Billie Holiday, Brian Wilson o Kurt Cobain fueron diagnosticados como «locos» y aún así llevaron a cabo sus proyectos artísticos. ¿Se borrarán en el siglo XXI los límites establecidos por la psiquiatría convencional?
«Tal vez un día ya no se sabrá muy bien lo que pudo ser la locura. Su figura se habrá cerrado sobre sí misma, impidiendo descifrar las huellas que haya dejado. Estas mismas huellas, ¿acaso serán otra cosa, para una mirada ignorante, que simples marcas negras? (…) Todo lo que hoy experimentamos bajo el modo del límite, o de la extrañeza, o de lo insoportable, habrá alcanzado la serenidad de lo positivo». Michel Foucault
La locura identifica, etiqueta y lastra. La locura como diagnóstico clínico, tan propia de la época contemporánea, que, desde el sillón del psiquiatra, psicólogo o psicoanalista, convierte a las personas en sujetos clínicos. Pero, ¿qué pasa con los artistas? Vamos a intentar ver cómo las biografías de muchos grandes músicos han quedado lastradas por el peso del diagnóstico, diagnóstico tan incierto como prepotente, que ha convertido y sigue convirtiendo a muchos grandes creadores e intérpretes de la historia de la música en pacientes, o en «locos».
Cuando hablamos de «músicos locos», uno de los primeros nombres que se nos ocurre es el de Kurt Cobain. Sufrió durante toda su vida una terrible enfermedad física que le desestabilizaba el sistema digestivo y le hacía padecer terribles dolores. Los médicos nunca le dieron un diagnóstico, una curación ni un paliativo que hiciese efecto. Acabó lanzándose en brazos de la heroína. Sin embargo, sí que le diagnosticaron, en la adolescencia, trastorno de déficit de atención, y más adelante trastorno bipolar. Repasar su biografía es zambullirse en las preguntas de dónde empieza lo psíquico y acaba lo físico, dónde el sujeto empieza a perderse -según la clínica- diluyéndose en carne de psiquiatra, dónde los efectos de las drogas se confunden con trastornos mentales, dónde está la línea que separa la genialidad de la locura.
Y, ¿qué hay de Brian Wilson? ¿Qué fueron aquellos arrebatos en los que, buscando su propia playa, decidió componer con los pies metidos en un cajón de arena, o hundir la cabeza en las peceras? ¿Cómo se fraguó la psicosis que lo llevaría al psiquiátrico? Esas voces que le hablaban, ¿eran acaso su propia incontrolable marea creativa, eran los efectos del LSD, o era realmente algo susceptible de ser sometido a los psicofármacos y los encierros que tanto gustan a la psiquiatría? Los que lo encerraron, ¿cómo explican que haya sido posible el regreso de The Beach Boys, a pesar de que reconoce que ni ha dejado de oír voces ni ha dejado de sentirse mal? ¿Qué hace un loco creando y sacando adelante lo que crea? El loco de la psiquiatría se define, entre otras cosas, por su incapacidad, y sin embargo… ahí está Brian. Brian como tantos otros. Ni Kurt ni él son los únicos etiquetados como locos en su género. Todo el mundo ha escuchado cosas parecidas sobre Ozzy Osbourne, Sid Vicious, Craig Nicholls, Jeff Buckley, y así hasta el infinito.
No caigamos en el error, sin embargo, de pensar que la etiqueta de la locura es algo posmoderno. Viene de antiguo, y se resguardó en la clínica en el siglo XIX. La posmodernidad solamente la ha heredado. Echemos una mirada al jazz. La misma Billie Holiday se vio abocada a un ingreso voluntario para tratar de recuperarse de las heridas que le habían producido en la mente los recovecos turbios de su vida y el uso de las drogas psicoactivas como refugio ante ellos. Salió. Y, de nuevo, el poder, que es el que dictamina quién está loco aquí, la torturó hasta sus últimos días: intentaron esposarla y arrestarla por poseer heroína cuando ya agonizaba en la cama de un hospital. La acompañan otros grandes del jazz, que también cargan a sus espaldas etiquetas que se resumen en una sola, «loco»: Thelonious Monk, Charlie Parker, Bud Powell, Jaco Pastorius, etc.
Si es tan fácil encontrar en la música, en la literatura, en la pintura y en toda expresión artística nombres de locos perdidos, tal vez el único futuro posible pase porque se desdibujen los límites de la locura. Porque esos «locos perdidos» son los que hicieron del ser humano algo más allá de sí mismo.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-playa-se-encuentra-en-una-caja.html