Estos dos últimos años, hemos visto y protagonizado históricas luchas en nuestro país. El movimiento estudiantil remeció nuestra sociedad, sacándola del letargo que por años mantuvo al pueblo sumido en una barbarie de injusticias y derechos vulnerados. Pero este 2012, es cuando desde el sur de Chile, desde la tierra austral, desde las zonas extremas, […]
Estos dos últimos años, hemos visto y protagonizado históricas luchas en nuestro país. El movimiento estudiantil remeció nuestra sociedad, sacándola del letargo que por años mantuvo al pueblo sumido en una barbarie de injusticias y derechos vulnerados.
Pero este 2012, es cuando desde el sur de Chile, desde la tierra austral, desde las zonas extremas, la ciudadanía se ha levantado digna y firme en Aysén. Si bien las demandas son sectoriales y circunscritas a la dura realidad que viven los habitantes en aquella región, sus causas son comunes a muchas otras reivindicaciones que se evidencian en amplios segmentos sociales. Contienen, entonces, un potente mensaje de hartazgo y rebeldía. La motivación necesaria para validar un levantamiento aún mayor, que permita impulsar los cambios necesarios en el sistema político, postergados convenientemente durante tantos años, por los mismos representantes populares en los gobiernos y el parlamento.
Ahí está la raíz de la situación. Hace un buen tiempo que la casta política chilena se ha sido sobrepasada por una ciudadanía cada vez más consciente de los abusos que los poderosos (políticos y empresarios) han cometido con miles de compatriotas. Desde la dictadura en adelante han diseñado un sistema institucional destinado a perpetuar la concentración del poder económico y político, cercenando la participación e influencia ciudadana en la conducción del país. Por ese motivo Aysén es importante. Ya en alguna medida lo vivió Magallanes hace un año, pero por todo lo acontecido en estos meses, esta vez hay una posibilidad única de proyección nacional. Así se vislumbran jornadas desde el norte, donde también se encuentran voluntades unitarias.
Tan poco han entendido en el gobierno los alcances de este movimiento, que antes de ocuparse de las demandas y las soluciones que les corresponde por mandato, están algunos más preocupados y denunciando el daño a la imagen del país. Más allá de anuncios, diálogos interrumpidos maniobras mediante, acusaciones y la incomprensible invocación de la Ley de Seguridad, sorprende la actitud belicosa de la conducción interior, al desplegar un enorme e implacable aparataje represivo en el sur.
Tan ensimismados están los partidos políticos, en especial los opositores, que en esta misma época siguen negociando cupos electorales, y algunos incluso proclamando candidaturas presidenciales, antes que haciendo valer, junto a la gente, transformaciones de fondo al sistema político.
Todo ello da cuenta de que el mundo político sigue actuando con la misma lógica de hace veinte o treinta años. La represión, el debilitamiento del tejido social, el descrédito a los dirigentes comunitarios, la provocación, son algunos de los métodos con que se manejan las autoridades. Los partidos y los parlamentarios, por su parte, aferrados a las instituciones, al statu quo, a las dinámicas tradicionales, al verse desplazados de las nuevas formas de expresión ciudadana.
Sin duda que se configura un escenario incierto, que acentúa la distancia entre la incapacidad del sistema político institucional y las nuevas demandas de una sociedad distinta. Paralelamente, se incuba un espacio promisorio, que abre amplias posibilidades de avances hacia una relación de redes ciudadanas capaces de proponer y conducir.
Y no es casual que este signo de impulso colectivo se plasme desde la patagonia. Sus características, su idiosincrasia, su geografía, su historia, les añade un arrojo distintivo que les permite la unidad ejemplar que hemos observado, pese a las legítimas diferencias. Conmueve e impresiona, y también entusiasma, escuchar por las ondas radiales locales, a tanta mujer, tanto joven y hombre comprometidos y decididos a enfrentar cualquier acción o amenaza de las autoridades. El coraje de los dirigentes de la Mesa es reflejo de que el pueblo, los ciudadanos, cuentan con líderes y representantes capaces y comprometidos, que trabajan como iguales con sus bases, lo que no se observa en otros círculos del país.
Cada barricada, que día y noche los ayseninos han defendido y resistido, es un símbolo de esperanza en un país distinto. La posibilidad y el futuro del cambio institucional en Chile se está jugando en Aysén. Sabemos, a ciencia más que cierta, que ese cambio no vendrá del ámbito político. Es la hora del pueblo, donde no se debe pedir permiso para protestar ni para levantarse ante la injusticia.
Artistas chilenos y extranjeros han solicitado en sus presentaciones al Presidente de la República que escuche al pueblo… pero la indiferencia y la incapacidad de comprensión está instalada en las autoridades. Las instituciones no responden a las demandas sociales. La ciudadanía debe tomar en sus manos la iniciativa de los cambios definitivos. Así lo demanda el sacrificio de tanto compatriota, en las barricadas de la esperanza de la Patagonia.