Con el sello editorial de Pehuén, esta obra será presentada el próximo 16 de agosto a las 19:00 horas, en la Sala de Conferencias del Centro Cultural Gabriela Mistral. En la oportunidad, comentarán el libro el senador uruguayo, ex tupamaro, Luis Rosadilla; el rector de la UDP, Carlos Peña; el ex secretario general del MIR, […]
Con el sello editorial de Pehuén, esta obra será presentada el próximo 16 de agosto a las 19:00 horas, en la Sala de Conferencias del Centro Cultural Gabriela Mistral. En la oportunidad, comentarán el libro el senador uruguayo, ex tupamaro, Luis Rosadilla; el rector de la UDP, Carlos Peña; el ex secretario general del MIR, Andrés Pascal Allende; y la presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Central, Daniela López.
Su autor, Osvaldo Torres, fue dirigente del MIR y es sobreviviente de Villa Grimaldi. Es antropólogo social de profesión y tiene el grado académico de doctor en Estudios Latinoamericanos. En la actualidad se desempeña como docente en las universidades de Chile y Central.
A continuación les compartimos el diálogo realizado con el autor de este libro, que a partir del próximo jueves estará a disposición del público en general.
En vuestra obra, a la hora de los agradecimientos te enfocas en las personas sin militancia que te apoyaron en clandestinidad. ¿No crees que sea hora de reivindicar la resistencia invisibilizada de manera más decidida y casi con orgullo, como sucede por ejemplo con el NO y una reciente película?
OT: Resistir a la dictadura era una forma de luchar. Es impensable la sobrevivencia de los militantes de partidos o líderes de organizaciones sin el apoyo del pueblo, en su sentido amplio. En general todo aquel que escondía o daba refugio a un perseguido estaba haciendo resistencia. Se era consciente de eso, pues había un riesgo completamente sabido y era más valioso el aporte pues no necesariamente compartían el mismo proyecto que uno. La resistencia de ese tipo era -en toda su amplitud- de un sentido libertario, democrático y heroica; ellos valoraban la vida de los perseguidos, sabían que con su apoyo se mantenía una actividad contra el régimen dictatorial.
Es por esto que la doctrina de la seguridad nacional llamaba a delatar no sólo a los militantes sino también a quienes le daban apoyo. Por esto también que las formas más brutales de represión, como la desaparición de personas, están vinculadas, pues implicaba que nadie estaba a salvo, que cualquiera por apoyar podía ser torturado, preso o desaparecido; esto la dictadura lo sabía y lo utilizaba como forma de esparcir el temor generalizado, el terror de Estado.
Lo que tengo claro es que yo y mi compañera estamos vivos entre otras cosas porque hubo gente con humanidad que nos apoyó, con una disposición a contribuir a la lucha democrática. En esto no todos eran miristas, sería absurdo afirmarlo.
La tesis central- que plantea tú libro-de como dos organizaciones de la izquierda revolucionaria tuvieron un destino-por decirlo- muy distinto. Los tupas siendo hoy gobierno y el MIR diezmado ¿Descartas un renacer de éste en las nuevas condiciones surgidas desde el 2011 en adelante? ¿Qué condiciones debieran darse para que ello ocurriese?
OT: Es una pregunta difícil de responder pues no conozco los esfuerzos que puedan existir en la dirección de reorganizar al MIR. Si eso fuese así sería interesante saber con qué planteamientos se estaría haciendo, pues el mundo cambió demasiado como para tener una declaración de principios que ya estaba en serio cuestionamiento a principios de los ’70 o un programa de cambios profundos que no son los de los años 70 ni ’80. Sobre esto para el Chile de hoy no tengo claro que se propone y es algo que no se realiza con un par de reuniones de reflexión; requiere articular a muchos pues las transformaciones profundas no son una suma de demandas. Se requiere de una mirada y base social amplia que sea capaz de expresar los múltiples intereses sociales que están por sobre el «viejo» interés de clase. En otras palabras una bandera o la nostalgia no es capaz de aglutinar, y para mí es muy extraño que se pretenda revivir una organización en torno a un método de lucha, pues en mi experiencia eso no es para nada diferenciador entre izquierdas y derechas. Creo que una tarea pendiente es articular una izquierda democrática radical -en todo su sentido- en un contexto de unidad de las izquierdas. Lo plural es mejor que los viejos monolitismos estalinistas.
¿Consideras que esta obra alienta el balance histórico aún pendiente en el MIR, sea desde sobrevivientes dirigentes, de niveles intermedios, bases o desde la periferia?
OT: Creo que el balance histórico es necesario con vistas al futuro, no en el sentido orgánico de refundaciones si no que dé lecciones políticas, sobre todo para los que comienzan esta historia sin fin. También pienso que es una tarea que no pertenece solo a los que militaron en el MIR, como se ha comprobado en múltiples tesis de grado de varias disciplinas y en distintas universidades. Allí hay nuevas miradas, más frescas algunas, que permiten calibrar lo que caló el MIR en la sociedad y cómo lo hizo.
