En el sur de Chile existe un pueblo al que han querido relegar a los libros de historia. Un pueblo al que se le alaba su glorioso pasado pero al que hace ya mucho tiempo se le negó la posibilidad de presente y futuro. Es el pueblo que, según se nos enseñó, aportó la sangre […]
En el sur de Chile existe un pueblo al que han querido relegar a los libros de historia. Un pueblo al que se le alaba su glorioso pasado pero al que hace ya mucho tiempo se le negó la posibilidad de presente y futuro.
Es el pueblo que, según se nos enseñó, aportó la sangre que ocupa la mitad de la bandera nacional. Sangre que es parte del paisaje histórico y natural, como la cordillera y el mar que adornan el resto del emblema patrio. Sangre guerrera cuando fue derramada en la defensa del territorio contra el invasor español pero infame e invisible cuando de otros invasores se trata.
Desde hace años que las noticias que llegan desde el sur, huelen a engaño. Continuamente parecen ser escrita por un guionista entrenado en tiempos en que era necesario inventar enfrentamientos, la venida de un cometa o una nueva campaña solidaria nacional, para silenciar los gritos de las torturas e inventar un titular que acompañara la foto de los muertos repartidos en el pavimento. Un guionista preparado para diseñar montajes que recrean una y otra vez los clásicos más cruentos del drama histórico nacional.
Esta vez el guionista no parece distinto, pero extremó su capacidad, su saña. Quizás no tuvo miedo en inspirarse en los que ocuparon su lugar en momentos previos a la «Pacificación de la Araucanía» y que lograron crear las condiciones para legitimar la invasión del territorio de ese pueblo y la aplicación de una guerra de exterminio en su contra.
Quizás el atentado a la pareja Luchsinger-Mackay, fue parte del guión o tal vez ha permitido un giro en su elaboración, que permitió a partir de este hecho -por todos condenado, incluso por los mapuche y sus organizaciones- agudizar y llevar al extremo de creatividad su pluma letal.
Ha sido tal su capacidad que hasta los estadistas, los siempre bien comportados y mesurados integrantes de la clase política nacional, han abalado a los sectores latifundistas y empresariales que han llamado a la formación de grupos de choque contra los mapuche. Ha resultado tan efectivo, que se ha vuelto normal la injusticia y el trato desigual ante la Ley. Ahora tomarse las carreteras está bien, mientras sea contra terroristas mapuche. Armarse y llamar al paramilitarismo es permitido, mientras sea contra los violentos «indios».
Frente a la espectacularidad del actual guión, al sur se caen las máscaras y el corolario, quisieran que fuese, el definitivo blanquiamiento de un país al que nunca le ha acomodado su mesticidad y menos aún su composición multicultural.
Al sur se caen las máscaras y el rostro real es el de la cruda represión a un pueblo. Represión que desde hace años, los guionistas dominantes, han visto como el único camino para la expansión total del capitalismo extractivista, en la tierra que porfiadamente un pueblo insiste en defender.
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