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Contra la deriva moralista de la política

Fuentes: Rebelión

Jacques Rancière ya nos avisa de que este es uno de los principales problemas de la democracia. Si la democracia es la igualdad política, el derecho de cualquiera a participar en la vida pública hemos de mantener la autonomía de esta esfera. Yo vengo insistiendo en mantener la autonomía de la ética, la moral y […]

Jacques Rancière ya nos avisa de que este es uno de los principales problemas de la democracia. Si la democracia es la igualdad política, el derecho de cualquiera a participar en la vida pública hemos de mantener la autonomía de esta esfera. Yo vengo insistiendo en mantener la autonomía de la ética, la moral y la política. La ética es el proyecto singular de cada persona, lo que vamos construyendo día a día a partir de las decisiones cotidianas. La moral son las normas que nos obligan respecto al otro y la política es la participación en la vida pública.

El problema de los políticos profesionales no debe plantearse en términos morales o éticos sino en términos políticos. La profesionalización de la política es una medida antidemocrática. Como ya vio hace décadas Cornelius Castoriadis se crea así un poder burocrático jerárquico con una lógica y unos intereses propios. Lo que se trata entonces es de que sean ciudadanos los que se dediquen a la política en un tiempo limitado, con un sueldo digno pero sin privilegios añadidos. Esta es una medida posible y necesaria. La misma palabra corrupción me desagrada por sus connotaciones moralistas. Evidentemente la política implica una decisión ética y un compromiso moral pero es en la propia esfera de la política donde se deben tomar las medidas para que no tengamos que fiarnos de la buena voluntad del que se dedica a la política. La transparencia y el control ciudadano son las únicas garantías, que deben ser básicamente políticas y no éticas o morales.

Hay un filósofo alemán contemporáneo, una de las grandes figuras dentro de la filosofía práctica actual, que se llama Alex Honneth. Es uno de los teóricos de esta transformación de la política en moral. Es un hombre inteligente que dice cosas interesantes, pero se equivoca en su tesis fundamental, que es el paso de la lucha política a la lucha moral. La argumentación que da Honneth es que los proyectos políticos que luchan por la justicia social  han fracasado ( él se refiere básicamente a la socialdemocracia) y esto lleva a que la lucha por la justicia moral se plantee hoy como una lucha por la dignidad. Pasamos, nos dice, a la lucha por la redistribución a la lucha por la recognición. Es decir, pasamos de la lucha por una redistribución de bienes más justa a la lucha por el reconocimiento de la dignidad del otro. El reconocimiento es, para Honneth, un concepto profundo que incluye otros  como el del respeto y el de tolerancia. Reconocimiento significa luchar contra cualquier forma de violencia, de exclusión o de rechazo del otro. Es a partir del reconocimiento del otro, dice,  como podemos establecer unos principios normativos que sean justos para la sociedad. Consecuencia del reconocimiento serían la igualdad jurídica y la igualdad de oportunidades, que tendrían como consecuencia una redistribución más justa de los bienes. Honneth defiende que tanto el movimiento obrero, como el de las mujer o el de las razas discriminadas  han luchado por su dignidad, por su reconocimiento y no por sus intereses particulares.

Me parece que Honneth tiene razón en varias cosas. La primera es que sintetiza muy bien lo que debe ser una moral universal: el principio de reconocimiento ( o respeto como diría otro gran filósofo alemán, Ernst Tugendath, el respeto). Este principio moral debe ser universal y estar por encima de las opciones particulares, a nivel de creencias y valores. También tiene razón cuando habla de que las luchas fundamentales por la dignidad son luchas por la dignidad y el reconocimiento, no por intereses corporativos.

¿En que se equivoca ? Se equivoca en que estas luchas por la dignidad son luchas políticas por la igualdad y no luchas morales. Se exige  acceder a una situación de igualdad con el Otro que te discrimina : esto es político. No es una demanda moral hacia el Otro sino una exigencia política basada en la lucha. Esto no quiere decir que sus efectos deban ser también morales y que los otros deban cambiar de actitud. Pero la lucha como tal es política y sus efectos son políticos. Esta es la gran lección de Jacques Rancière sobre la política y la democracia : es la lucha por la igualdad. También se equivoca Honneth cuando dice que el reconocimiento moral del otro conduce a la igualdad jurídica y la igualdad de oportunidades y que todo ello provocará una redistribución material más justa. La igualdad jurídica es una consecuencia de esta lucha política, no moral, a la que me refería. La igualdad de oportunidades es resultado de otro proceso, mucho más complejo, que pasa por las estructuras socioeconómicas. Que también tiene que ver con la política y no con la moral. Incluso podemos afirmar que la distribución justa de los bienes materiales no pasa solo por lo anterior sino por una garantía de los servicios básicos para todo el mundo, al margen de sus méritos. Esto nos lleva a los derechos humanos. Hay un pequeño pero gran libro recientemente publicado, el «Manifiesto de los Derechos Humanos», de Julie Wark, que nos ilustra muy bien como el valor emancipador de esta declaración se basa en su lectura política y no moral. Demos por tanto a la política su papel, más necesario que nunca. Los proyectos emancipadores pueden haber fallado pero hay que reconstruirlos en su dimensión colectiva y política. No hay otro camino. Ni siquiera el de la moral.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.