Aclaración al señor Enrique Santos Calderón: «Creo que para Semana Santa debe haber salido siquiera el primer punto. Conozco a mi hermano, él está jugado con esto, pero su paciencia no es infinita. Tampoco la del país». Con tales palabras termina el periodista Enrique Santos Calderón su reciente escrito acerca de su participación en la […]
Aclaración al señor Enrique Santos Calderón:
«Creo que para Semana Santa debe haber salido siquiera el primer punto. Conozco a mi hermano, él está jugado con esto, pero su paciencia no es infinita. Tampoco la del país». Con tales palabras termina el periodista Enrique Santos Calderón su reciente escrito acerca de su participación en la fase exploratoria de las conversaciones con las FARC en La Habana. Es obvio que cada persona guarda en su memoria y parecer lo que le llama particularmente la atención. No todos miramos los acontecimientos desde una misma óptica, lo cual se nota sobremanera cuando se trata de hechos con trascendental significación política, en los cuales la visión de clase ejerce una poderosa influencia. Un integrante de la más rancia oligarquía capitalina, describirá siempre sus experiencias de un modo radicalmente distinto a como lo harían los alzados en armas que combaten a los de su clase. Es el caso del artículo en mención.
El solo título de su crónica, «Yo estuve negociando con las FARC en Cuba», revela cierto tono individualista y fatuo, como si se tratara de un acto heroico, algo que a diferencia del señor Santos, consideran absolutamente normal los miles de campesinos y colombianos en general que se relacionan con la insurgencia diariamente. Y que no negocian nada con ella, como tampoco lo hizo el señor Santos, quien formó parte de una comisión oficial que estuvo discutiendo con nosotros los términos de un Acuerdo encaminado a posibilitar conversaciones formales y públicas de paz.
Entendemos que el señor Enrique Santos releva con su escrito a las FARC del compromiso de confidencialidad acordado. Él, integrante de la delegación gubernamental y hermano mayor del Presidente, reconocido periodista nacional, aborda la tarea de exponer al público su versión acerca de hechos cubiertos hasta ahora por la reserva. Así las cosas, es obvio que nosotros también podemos hacerlo.
En realidad no entendemos cómo puede considerarse clave al papel desempeñado por el hermano mayor en la fase inicial de las conversaciones. Participó en ellas, sí, como todos los integrantes designados por el Gobierno, y jugó su papel. Pero de ahí a definirlo como clave hay una gran distancia. Ambas delegaciones contaron con dos tipos de integrantes, unos plenipotenciarios y otros llamados de la comisión técnica. Desde un principio se nos aseguró que Enrique Santos sería plenipotenciario, pero al final no figuró como tal, sino como una especie de asesor, de delegado personal del Presidente, subordinado por completo al propio jefe de delegación, el señor Sergio Jaramillo, el tipo clásico del arrogante y presumido, siempre empeñado en hacer sentir su importancia, especialmente a los de su propio equipo.
Quizás por ello escribe ahora el hermano mayor, urgido de inflar su disminuida influencia a la hora de las conversaciones. Ocurrió más de una vez que tras haber acordado alguna cuestión con él, en alguna ausencia del señor Jaramillo, al llegar éste último ignorara con evidente displicencia la palabra comprometida por el periodista Enrique Santos. Era como si le recordaran aquello de zapatero a tus zapatos.
Es cierto que el proceso estuvo a punto de morir por la dificultad en concertar la sede de las conversaciones. Pero había un elemento de gran peso contra la posición oficial de que los diálogos no podían desarrollarse en Colombia. La primera reunión entre delegados del Gobierno y FARC se produjo en territorio colombiano, en la región del Catatumbo, con delegados de parte y parte, sin que existiera formalmente proceso, lo que demostraba que eso no era imposible.
Por cierto que las FARC, en aras de echar adelante las conversaciones, terminamos pasando por alto la primera violación flagrante de la palabra del Gobierno, pues en el momento de acudir a la cita con los camaradas Andrés París y Ricardo Téllez, los dos miembros de Estado Mayor Central autorizados, los delegados enviados por el Presidente no fueron los de más alto nivel que había prometido, sino dos burócratas medios completamente distintos.
