«Hay más represión de la libertad individual aquí que la que hay en cualquier país en el que hayamos estado; la policía patrulla las calles con sus rifles y pide papeles cada minuto… El ambiente es tenso y pareciera que se está gestando una revolución. El campo está inmerso en una lucha abierta y el ejército no tiene la capacidad para reprimirla.» Esta podría haber sido una descripción del apartheid en Sudáfrica, pero, de hecho, es un extracto del diario del ‘Che’ Guevara sobre su visita a Colombia en julio de 1952.
«Queridas hermanas y hermanos colombianos:
Les escribo con inmensa alegría, tras enterarme de que un proceso de paz se puso en marcha en su país, para desearles lo mejor en el emocionante camino que tienen por delante. El hecho de que en su tierra, que por muchos años ha sido golpeada por el conflicto, hayan acordado hablar sobre un compromiso de paz y reconciliación le envía un mensaje de esperanza al mundo entero. Si los colombianos pueden acercarse entre sí y conciliar sus diferencias, también pueden hacerlo los miembros de nuestra familia que viven en Israel y Palestina, en Siria y Libia, en el Tíbet y China, en Burma, en Zimbabue y Sudáfrica.
Hay muchos paralelos entre el conflicto colombiano y nuestra experiencia en Sudáfrica. En 1948, cuando La Violencia se apoderó de un país, se introdujo el apartheid en el otro. Y aunque el apartheid le añadía un enorme factor racial al conflicto, en esencia, las dos luchas enfrentaron a quienes tenían poder y recursos a los que no. En ambos países, cientos de miles de ciudadanos fueron desplazados forzosamente. Los dos países se convertirían en sinónimo de división violenta y fueron rechazados en el mundo.
«Hay más represión de la libertad individual aquí que la que hay en cualquier país en el que hayamos estado; la policía patrulla las calles con sus rifles y pide papeles cada minuto… El ambiente es tenso y pareciera que se está gestando una revolución. El campo está inmerso en una lucha abierta y el ejército no tiene la capacidad para reprimirla.» Esta podría haber sido una descripción del apartheid en Sudáfrica, pero, de hecho, es un extracto del diario del ‘Che’ Guevara sobre su visita a Colombia en julio de 1952.
La violencia genera violencia y esta, a su vez, genera más violencia; y tanto los sudafricanos como los colombianos han pagado un precio terrible, no solo en lo físico, sino también con sus almas y corazones heridos.
Lo que hemos aprendido y seguimos aprendiendo en Sudáfrica es que en muchos aspectos hacer la paz es más difícil que hacer la guerra. Reconciliarse con los antiguos enemigos es muy duro. Ser magnánimo, pese a los amargos recuerdos, es extremadamente difícil. El perdón no puede darse por hecho; hay que ganárselo. Pero a menudo se lo ofrecemos generosa y abiertamente a quienes no lo merecen. Curar las heridas no es algo que ocurra de manera instantánea; puede ser un proceso largo y sinuoso. Y para que este sea exitoso es necesario que todos los individuos seamos mejores personas, para ver el mundo no solo desde nuestra mirada, sino también desde la del otro.
Nuestra experiencia en Sudáfrica nos enseñó que, sin importar de qué lado del conflicto estábamos, llegaba un momento en el que debíamos arriesgarnos a dejar de lado nuestras diferencias, para crear oportunidades en que pudiéramos sanarnos. Los primeros pasos fueron hablar y escuchar; hablar unos a otros en vez de hablarle al otro, y escucharnos.
En Colombia, tanto a quienes apoyan a grupos paramilitares de derecha como a los que apoyan a los de guerrilleros de izquierda, a los grandes terratenientes y a quienes han sido desplazados a las ciudades, incluso a quienes están o no activamente involucrados con los cultivos ilícitos, que abastecen el conflicto, o con su erradicación, les llega un momento de reconocer al otro por lo que en el fondo somos todos: miembros de una familia, la familia humana, la familia de Dios.
En Sudáfrica, cuando los líderes de los diferentes partidos que habían estado en guerra se sentaron a hablar, literalmente no podíamos creer lo que estaba sucediendo frente a nuestros ojos. ¡Allí había antiguos enemigos declarados! Ayer, ellos habrían querido hacerse daño físico; ¡hoy están hablando como hermanos y hermanas!
Que nosotros hubiéramos conseguido la democracia habla del hecho de que no podemos permanecer aislados los unos de los otros. En Sudáfrica le llamamos a este tipo de confianza en el otro ‘Ubuntu’ (filosofía africana basada en las relaciones entre las personas): mi destino está relacionado con el tuyo. Somos quienes somos a través del otro. Yo no puedo ser sin ti.
Invitamos a representantes de todas las formaciones políticas a participar en nuestro proyecto nacional. Tuvimos la primera elección democrática de nuestra historia. Luego, los representantes de esos partidos que fueron elegidos democráticamente se sentaron a escribir una constitución y una declaración de derechos. Trabajaron por un propósito común, con miras a la meta común de construir una nación en la que todos los ciudadanos tuvieran las mismas oportunidades de prosperar.
Nos dimos cuenta de que no podíamos esconder nuestro dolor debajo del tapete y se creó un mecanismo para incentivar a los perpetradores de la violencia a que buscaran un perdón legal (amnistía de la persecución), siempre y cuando sus acciones tuvieran una motivación política y que estuvieran dispuestos a contar toda la verdad.
Llamamos a este mecanismo la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, institución y proceso que tuve el honor de liderar. Aprendimos acerca de la especial relación entre verdad y perdón, cuán importante es para las víctimas y los perpetradores contar y escuchar sus historias, y que estas sean reconocidas por los otros.
Siempre llega un momento para reconocer nuestro papel dentro del conflicto cuando hay dificultades en el proceso, de dejar de culpar a los otros y de enderezar las cosas para el beneficio de nuestros niños, de nuestro país y de nuestro mundo compartido, que es nuestro hogar.
Felicitaciones, Colombia. Que Dios los bendiga en el camino que tienen por delante.
Con amor,
ARZOBISPO EMÉRITO DESMOND TUTU
Ciudad del Cabo»
(*) El ‘padre’ de la Nación del arcoÍris Desmond Tutu nació en Sudáfrica en 1931. A finales de los 60, después de ordenarse, empezó a denunciar la situación precaria en la que vivía la población negra con el ‘apartheid’. Lideró la Comisión para la Verdad y la Reconciliación en su país, y en 1984 recibió el Premio Nobel de Paz. Le atribuyen la creación del apelativo ‘nación del arcoíris’ para hablar de Sudáfrica como un país diverso.
Fuente: http://www.eltiempo.com/politica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12245385.html