Alguien recorre la geografía española repitiendo, a quien le quiera escuchar, las verdades del barquero. Con la excusa de presentar su libro «Combates de este tiempo», va de ciudad en ciudad predicando en el desierto ante un auditorio que por lo general se sabe de memoria el meollo del sermón, pero que anda perdido, despistado, […]
Alguien recorre la geografía española repitiendo, a quien le quiera escuchar, las verdades del barquero. Con la excusa de presentar su libro «Combates de este tiempo», va de ciudad en ciudad predicando en el desierto ante un auditorio que por lo general se sabe de memoria el meollo del sermón, pero que anda perdido, despistado, muriendo de hambre y sed en un páramo político. Julio Anguita se dirige al público con dos jarras de agua, una para calmar la sed por un instante, nada más que un instante, apenas lo que duran los aplausos, la otra es de agua fría, para echarla a la cara y obligar a despertar. Firma sus libros, recibe elogios y parabienes, pero en realidad se dedica a difundir una idea. ¿No os dais cuenta de que nos están ganando, que estamos con el lomo en la lona, a punto de perder por completo el combate?, parece que exclama. El enemigo está en pie de guerra y pelea a muerte, con todo. Y nosotros damos golpecitos sin una dirección clara, sin táctica, sin la seriedad y la concentración de esfuerzos que exige una lucha en serio en la que nos lo jugamos todo. Julio Anguita afirma que hay que hacer la huelga general, claro que sí, pero… ¿es parte de una estrategia clara de acumulación de fuerzas con un sentido? Huelga sí, pero ¿qué pasa al día siguiente? ¿Volvemos a la normalidad, queda todo reducido a los titulares de un día, de modo que el enemigo la digiere y excreta sin que tenga verdaderamente efectos contra su ofensiva brutal?
Julio Anguita explica de maravilla lo que en las calles resumimos en lemas como «no es una crisis, es una estafa». Con sencillez, lejos de nada que recuerde a dogmatismos alejados de la escasa cultura política de la gente llana, traduce la crisis al lenguaje de la lucha de clases. Muestra qué clase de delincuentes nos atacan y extorsionan. Son culpables de alta traición, entre otras muchas cosas, porque son los manijeros de los poderes económicos, los poderes reales, y les están regalando la constitución, las leyes, el país, nuestros servicios, nuestro patrimonio público, nuestras vidas. Y aderezan el delito flagrante con una vergonzosa pátina de patriotismo. Anguita dice: «El patriotismo no puede ser el trapo bicolor y el desfile de la legión. La patria somos el pueblo, los habitantes del país, y la están vendiendo». Debemos recuperar el auténtico valor del patriotismo, no podemos seguir regalándoles esa idea y ese sentimiento a los ladrones, a la oligarquía.
El predicador expone el proyecto del frente cívico al que, a su juicio, los militantes de izquierda y la ciudadanía en general deberían entregarse con generosidad y visión de futuro. Para Anguita, es necesario un acuerdo sobre puntos muy concretos, una especie de acuerdo de mínimos de carácter de emergencia, patriótico si se quiere, que permita concentrar las fuerzas, «hacer músculo» y planificar la batalla como es debido. Hay que renunciar, dentro del frente, a las señas de identidad ideológica para hacer viable la unión de la inmensa mayoría. No es un frente de izquierda sino un frente ciudadano sobre un puñado de ideas muy concretas que atañen al pueblo y la defensa de sus derechos e intereses más elementales. Hay que olvidarse del juego perverso de las identidades políticas, afirma una y otra vez, en buena medida refiriéndose al PSOE. ¿De qué nos sirve que alcen el puño y canten la internacional si luego enmiendan la constitución para vendernos al capital, santifican las SICAV y la evasión fiscal de los más ricos o atentan sin frenos contra los derechos de los trabajadores? ¿Qué importan las palabras, los colores, los himnos, si luego permiten a los gringos poner su escudo antimisiles en Rota y nos venden como construcción europea la destrucción de la soberanía para entregarnos desnudos a la gran banca, sobre todo la alemana, a través de todos los tratados que han ido firmando y la pleitesía que rinden de hinojos y sin vergüenza ninguna? ¿No hay más alternativa que apoyar o a unos o a otros? ¿A Anguita se le aplaude con tapones en los oídos cuando repite de mil y una maneras que lo que importa es el programa, coño, el programa?
Nuestros predicadores son recordadores. Iluminan el camino por recorrer extendiendo la mirada al pasado. La parábola de Anguita se llama Tratado de Maastrich. Ahí empezó casi todo, ahí se instauró el dogma neoliberal y la preeminencia de los intereses del capital alemán. Con la bendición de PP, PSOE, CCOO, UGT y la derecha de dentro de Izquierda Unida (más de la mitad de su grupo parlamentario de entonces, con gente como López Garrido o Almeida… y acabaron todos más o menos revolcados en el PSOE), España firmó alegremente cosas como que el banco central europeo no podría financiar directamente a los estados (irresponsables, se ve, por definición), sólo prestaría dinero en adelante a los bancos privados (un dechado de responsabilidad social y económica, se ve, por definición). A Julio Anguita le salió cara la oposición a aquella ignominia, a aquellos polvos de los que arrancaron estos lodos. Se iniciaba entonces la feroz campaña mediática que lo acabó tumbando a puñetazos en su rojo corazón. ¡No podemos olvidar!, exclama ahora, enérgico, el predicador en el desierto, porque el auditorio se comporta como si su memoria estuviera vacía, víctimas desconcertadas de un cataclismo que parece haber emergido porque sí del inframundo, sin que nada lo haya evocado y nada lo pueda parar.
El tiempo vuela y Julio Anguita ya no puede ser la cabeza visible, el candidato, la figura aglutinadora de un frente común de la ciudadanía que despierta. Como un Sócrates contemporáneo, intenta ser por lo menos la matrona que ayude al nacimiento con urgencia de lo que necesitamos la clase trabajadora, la inmensa mayoría, el núcleo humano de la patria. Como un Moisés comunista, intenta mostrar el camino en la travesía del desierto para que podamos ir juntos y llegar a mejor tierra. Sólo que sin otro dios que una razón práctica bien armada y un profundo sentido ciudadano y democrático. Por delante, la hora de despertar del KO y recomenzar nuestra parte en el combate. Ya perdió este país la oportunidad de hacer de Anguita el primer presidente como es debido. Ahora hay que escucharle y tomar impulso para cuajar la unidad y encontrar los nuevos Julios, las nuevas Julias, que pondrán rostro a la alternativa del pueblo.
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