La Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, Yolanda Barcina, está a un paso de ser imputada -si el tiempo no lo impide y la autoridad lo permite- por la gestión de las dietas de Caja Navarra, hoy fagocitada por la Caixa. En este turbio asunto están implicados también, el ex presidente Miguel Sanz y […]
La Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, Yolanda Barcina, está a un paso de ser imputada -si el tiempo no lo impide y la autoridad lo permite- por la gestión de las dietas de Caja Navarra, hoy fagocitada por la Caixa. En este turbio asunto están implicados también, el ex presidente Miguel Sanz y el director de la antigua Caja Navarra, Enrique Goñi. La Presidenta debería ser práctica, realista y más sensata.
Quizás lo intenta, pero ya no puede a estas alturas de su insoportable situación personal, política y judicial. Uno en su posición se sentiría sobredimensionado por la presión de los hechos, hechos que, aunque negados y minimizados por ella, no dejan de ejercer una tremenda coerción sobre su vida. Y eso se nota. Quizá esa tensión le paraliza y su autoprotección, a cualquier precio, solo es una huida hacia delante en un intento de saldar cuentas -o vaya usted a saber qué-, con su conciencia, su partido y hasta con su vida. Pero debería apostar fuerte y sumergirse en las aguas de la honestidad. Sin embargo, la Presidenta echa mano de su conciencia -que más que una espina, es un puñal en la carne- para saldar su deuda pública y social. Y así, al amparo de su conciencia, siempre irreprochable, se blinda en ese territorio en que se siente segura. En ese limbo privado del yo no he hecho nada. Pero su posible imputación no es explicable desde su privada conciencia. Porque ésta puede estar muy alejada de la ética publica que a todo gobernate se le requiere.
La Presidenta debería, para salir airosa de esta situación, no empeñarse en la permanencia a toda costa en el cargo. Ya sé que es lo más recurrente, lo más demandado; su dimisión. Pero esto es imprescindible. Los hechos denunciados, la situación creada y la sospecha social generada por el caso de las dietas de la CAN, requieren ese primer paso. Y eso sí sería un ejemplo de honestidad democrática. Lo contrario es afianzar la sospecha, aumentar la desconfianza y finiquitar el escaso crédito que la Presidenta dispone. Quizá uno, alejado del poder, no comprende el juego subterráneo, ni las corrientes internas, ni siquiera llega a percibir los extraños ruidos que emite el poder. No sé hasta que punto el poder te hace confundir a Borges con Marcial Lafuente o te fagocita convirtiéndote en un desconocido para ti mismo. Pero intuyo que te obliga a prostituir tu alma y tu conciencia día sí, día también. Porque solo así es comprensible una actuación como la de la Presidenta. Una mujer empoderada tras decisiones imponderables, que ha hecho alardes de pedagogía ética, de ética política, de honestidad, de rotundas declaraciones en torno al comportamiento de otros. A lo que debería exigírsele a otros que no sean ella. A otros que no participan de su rígida visión política. Incluso llegó a decir, ajustada ella, que un imputado no cabía en las filas de UPN, el partido en el poder. Imagino que lo dijo arrepintiéndose inmediatamente. O tal vez para salvar la apariencia necesaria exigible al rango y cargo. Con la boca pequeña, con la que quizás todos acallamos nuestros agujeros negros. Pero una representante de la ciudadanía, máxime en su cargo, tiene la obligación de dar ejemplo. Se lo exige su juramento. Eso, al menos que lo jurado o prometido no haya sido un pacto con los demonios del alma.
No sé si a la Presidenta le falta una buena asesoría o le sobran malos instructores. Pareciera empeñada en su propia salvación cuando en realidad quien precisa salvación es esta Comunidad. Una comunidad sumida en una grave crisis de gobernabilidad y de credibilidad que requiere de estrategias de gestión política y económicas sólidas y equilibradas. Resulta extraño que ahora esa gobernabilidad, como idea fuerza de su discurso, apenas le importe. Bueno, sí le importa, pero solo como un escupitajo envenenado dirigido a los demás.
La Presidenta tiene ahora una gran posibilidad de demostrar quién dice que es, quién dice querer ser y quién debe ser. Sus discursos, sus ideas, sus grandilocuentes manifestaciones casi siempre teñidas de sensatez, honorabilidad, dignidad, ética, equidistancia, corrección, ejemplaridad y claridad pública y privada, tienen en este momento el espacio y la oportunidad de ser demostrados. La Presidenta debería dimitir. Porque ya no representa a la ciudadanía, sino a la acumulación de sus obsesiones. Sé que si me lee, me acusará de malversador. Pero es la ética pública quien tiene la última palabra. Y esa ha sido su palabra. Y la situación, los antecedentes y los indicios nos sumergen ante una urgente respuesta. Empezando por ella. La máxima autoridad. Porque si no lo hace, ¿qué credibilidad le queda? Pero sobre todo qué efectos tiene su actitud sobre la ciudadanía a la que ella le exige responsabilidad, honestidad, sentido del deber, ecuanimidad y obediencia debida a las leyes y autoridades. Yo creo que la Presidenta, así como otros gobernantes del PP y allegados a los círculos concéntricos de la corrupción, deberían frenar en seco. Navarra se puede berlusconizar como ya está ocurriendo en el reino de España. Quiero decir que, salvando las distancias con el bufón italiano, Navarra no se puede permitir un descrédito de tal calibre. No porque sea Navarra, ese reino tan manoseado hasta lo nauseabundo, sino porque su ciudadanía no se lo merece.
Actuaciones, declaraciones y comportamientos como la de la Presidenta, el expresidente Miguel Sanz y el director de la antigua Caja Navarra, generan más efectos nocivos sobre los comportamientos politicos de la ciudadanía que lo que ellos mismos creen. Sus hechos no son en vano. Porque si quien tiene la responsabilidad de dar ejemplo no lo hace, niega su culpa y además soborna a la propia ciudadanía alegando inocencia perpetua amparada en la ingeniería judicial, la propia ciudadanía querrá emular a una clase corrupta que siempre sale inmune de su madriguera operativa. Porque siempre pensará que sale más rentable ser corrupto que honrado ciudadano.
Finalmente, Navarra es una tierra de sorpresas, una comunidad de extremos, de insospechadas idas y venidas, cuna de insurrecciones y cementerio de ilusiones, una tierra indomable al destino unas veces y otras rehén de un tiempo pesado que se eterniza hasta el hartazgo. Tengo la firme sospecha que este tiempo se acaba, que el tiempo de la gran derecha navarra fraguada al amparo de los enormes privilegios y del aforamiento particularista está clamando venganza y fin de serie. La gran derecha no solo ha agotado su ciclo, también ha consumido sus propios recursos, los que le han permitido maniobrar a su imagen y semejanza disfrazada de honesta derecha socialdemócrata blindada por un tiempo de bonanza de clases. El tiempo presente, con sus crisis, sus tensiones, los movimientos de resistencia, la calle ardiendo y una parte de la judicatura sensible a los escándalos, van a actuar como efectos reguladores iniciando un nuevo ciclo. Esto es pura historia social.
¿La Presidenta luchará hasta el final? Tal vez ni ella misma lo sepa. Porque tal vez no dependa de ella seguir embarrancándose en una autodefensa desesperada. Los partidos tienen una gran oportunidad para gestionar este estado de gran debilidad institucional. No para hacer sangre, sino para responder a la ciudadanía. Y gestionar ese tiempo futuro que se avecina es un gran reto. Unos partidos tienen más responsabilidad que otros. Y los socialistas navarros, una vez más, sin poder parlamentario, tienen poder real. Quizás de ellos dependa adelantar este fin de fiesta. A algunos le he oído decir que creen en la salvación de Navarra. Espero que no me obliguen a creer en el porvenir del cianuro.
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