Haces una revalorización de la democracia y manifiestas que la relación con el socialismo no fue bien resuelta por el MIR ¿Es posible hacer la vinculación entre la profundización del ejercicio ciudadano y las experiencias incipientes de asambleísmo y poder popular del ciclo 72-73 particularmente?
OT: El tema de la relación democracia y socialismo no fue bien resuelta ni por el MIR ni por quienes llegaron al poder como la revolución cubana. Para qué hablar del socialismo chino o del soviético que ya criticábamos en los ’60 en gran medida gracias a la vertiente trotskista que tuvimos. Los sandinistas estuvieron más próximos a un ideario democrático al entregar el gobierno en su derrota electoral de fines de los ’80, a pesar de todas sus luchas y sacrificios que habían hecho por derrocar al tirano y construir una nueva sociedad; en lo que devino esa experiencia es otro tema.
Los modelos de sociedad socialista en que la democracia fuese efectiva no los conocí. Allí donde se pudiese disentir sin el temor de «caer en desgracia» o ir a la cárcel; en donde la institucionalidad democrática fuera más fuerte que el interés de un partido único o un liderazgo perpetuo. Esto es central decirlo pues remite a otra cuestión, o sea, que el MIR no supo construir un modelo propio de sociedad y en este sentido creo que Allende tenía con su «socialismo con vino tinto y empanadas» una idea más nacional que respetaba ciertas características de la cultura nuestra. Y con esto no estoy diciendo que su estrategia de cambios fuera la adecuada, como quedó demostrado; pero la nuestra estuvo aún más lejos de ello.
Creo que el asambleísmo y el poder popular hay que analizarlo en profundidad. Por una parte está la idea que tiene Camilo Escalona, que lo expresa en su último libro «De Allende a Bachelet» en que lo califica de algo poco relevante en relación a las fuerzas en movimiento en aquel proceso y otra podría ser la de Gabriel Salazar que tiende a valorar esas experiencias como laboratorios o ejercicios directos de una democracia social. Habría que profundizar en aquello e incluir las experiencias campesinas que se dieron y para complejizar más el tema hay que sumarle los cambios actuales en las comunicaciones, las redes sociales y las experiencias temporales como la del movimiento de los Indignados en España y otros lugares de Europa. Esto nos lleva a otra cuestión bien compleja y que en Chile se expresa en toda su algidez: la relación entre los partidos y la sociedad; entre quienes se creen llamados a dirigir o proclamar proyectos y quienes no están dispuestos a ser meros seguidores. ¿Cómo se resuelve esto? Antes estaba la «doctrina leninista» que respondía que había una vanguardia y las masas la seguían y si ello no ocurría era porque estas no habían alcanzado una «consciencia para sí». Esto, por suerte, ya no funciona así.
Respecto a la violencia y a la violencia armada en varias oportunidades te refieres a su dosificación, a la necesidad de su dependencia de la política y en el caso del MIR y de Tupamaros das ejemplos cuando así ocurrió y cuando se desvinculó y pecó de militarismo ¿Podrías desarrollar esto, particularmente estamos pensando en los territorios mapuches donde parece ser obvio que la criminalización y la aplicación de leyes de la dictadura como la terrorista, son la parafina que sólo atiza el fuego?
OT : Este es otro tema sensible, en el que quisiera ser muy claro. La violencia política no es ni buena ni mala en sí, es. Como tampoco es de izquierda o derecha. Es un instrumento muy peligroso pues como dice Hanna Arendt, uno sabe cuándo comienza pero nunca se sabe ni cuándo ni cómo termina; tanto en el resultado final de un proceso como en los actores de éste. Creo que esto se relaciona con aquella pintura e idea acerca de que la revolución se come a sus propios hijos. Dicho esto, pienso que la violencia institucionalizada debe ejercerse según la ley que democráticamente se dan los pueblos. La violencia armada de oposición, en democracia, no tiene sentido, no tiene eficacia y tampoco logra construir mayorías. Tratar el tema de la violencia y no negarlo es clave para que se pueda resolver democráticamente que hacer con ésta: como dice Hobsbawm, contradiciendo a Arendt: si se le niega su existencia en el campo de la política, no hay política que la resuelva.
El caso mapuche es diferente, pues si hay organizaciones mapuches que entienden que están siendo oprimidos por «otro» Estado nacional, las condiciones de legitimidad entre ellos para usar la violencia serán mayores, aunque no necesariamente para el Estado de Chile. Este es el problema pues la violencia policial que ha cobrado varias muertes de luchadores mapuches indefensos, junto con la ocupación de la zona por la policía y la ausencia de una voluntad política de reconocerles al menos los derechos consagrados en la Convención 169 de la OIT, puede hacer escalar el conflicto. Si la figura es una demanda de autonomía y reconocimiento como nación mapuche verán en las instituciones policiales y toda institución burocrática estatal la presencia de un Estado colonizador y en esa figura el uso de la violencia para lograr la independencia nacional puede sumar adeptos. Pero este tipo de visión y demanda parece no estar aún muy extendida; a lo que asistimos en todo caso es al fin de la figura de «lo mapuche» como objeto de «alteridad turística».