El optimismo y el pesimismo son estados emocionales o subjetivos, generados por una interpretación de la realidad. Por lo tanto para los marxistas revolucionarios lo que primero existe es la realidad material y su correspondiente análisis práctico de clase: «El análisis concreto de la realidad concreta» surgido en la experiencia de la lucha tan caro […]
El optimismo y el pesimismo son estados emocionales o subjetivos, generados por una interpretación de la realidad. Por lo tanto para los marxistas revolucionarios lo que primero existe es la realidad material y su correspondiente análisis práctico de clase: «El análisis concreto de la realidad concreta» surgido en la experiencia de la lucha tan caro a Lenin. En la Colombia actual, un análisis así nos da la posibilidad de ser optimistas.
El presidente JM Santos y su antiguo jefe, hoy odiado rival Uribe Vélez, están parados sobre la tierra. Quiero decir sobre la renta de la tierra o del suelo agrario, pero enfrentados horizontalmente por su apropiación; los inversores agro-mineros y los agro-pecuarios, fracciones de una misma clase trasnacional (neoliberal) dominante y gobernante que cada uno de ellos representa; dado el caso, o en un momento determinado de la contradicción entre ellos, es más fácil que vuelvan a unirse, a que por ejemplo, uno de ellos cometa el suicidio de coaligarse hacia abajo con sus antagonistas del otro polo de la contradicción de clase: el pueblo trabajador o gente del común. Este debe ser el punto de partida de cualquier análisis de coyuntura en Colombia: contradicción horizontal arriba soluble. Contradicción abajo-arriba insoluble.
El segundo elemento a considerar es el movimiento real de la sociedad colombiana signado por varias circunstancias: una La crisis económica y financiera global que está causando estragos en la economía colombiana por ejemplo, la llamada «quiebra de Interbolsa» donde reconocidos inversionistas de la oligarquía financiera trasnacional colombiana han visto desaparecer en el casino bursátil donde juegan, la alucinante e increíble suma de un millón de millones de pesos colombianos. Otra circunstancia a considerar son los efectos devastadores del entreguista tratado de libre comercio TLC, en algunos sectores productivos del campo colombiano (confundidos como burguesía nacional) tradicionalmente dominantes y favorecidos por el Estado como los cafeteros algodoneros, cacaoteros, etc, quienes al verse despojados de algunos subsidios estatales, no han podido competir con el mercado global yendo cuesta abajo en la rodada, se han visto forzados a protestar masivamente pidiendo proteccionismo (confundido con patriotismo)
Además, se deben considerar como tercer elemento las cifras oficiales del crecimiento industrial colombiano que son un sarcasmo: «el sector industrial creció un cero por ciento». La cifra de desempleo estructural causado por el neoliberalismo está en aumento. La llamada revaluación del peso colombiano producida por los Narco-dólares lavados por el narco-capitalismo dominante. La devaluación en Venezuela, y, el estancamiento físico de la locomotora minero-energética de JM Santos, que por acción de la creciente y consiente movilización social (el cuarto elemento a considerar) hoy es una bella maquina a vapor, nueva pero obsoleta, parada en una estación fantasma sin rieles, echando humo negro producido por el carbón paramilitar de la Drummond, la Fenoco, Glencore, Vale Coal, Gecolsa, resoplando vapor de agua de las hidroeléctricas españolas de Fenosa Emgesa, Isagén, y envenenado con el cianuro de la extracción del oro de las trasnacionales canadienses. Es en una palabra, inviable.
Si a esto se le suma un quinto elemento: la concepción ludópata del proceso de diálogos de la Habana, concebido por «Augusto junto con el abominable Abdón», como una partida de póker en un «saloon» de puertas batientes del salvaje oeste americano, en medio de las balas y unido a una supuesta reeleción de Augusto, que cuando el virtuoso jugador ha sido desnudado y ha quedado sin los ases que creía tener en la manga, puede patear la mesa para que comience la balacera, y de la cual ingenuamente cree va a salir triunfante como si fuera Django. Es obviamente una contraposición a una visión civilizada de proceso flexible, donde en un dialogo diplomático se cede bilateralmente con el fin de concretar acuerdos sobre las reformas que la sociedad colombiana necesita desarrollar para superar definitivamente el histórico conflicto social y armado de Colombia. Visión de ludópata que no tiene ningún futuro.
Un sexto elemento son las repercusiones políticas que este desarrollo contradictorio de la sociedad tiene en la conciencia social, muy a pesar de la desinformación y la intoxicación mediática producidas por el aparato de propaganda del régimen: El malestar producido por la reforma a la justicia. El Fuero Militar. El fallo sobre el archipiélago de San Andrés utilizado políticamente por Uribe Vélez. El impacto las muertes inútiles por la continuidad del conflicto. El accionar continuado de los Paramilitares. Los anhelos de paz del pueblo colombiano respaldados por la Conferencia Episcopal colombiana. Más la vigorosa protesta social que está en Marcha, sin poder ser aplastada por la criminalización y persecución del Estado:
Pues se tiene un cuadro que deja pensar en los «asomos» de una situación política que permite desde ya, lanzar este 9 de abril venidero, la consigna popular de un nuevo gobierno patriótico de reconciliación y reconstrucción de Colombia, para superar la incapacidad y desprestigio de la clase gobernante y sacar al país de la crisis en la que se encuentra. Pero en lugar de conformar un Toconsan (todos contra Santos) o frente cívico burgués como el de 1957 que derrocó al dictador conservador General Gustavo Rojas Pinilla (Gurropín) conformar un nuevo Poder popular. Es factible y sobre todo posible. Pongámoslo en marcha.
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