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El Descartes neoliberal

Fuentes: upi.com

La religión es concebida como una actividad propia del ser humano y por ende compartido con su grupo social, donde se encuentra con creencias y prácticas de diversos tipos como: lo moral, lo existencial, lo sobrenatural, etc. Sin embargo estamos en una sociedad donde el ser humano inevitablemente consume para satisfacer sus necesidades. Y una […]

La religión es concebida como una actividad propia del ser humano y por ende compartido con su grupo social, donde se encuentra con creencias y prácticas de diversos tipos como: lo moral, lo existencial, lo sobrenatural, etc.

Sin embargo estamos en una sociedad donde el ser humano inevitablemente consume para satisfacer sus necesidades. Y una de las necesidades de consumo más grandes aceptadas en todo el mundo es la religión, la cual no es obsequiada por las iglesias, esta tiene siempre un costo.

Durante la edad media el consumo religioso de reliquias de santos cumplió equivalentes funciones sociales para su época que el consumo económico de objetos para nuestra actual (Globalización Económica Corporativa), el de reforzar real y psicológicamente las estructuras de prestigio, riqueza y poder de sus respectivas sociedades. Posteriormente la revolución industrial descubrió que las personas no quieren solo lo necesario, pues si disponen de poder adquisitivo, adoran ostentar lo superfluo. La publicidad vino a ayudar a lo superfluo para que se imponga como necesario.

El carácter «divino» con que se han revestido marcas mundialmente famosas ha conducido a que los domingos, las personas prefieren el shopping a la misa o el culto.

Para sustentar esta tesis menciono dos ejemplos: desde 1991 cerca de 12 mil personas celebraron matrimonios en los parques de Disney World y se está convirtiendo en moda los féretros marca Harley, en los cuales son enterrados los motociclistas adictos a los productos Harley-Davidson.

Además esta apropiación religiosa del mercado es evidente en los centros comerciales, tan bien criticados por José Saramago en su libro La Caverna «Casi todos poseen líneas arquitectónicas de catedrales estilizadas» (123).

Hemos sido testigos también de manifestaciones cada vez más patológicas en torno a este fenómeno, desde iglesias adquiridas para transformarlas en centros comerciales (con el peso simbólico que lleva implícita esta acción) o personas que venden sus propios órganos para adquirir el automóvil de moda, hasta estudios que confirman, que ciertas marcas se sirven del Neuro-marquetink para activar la misma región neurológica cerebral en las personas, que la detonada por principios religiosos.

Los templos del dios mercado. En ellos no se entra con cualquier traje y si con ropa de misa de domingo. Se recorre por sus claustros marmoleados al son gregoriano posmoderno. Allí dentro todo evoca al paraíso: no hay mendigos ni niños callejeros, pobreza o miseria. Con un mirar devoto el consumidor contempla las capillas que ostentan en ricos nichos los venerables objetos de consumo, rodeados por bellas sacerdotisas impulsadoras. Quien puede pagar al contado, se siente en el cielo; quien recurre al cheque o al crédito, en el purgatorio; quien no dispone de recursos, en el infierno. A la salida, sin embargo, todos se hermanan en la mesa «eucarística» de McDonald’s.

Esto haría a un Descartes neoliberal proclamar: «Consumo, luego existo». La buena nueva es que fuera del mercado no hay salvación… ¡alerta los nuevos sacerdotes de la idolatría consumista!
La fe imprime sentido subjetivo a la vida, objetivando la práctica del amor, mientras un producto crea apenas la ilusoria sensación de que gracias a él tenemos más valor a los ojos ajenos.

El consumismo es la enfermedad de la baja autoestima, desestima por completo el auto-conocimiento y comienza a asociar íntimamente su valor como individuos a aquellos objetos que poseemos. Y es precisamente por estas características psicosociales que el consumismo termina por ser una eficiente prisión para millones de personas. Durante siglos hemos permanecido sumergidos en la religión, pero ésta no se ha introducido en nosotros, no convivimos con ella por su arcaico adoctrinamiento y sus tradiciones vetustas.

Pero si bien a principios del siglo XXI estamos parados en el clímax del consumismo, también podríamos hablar de que tal vez, estamos viviendo el florecimiento de una conciencia mundial que eventualmente pudiese obligar a un rediseño de la actual filosofía de vida, algo que terminará por impulsar un replanteamiento de las estructuras económicas, culturales y, por qué no; psicosociales.

Fuente: http://espanol.upi.com/Ediciones_Especiales/Cultura_y_Sociedad/2012/06/25/El-Descartes-neoliberal/1340675389373/