Aduce exageradamente el hermano mayor, que el traslado de Mauricio Jaramillo a Cuba entrabó durante un año el inicio de las conversaciones. Por encima de la hipérbole cabe aclarar que cualquier demora en ese sentido sólo se puede achacar al Gobierno. ¿Alguien podría considerar serio que los delegados oficiales sostuvieran que sólo se podía trasladar al Comandante del Bloque Oriental de las FARC-EP por tierra, desde las selvas del Meta o Guaviare hasta la frontera venezolana en el Norte de Santander? ¿No podía el gobierno nacional disponer que un helicóptero rodeado de toda clase de garantías lo trasladara de una vez hasta Venezuela?
La desconfianza obviamente no podía derivarse de lo acaecido con la operación Jaque, un hecho que todo el mundo reconoce hoy como otra de las grandes farsas de la Seguridad Democrática, al lado de la desmovilización paramilitar y los falsos positivos. El Presidente, que ejerciendo como ministro de la defensa ordenó la invasión militar al territorio ecuatoriano en marzo del 2008, mal podía alegar que, aun contando con la autorización formal del gobierno de Venezuela, el traslado aéreo era imposible por cuanto violaba los controles antidrogas acordados con USA. Salta a la vista la pobre idea que tienen de la soberanía nacional.
Al final el traslado se cumplió como lo planteábamos nosotros. No sin que antes se generara otra discusión, porque según los delegados gubernamentales el avión sólo podía llegar hasta Cúcuta, donde los trasladados debían descender para continuar su recorrido en carro hasta San Antonio, en el Táchira, donde debían abordar otra aereonave que los conduciría al aeropuerto de Maiquetía. Resultaba elemental pensar que tras la febril argumentación santanderista que imponía cruzar innumerables retenes del Ejército Nacional, se escondía otra intención non sancta.
Múltiples empecinamientos de ese orden, todos atravesados en el camino por los delegados oficiales, han conformado la fuente real de los grandes retardos. El hecho de que tras exponerlos tercamente, el Gobierno termine cediendo de un momento a otro, basta por sí solo para preguntar acerca de su contribución efectiva a la celeridad de todo este asunto. Algo de naturaleza semejante sucedió con la formalización de Alexandra, la guerrillera holandesa, como delegada por las FARC. Son cosas que no conoce el gran público y que por tanto aprovecha mucha gente, en particular la gran prensa, para manipular y tergiversar la verdad de lo ocurrido.
Sin duda alguna que el señor Enrique Santos cuenta con varias maestrías en tal tipo de materias. De otro modo no dedicaría espacio a su imaginaria descripción de la partida del Comandante del Bloque Oriental desde un lugar situado a escasos kilómetros de San José del Guaviare, cosa de la que él jamás fue testigo, pues los delegados del gobierno nacional no tuvieron la menor injerencia en la ejecución de ese procedimiento.
Lo que tal vez sí sea cierto, es que como todo miembro de la alta burguesía nacional que se respete, el señor Enrique Santos pasa más tiempo en Miami que en su propio país, del cual no obstante se considera uno de sus propietarios exclusivos. No hizo mención en su nota al aplazamiento que tuvo que cumplirse en cierta etapa, porque un largo viaje de descanso familiar del periodista al exterior impedía su presencia. Resulta increíble que por minucias de ese orden la paz del país tenga que esperar.
Como si se tratara de cuestiones baladíes, el hermano mayor insiste en seguir culpando a las FARC de las demoras en la firma de un Acuerdo, por haber puesto de presente hondas diferencias y problemas de lenguaje y semántica, dentro de los cuales ejemplifica las dificultades presentadas con el término desmovilización. Las cosas fueron distintas. Desde un comienzo el gobierno nacional dejó ver que lo único que esperaba de un proceso de diálogos con las FARC, era la firma de nuestra rápida y sumisa desmovilización. Haber logrado sobrepasar esa inamovible muralla tras seis meses de discusiones puede considerarse de verdad un logro importante.
