Somos un movimiento de izquierda que lucha por la superación del modelo económico y político existente, y por una nación plena de dignidad y soberanía
Se nos acusa a las FARC EP de dos cosas. La primera, ser el palo en la rueda para un verdadero desarrollo y consolidación de la izquierda en Colombia, y la segunda, de ser los artífices del paulatino giro de la vida política hacia formas abiertas de fascismo durante la última década.
¿Somos las FARC-EP una talanquera que impide el avance de las tendencias de izquierda en Colombia?
La pregunta surge, en nuestro parecer, de dos situaciones: el desconocimiento sobre nuestra historia y actividad como organización revolucionaria, de un lado, y una obvia intención de desligarnos del campo de las izquierdas en la historia de nuestro país, por el otro. Es como si nuestro surgimiento y desarrollo obedeciera a una suerte de generación espontánea militar única en la historia universal.
La realidad contrasta con lo anterior. Nuestra historia es producto de la convergencia de las más diversas expresiones de las luchas sociales del pueblo colombiano. Si tomamos el caso de nuestros dos más grandes timoneles, Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, observamos que se juntaron las luchas de los colonos campesinos liberales y comunistas de la cordillera central y el turbión proletario del pueblo santandereano. Dos hombres, dos cordilleras, dos luchas hechas una en las trincheras de Marquetalia.
En el proceso de surgimiento de los frentes y compañías de las FARC se recogen muchas de las tradiciones político-culturales del campo popular colombiano. Es así como contamos con camaradas provenientes del movimiento indígena, del campesinado rebelde, de la lucha estudiantil, de los afrodescendientes, las mujeres rebeldes, el proletariado, los intelectuales, artistas y el movimiento cooperativo.
Vale la pena hacer un poco de historia
El asesinato de Rafael Uribe Uribe, la persecución a tiros y la conversión en asunto de guerra del socialismo revolucionario de María Cano, la masacre de las bananeras, la santa cruzada decretada contra el joven Partido Comunista por Laureano Gómez, el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán y el subsiguiente período denominado La Violencia, así como la persecución internacional de los partidos políticos colombianos emprendida por Rojas Pinilla, junto a sus salvajes guerras contra Villarrica y el Sumapaz, constituyen acontecimientos de honda repercusión en Colombia, sucedidos todos antes de la existencia de las FARC.
La represión a la izquierda, el asesinato selectivo de sus líderes y la búsqueda del desmembramiento de sus organizaciones han sido una constante de largo aliento dentro de la historia colombiana, cuya responsabilidad recae directamente en el régimen reaccionario y antidemocrático. Y, lo más importante, esta constante no se vio interrumpida con el surgimiento del conjunto de las guerrillas revolucionarias, incluyendo, obviamente a las FARC-EP.
La persecución sistemática contra la Unión Patriótica, A Luchar y el Frente Popular, así como la desatada contra incontables organizaciones cívicas, sindicales, campesinas, étnicas o comunitarias no pueden ser examinadas como procesos aislados o casualidades políticas, sino como el ejercicio continuado de la represión antipopular y retrógrada que ha imperado en Colombia.
Cuando aún lloraba el pueblo la pléyade de grandes dirigentes asesinados por el militarismo en la década de 1980, una Asamblea Nacional Constituyente, convocada con la rimbombancia de quien pretende llamar la atención por el hecho de gritar y no por lo que grita, proclamaba la Carta Magna de 1991. Era ésta una premisa para la imposición imperialista de las políticas neoliberales, que significaban el saqueo abierto del patrimonio y recursos de Colombia.
No fue esta Constitución la ocasión ni el escenario para una verdadera construcción de la paz, sino por el contrario, el sello perfecto para la cooptación de un importante sector del campo popular que se convertía ahora en defensor de la presunta legitimidad del Estado. La dispersión de la izquierda no la imponía la insurgencia, sino que la patrocinaba el régimen.
He allí otro rasgo que pretenden ignorar nuestros críticos. ¿Por qué no hablan de la cooptación de decenas de intelectuales y analistas ayer ultra revolucionarios e incendiarios, por las instituciones, la academia y los medios de comunicación? ¿Por qué eluden la actuación corrupta y reaccionaria de una gran parte de los integrantes de grupos revolucionarios que renunciaron a la lucha y se acogieron a la desmovilización? ¿No estuvo el gobierno de Álvaro Uribe repleto de exrevolucionarios? ¿No consulta hoy Santos su política de seguridad con quienes hace veinte años lo consideraban un oligarca?
Este tipo de hecho no puede verse como la sucesión de simples coincidencias, vocaciones tardías o reflujos ideológicos. Se trata de otra estratagema clave del accionar del Estado en contra de la unidad de las izquierdas colombianas. La infiltración, la delación, la perfidia y el embuste han sido tretas permanentes que han hecho florecer cíclicamente el oportunismo y la división en la izquierda. El actual debate permite dilucidar nuevos elementos en esta larga historia de traición.
Es necesario resaltar que las FARC-EP han participado activamente dentro del campo de las izquierdas colombianas desde su fundación misma.
Con las comunidades campesinas de Marquetalia, El Davis y Riochiquito, de mayoría liberal, sólo se manifestaron solidarias la izquierda colombiana y mundial. Los partidos tradicionales del Frente Nacional azuzaron el desarraigo, el despojo y la sevicia en contra de unos cuantos labriegos e indígenas que se negaban a regalar años de ardua colonización. Ese mérito signó nuestro rumbo en la lucha por la paz, la democracia, y el socialismo. El camarada Jacobo recalcaba en Riochiquito, hace ya más de cuarenta años, que la resolución de los problemas de las masas campesinas sólo podía darse a partir del triunfo de un frente político, que incluyera a todas las izquierdas y a los verdaderos demócratas y patriotas de nuestro país.
