, pero hace poco más de veinte años los chavales que veía llegar a la redacción de un periódico de provincias para hacer prácticas habrían dado media vida por teclear este titular: «Zara, multada […]
Ahora ya no sé cuánto tarda un periodista medio en vivir con los pantalones por los suelos y el culo en pompa, pero hace poco más de veinte años los chavales que veía llegar a la redacción de un periódico de provincias para hacer prácticas habrían dado media vida por teclear este titular: «Zara, multada por esclavitud laboral en Brasil». O este otro: «El milagro estaba en los esclavos», con el subtítulo «El Gobierno español le permitió montar su imperio con miles de talleres gallegos sin fiscalizar pero el de Brasil le impone una multa de 1,4 millones por explotación laboral».
Por razones periodísticas, incluso antes que las morales, los redactores aun sin pervertir tendrían claro que la empresa ante la que más babea su redactor jefe, sobre la que pontifican en las escuelas de negocios, y a la que se atribuye, literalmente, un «milagro económico», hace trampas, y la empresa de la que más alardean los tertulianos españoles para lo bueno tiene que ocupar cinco columnas para lo malo. Es más importante, por el espacio periodístico ocupado, que el dueño de la empresa haya comprado un edificio en Madrid por 400 millones. Es 300 veces más caro que el castigo por llevar a seres humanos a situaciones por las que el dueño de Zara, como cualquier padre decente, habría de matar antes de ver en una hija suya.
Con lo fácil que es hoy esclavizar laboralmente a una persona en España, no me puedo imaginar la situación de esos trabajadores de Brasil para que acabe siendo rentable transportar la tela al otro lado del Atlántico y volver a traerla en forma de chaqueta para venderla aquí.
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