*Tras casi dos años de conversaciones secretas, las FARC y el Gobierno anuncian el inicio de un proceso hacia una salida política al conflicto. La llave de la paz está ahora en manos del pueblo, que con su presencia activa tendrá que rodear esta causa para evitar otra amarga frustración
Todo el país estaba esperando la noticia. Después de una década perdida y miles de muertos en esta guerra civil larvada de medio siglo, Colombia se despertó el 28 de agosto con la mejor esperanza a cuestas: el inicio de un nuevo proceso en búsqueda de la paz esquiva.
Los rumores sobre las conversaciones entre el gobierno de Santos y las FARC fueron creciendo desde hace un par de semanas. Comenzaron a envolver a todos los medios y día por día los más importantes soltaban una información diferente.
Hoy nos venimos a enterar que todo se trató de una inteligente estrategia de medios manejada desde la Presidencia, que soltaba, a cuenta gotas, verdades a medias. Hasta el propio Francisco Santos, primo del primer mandatario cayó en la celada y el 27 en la mañana divulgó en RCN parte de la chiva.
Y al medio día, la estampida final. Telesur no se aguantó más y conectado como está su jefe de información, Jorge Enrique Botero, lanzó al mundo la noticia: el lunes 27, en La Habana, tres comandantes guerrilleros y tres altos funcionarios del Estado, firmaron el compromiso de comenzar un proceso de negociaciones para intentar desactivar la guerra en curso.
Santos, a las siete de la noche, en la alocución más breve de todo su mandato, -apenas tres minutos– confirmó la noticia que todo el país esperaba en años: «existen conversaciones exploratorias con las FARC, sobre cuyos resultados informaré en próximos días».
Y subrayó que «cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto, no a su prolongación».
«Aprender de los errores del pasado para no repetirlos y mantener operaciones y presencia militar sobre cada centímetro del territorio nacional», señaló, para rematar que en el camino abierto cabía perfectamente el ELN.
Gabino, máximo comandante del ELN, había manifestado un día antes a la agencia Reuters, que lo mejor es que hubiera una sola mesa de negociación, lo que fue recogido por Santos sumando y no restando a un proceso en el cual ningún actor armado con vocación política, en este caso los dos grupos insurgentes con vigencia, debe estar por fuera.
El anuncio presidencial ya arrastraba una cauda de simpatía muy bien montada. Primero fueron las encuestas que cuatro días antes indicaban que el 74% de la población apoyaba el inicio de conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno.
Todos los partidos de la Unidad Nacional, incluido el de la U, que separan cobijas con Uribe, el opositor Polo, el Partido Comunista, las bancadas del Congreso, cerraron filas alrededor de la iniciativa.
El plebiscito también incluyó el apoyo de los veinte generales en retiro más importantes que visitaron la Casa de Nariño. «El anhelo de paz es el fin supremo de las fuerzas armadas», le dijeron a la prensa.
La iglesia tampoco se quedó por fuera y estos días crecerá la audiencia aislando a los guerreristas de siempre. Su vocero más calificado, el ex presidente Uribe, vociferó en Barranquilla contra el proceso con un destemplado «seguiremos en la lucha».
Antes, una seguidilla de golpes de opinión como el resultado de la encuesta más importante para los negocios y los inversionistas extranjeros: todos, sin excepción, apoyaban a Santos en sus tratativas de reconciliación. Y se habla, por supuesto, de una bendición sin la cual sería muy difícil que el Presidente avanzara un solo trecho, la de Estados Unidos, su más firme aliado en la región.
Pero si quisiéramos comprobar hasta qué punto y medida todo el patronato le hizo un guiño a la iniciativa oficial, basta con repasar el cuidadosamente elaborado editorial de El Tiempo de la víspera.
El diario, otrora de la familia Santos, y ahora bajo el control absoluto del hombre más poderoso del país, y uno de los más ricos del mundo, don Luis Carlos Sarmiento Ángulo, daba plena luz verde a lo que se estaba haciendo desde la Casa de Nariño: «la negociación es un escenario ineludible en el camino a la paz; es menester apoyar las gestiones que tengan el propósito de silenciar los fusiles».
El dueño de la banca avalaba así, la nueva hoja de ruta hacia una salida política al conflicto armado interno y las conversaciones emprendidas desde hace más de año y medio entre la guerrilla y el gobierno.
Los contactos civilizados han tenido, pues, un gran espacio, al tiempo que el gobierno jamás detuvo, en todo este lapso, los operativos militares, que incluso dieron muerte a los dos más importantes jefes de las FARC: Alfonso Cano y Jorge Briceño. Un accionar semejante ha impulsado la guerrilla.
Esto demuestra que lo acordado en La Habana, según Telesur, de que las partes, a partir de ahora, no se levantarán de la mesa hasta conseguir un resultado concreto, es completamente posible. Complejo arte que debe primar en toda negociación y que jamás se honró en los anteriores intentos en demanda de la paz.
Si hubiera primado el viejo esquema de abandonar las pláticas al primer cañonazo y provocación, a tantas y graves hostilidades de las dos partes enfrentadas en estos dos años de Santos, el país no tendría hoy esta nueva oportunidad histórica.
Esto no debe significar que se repita el viejo error de negociar en medio de las hostilidades. Si algo enseñan los acuerdos de La Uribe de 1983, firmados entre el gobierno de Betancur y las FARC, es que sí es posible un pacto inicial de cese al fuego, tregua y paz. Otra cosa es que no se hayan respetado y todos se enredaran en la madeja de los enfrentamientos sin fin. Sola la confianza mutua podrá conducir a un imprescindible cese al fuego como primer paso en la dirección adecuada.
Lo dijo hoy acertadamente el representante de la ONU en Colombia, Tood Howland: «parar el conflicto es parar las violaciones a los derechos humanos».
La llave de la paz está ahora en manos del Presidente y de las FARC y el ELN, pero sobre todo, en manos del pueblo colombiano, que con su presencia activa tendrá que rodear este proceso para evitar otra amarga frustración.
Y que pasa necesariamente por el compromiso del Estado de apuntarle a las profundas reformas sociales y económicas que reclama Colombia, hoy el tercero más desigual del mundo, el primero en Suramérica en materia de desempleo, con las más altas tasas de violencia antisindical, cuatro millones de desplazados, entre otras causas que precisamente dieron origen al conflicto.
Sí, la «victoria es la paz», como dice el Presidente, pero con justicia social, verdad y reparación integral a las víctimas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.