En la Unión Patriótica, la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y muchos otros espacios de convergencia y unidad hemos manifestado nuestro carácter definido de combatientes por la libertad y por la construcción de una Nueva Colombia.
Somos un movimiento de izquierda que lucha por la superación del modelo económico y político existente, y por una nación plena de dignidad y soberanía. Y sabemos que el logro de esto no se derivará de una acción solitaria de nuestra parte. Por ello estamos abiertos a la discusión con todas las izquierdas.
Durante todos estos años hemos dialogado con diversas formaciones de nuestra izquierda. Maoístas, marxistas-leninistas, socialistas, trotskistas, socialdemócratas, indigenistas y muchas otras vertientes, en espíritu de solidaridad, respeto y franca crítica. Esta tradición, que indudablemente ha tenido pausas lamentables dentro del devenir político patrio, no puede ser abandonada, y seremos reiterativos en ella.
No se nos puede achacar, de buena fe, la responsabilidad plena sobre el desarrollo actual de la izquierda colombiana. Seguramente tendremos una carga determinada, pero la magnitud de ésta, habría que dilucidarla en un franco debate colectivo de todas las organizaciones que constituimos el campo popular y de las izquierdas de nuestro país.
En nuestro parecer, quienes sostienen la existencia de una extendida y generalizada crisis de la izquierda colombiana, son los mismos que la conciben simplemente como una representación parlamentaria, asumiendo que el éxito o fracaso está en el número de curules y la popularidad en las encuestas. La izquierda real no se circunscribe únicamente al escenario electoral, sino que tiene un componente vivo, móvil y cambiante en el agitado universo de los movimientos sociales.
Es allí donde cualquier observador avezado encontrará que en Colombia se vivencia un florecimiento de ricas y nuevas experiencias organizativas dentro del campo popular, que se manifiestan en heterogéneas manifestaciones de movimientos, convergencias, expresiones y plataformas que saludamos con la alegría de quien encuentra nuevos amigos y compañeros para su brega diaria. Las FARC-EP no han visto en este creciente y novedoso turbión popular un enemigo o un contrario.
¿Somos las FARC-EP coadyuvantes de la extrema derecha en Colombia?
Quisiéramos partir de una afirmación categórica. Quienes sostienen esta teoría son fundamentalmente los voceros de la socialdemocracia y el liberalismo.
Así, cada vez que actuamos militarmente, en acciones legítimas propias de la guerra de guerrillas, saltan los críticos y analistas a señalarnos como sustentadores de la pretendida validez de gobiernos de mano dura, y como talanqueras en el camino de una supuesta izquierda, descafeinada y vacua, que no resulta ser ni siquiera oposición.
Se trata a todas luces del guión de las teorías de la conspiración tan en boga en estos días. Un grupo de revolucionarios que combate contra el Establecimiento, su fuerza militar y su paramilitarismo, con el secreto fin de favorecer políticamente a sus misteriosos y clandestinos amigos fascistas. Un libreto repleto de absurdos y contradicciones que sólo puede caber en la cabeza de quienes pretenden que se continúe con la falacia de pintarnos como unos delincuentes sin principios, que en el pasado tuvimos orígenes revolucionarios, pero que ahora no somos más que vulgares narcotraficantes.
Tal hipótesis se contradice completamente con la realidad. Miles de combatientes farianos confrontan en toda la geografía nacional al fascismo y al imperialismo con las armas en la mano, exponiendo sus vidas y entregándolo todo por la revolución. La pregunta es, ¿serán ellos coadyuvantes, agentes inconscientes o colaboradores telepáticos del proyecto de la extrema derecha?
Hagamos un ejercicio de rememoración político-militar. En 1999 entró el Bloque Calima a realizar masacres, ejecuciones, torturas y violaciones en el centro oriente vallecaucano. Su accionar criminal, abierto y escandaloso no fue en momento alguno repelido por el Ejército o la Policía, ni mucho menos rechazado públicamente por los poderes locales y regionales. Fueron los hombres y mujeres del Bloque Móvil Arturo Ruiz, el Comando Conjunto de Occidente e integrantes del entonces existente Movimiento Jaime Bateman Cayón, quienes confrontaron eficazmente a las tropas fascistas, llevándolas a su completa derrota y al fracaso de su proyecto en esa parte del país.
¿Tendrá sentido afirmar que esto permitió el fortalecimiento de tendencias de derecha en la región? ¿Qué condujo a la consolidación de grupos fascistas en el Valle del Cauca?
Es claro que en el andamiaje discursivo montado por los grandes medios en contra de las FARC, existen dos prácticas de intenso uso:
La primera , de uso corriente y orientada al público popular, es la discursiva del narco terrorismo que no es más que la readaptación del clásico terror rojo de la Guerra Fría, que bebe en los más retrógrados mitos del anticomunismo.
La segunda , según la cual la guerrilla tendría, bajo esta versión, unos orígenes medianamente justos, opacados infelizmente por el desarrollo ulterior, la adopción del narcotráfico como supuesta forma de vida y la conversión en una difusa máquina de guerra, al mismo tiempo anquilosada y miope políticamente, así como macabra en el plano militar. Dentro de esta trama los guerrilleros seríamos simples fichas de los truculentos mandos que, además, buscan contribuir con su accionar al fortalecimiento de su enemigo.
¿Qué designios cruzan por la mente de quienes defienden semejante hipótesis?
Montañas de Colombia, Agosto de 2012
(*) Pablo Catatumbo es integrante del Secretariado de las FARC-EP
Fuente: http://farccom.blogspot.com.es/2012/08/pablo-catatumbo-farc-ep-acerca-de.html#!/2012/08/pablo-catatumbo-farc-ep-acerca-de.html