Cualquier dificultad nacida de la confrontación armada en Colombia, o como lo recuerda el señor Enrique Santos, de la liberación de los prisioneros de guerra en nuestro poder, únicamente puede imputarse a los delegados del Gobierno. Este último asunto, como todos los demás, era completamente ajeno al tema que discutíamos, el acuerdo de una agenda y unas reglas de juego para conversar. Eso había quedado suficientemente claro desde el cruce de razones con el Presidente. Cuando ante la arremetida de los delegados gubernamentales tuvimos con cierto énfasis que recordar esta regla, el hermano mayor terminó cerrando el asunto con una especie de autocrítica, que culminó con la mirada fija en sus colegas mientras sus labios recordaban: adjetivo que no da vida, mata.
La pretendida infidencia que el hermano mayor sugiere al hablar de la presencia del camarada Timoleón Jiménez en marzo pasado en La Habana, no tiene en realidad nada de ello. A ruego del Presidente Santos, y previa solicitud formal del gobierno colombiano, el Presidente Chávez, aun desde su lecho de enfermo, tuvo la gentileza de intervenir en algunos momentos difíciles, a fin de contribuir con su enorme prestigio para que fueran limadas ciertas asperezas. Las reuniones siempre contaron con el visto bueno del Presidente Santos y su hermano mayor debe saberlo bien, a menos que por prudencia no se lo hubieran comentado. Hay algo que quisiera aclarar al señor Enrique Santos.
Cuenta que al despedirse de Mauricio Jaramillo, al que él insiste en llamar siempre El Médico, a manera de apodo, para sembrar la matriz de un alias que nunca han usado para él sus camaradas de las FARC, percibió que a ese hombre de pocas palabras le hacía falta el monte. Tareas de diversa índole hicieron necesario mi relevo por el Camarada Iván Márquez al frente de la delegación fariana. Eso no tiene nada que ver con un presunto apego montaraz, pese a los treinta y seis años de lucha guerrillera que llevo encima. Había sí cierta nostalgia por nuestra gente y quizás no la podía ocultar.
Todas las aproximaciones y luego el encuentro exploratorio estaban cubiertos por la más absoluta reserva y confidencialidad. A diferencia de los delegados gubernamentales que viajaban de continuo a Colombia o incluso a tours de recreación al exterior, nosotros permanecíamos en Cuba dentro del secreto más absoluto. Prácticamente nadie podía vernos y no podíamos dejarnos ver de nadie, lo cual convertía nuestra prolongada estancia allí en algo semejante a una clausura monacal. Nuestros interlocutores habituales no eran otros que los integrantes de la delegación gubernamental encabezada por el pesado señor Jaramillo. En esas condiciones renacen todas las añoranzas. Por Colombia, por nuestro pueblo, por nuestros guerrilleros que combaten con heroísmo contra la maquinaria de muerte del Estado. Allí están sembradas nuestras raíces. Amamos nuestra patria y a su gente. No nos interesa ningún otro lugar del mundo para vivir. Y lo soñamos libre de explotación e injusticia. Seguro que el hermano mayor pensó algo diferente.
Pero sería volver al comienzo y ya esto se convirtió en una epístola. Hubo algo que me conmovió y agradó del señor Enrique Santos. Su enfática afirmación de que cree en este proceso, porque lo considera una obligación moral y política. Pueda ser que sea cierto. Que pese más esto que la frase con la que cierra su escrito y que yo elegí entre comillas para empezar el mío. No deja de tener cierto aire de amenaza. Debiera dejar esas cosas para su hermano menor, el ministro Pinzón, o los generales de la República.
NOTAS:
1) Artículo publicado en El Espectador el 29 de diciembre de 2012 (http://www.elespectador.com/
(*) Mauricio Jaramillo es miembro del Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP.