Desarrapados, carentes, muertos de hambre, azulosos, revoltosos, delincuentes, peligrosos, flaites, rotos, chistosos, simpáticos, talentosos, esforzados, miserables, resentidos, picantes… son algunos de los adjetivos que hemos inventado y heredado como parte de «nuestra» bendita tradición cultural para hablar de los «pobres». Todas estas palabras son siempre dichas por aquellos que tienen el poder de nombrar, enunciar […]
Desarrapados, carentes, muertos de hambre, azulosos, revoltosos, delincuentes, peligrosos, flaites, rotos, chistosos, simpáticos, talentosos, esforzados, miserables, resentidos, picantes… son algunos de los adjetivos que hemos inventado y heredado como parte de «nuestra» bendita tradición cultural para hablar de los «pobres».
Todas estas palabras son siempre dichas por aquellos que tienen el poder de nombrar, enunciar y hablar por otro. El padre, el párroco, el estado, el patrón, el gobierno, el empresario, los medios de comunicación, la Señora, son algunos de los que le dan el nombre a estos espectros que en el mundo de lo público, no hablan sino que susurran, no caminan, sino que se desplazan.
Pues si te tocó nacer de pobre en este país, estás ahí para ser levantado, arropado, contenido, hablado, re-educado, estudiado, encarcelado, festejado, aplaudido, despreciado, contado, enumerado, atendido, explotado, fichado y focalizado… No es poco.
Tan naturalizadas están estás formas de representación, reproducidas por los siglos de los siglos, amén, que cuando alguien «destinado» a ocupar ese lugar, cambia el libreto, intenta contar otra historia y escribir un guión diferente resulta molesto, chocante, desagradable, para algunos y emocionante hasta calar los huesos, para otros, pues es maravilloso que alguien le chasconee el fundo a estos patrones, sirviéndose de su propio banquete, mezclando, confundiendo, desordenando, polarizando, des-naturalizando.
«Mujer si te han crecido las ideas, de ti van a decir cositas muy feas…» y si eres pobre: peor
Me parece que la noche del domingo 9 de junio, año 2013, Roxana Miranda en el programa Tolerancia O, un escenario que a estas alturas es el espacio tradicional para hablar de «la gran política» en Chile, mostró que es posible cambiar el guión y comenzar a romper con esta forma de representación.
Ella, la dirigente de las/os deudores habitacionales, Presidenta del Partido Igualdad, y candidata a la Presidencia de la República, sentada en el panel, sonríe nerviosa, algo tímida y comienza cambiando el foco: saluda a quienes hacen posible el programa, las y los trabajadores de Chilevisión. Esa soy yo, parece decir, de ahí vengo, allí me dirijo.
Villegas, el guardián del orden posible, primer lacayo del patrón de fundo, ironiza ¿Qué vas a saber tú, una pobladora, de reformas constitucionales? Dice sin decirlo…
Primero ….el desconcierto. Luego hacer lo que sabe…avanzar desde la oscuridad, transformar una escena a la que asistió como convidada de piedra, en su terreno, en su lugar, en su derecho, en su tribuna. En tribuna del pueblo. Les mostró la liquidación de sueldo, la tarjeta BIP, la tarjeta del consultorio, les dijo que hasta la última vecina, que los ricos, que la burguesía, que la clase… les mostro los dientes, les sonrió, les dio ejemplos y les terminó diciendo: traigan una mujer.
Roxana, la «pobre» pobladora «no más», golpeo la mesa con sus palabras, habló, se habló, nos habló desde un movimiento social que se politiza, que le dice a la tradición de izquierda que comparte la misma matriz elitista de representación, que así suenan/ resuenan/suenan/resuenan/
Una voz que no habíamos escuchado antes, y que no nos cuenta lo que queremos o estamos acostumbrados a oír, es más, ni siquiera nos dice lo que es políticamente correcto. Podemos ponerle atención o hacer oídos sordos…
Pero volviendo a mis palabras de mujer clasemediera, la noche del domingo me quedó claro por dónde viene el futuro… y por donde se va quedando el pasado. Villegas y su voz de macho universal, su racionalidad técnica, comienza a parecerme lejana, inaudible, mientras tenue y rupturista emergen, creo, las voces de los pueblos, en un sonido que no es necesariamente lindo y que, aunque tenga momentos de extrema dulzura, es amargo, dolido, ¿esperanzado? y parece que se escucha con mayor precisión, claridad y firmeza, cada vez que tiene el valor de hablarse a sí mismo. ¡Unas voces que abren los límites de lo posible en este país de tanta mierda acumulada!
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