Cada día que transcurre la situación política de Mariano Rajoy se torna más comprometida. La imagen que ofrece el presidente del Gobierno español es la de un personaje que, atrapado en un barrizal de arenas movedizas, se hunde más en la medida en que se mueve para liberarse. El periódico «El Mundo», que dirige un […]
Cada día que transcurre la situación política de Mariano Rajoy se torna más comprometida. La imagen que ofrece el presidente del Gobierno español es la de un personaje que, atrapado en un barrizal de arenas movedizas, se hunde más en la medida en que se mueve para liberarse.
El periódico «El Mundo», que dirige un hombre próximo a la extrema derecha del PP, se ha convertido en el peor enemigo del presidente del gabinete ultraconservador. Las revelaciones que han aparecido en las primeras planas de este rotativo no son solamente la expresión de los buenos contactos que mantiene su director, Pedro J. Ramírez, con áreas privilegiadas del Poder. Ponen de relieve que no nos encontramos ante los resultados de una inocente investigación periodística sino también ante una operación política de gran envergadura. Los perseverantes ataques a la cabeza del Ejecutivo parecen situarse en la línea de intentar promover desde un sector de la derecha una alternativa de recambio a un sistema monárquico que se está cayendo a trozos, cuarteado por las contradicciones inherentes a su propio origen.
Las últimas revelaciones del periódico «El Mundo», publicadas hoy lunes 15 de Julio ponen de manifiesto que la radiografía del Poder se parece más a un fotograma de la película «El Padrino» que a una Administración del Estado. No se trata, por otra parte, de un fenómeno nuevo, propio de tiempos de crisis. En las tres últimas décadas han tenido lugar, periódicamente, situaciones tan o más bochornosas que éstas, tanto con los gobiernos del PP como con los del PSOE. Sin embargo, su difusión social estaba restringida por los límites de la autocensura y la inexistencia de medios masivos como Internet, pero también porque el grado de descomposición y las contradicciones del sistema no alcanzaban los niveles actuales. Es igualmente cierto que la crisis económica ha multiplicado por mil la sensibilidad social y aumentado hasta el infinito la irritación de las masas. Pero haríamos mal en olvidar que lo que hoy sucede es sólo la última secuencia de un proceso iniciado hace más de tres decenios, nacido con el «consenso» que hizo posible la operación que recambió la dictadura franquista por la Monarquía borbónica.
«Si hablas, tu mujer irá a la cárcel. Si callas, Alberto Ruiz Gallardón será destituido en el último Consejo de ministros antes de las vacaciones y tu tema será archivado en septiembre por nulidad», le prometían hace unos días a Luis Bárcenas, el hombre que durante más de 20 años fuera «capo di tutti capi» de la cúpula del PP. El que hizo esta oferta de omertá – según informa la edición de este lunes 15 de julio del periódico «El Mundo» – fue Javier Iglesias Redondo, abogado de Álvaro Puerta -el correveidile que en una caja de puros disimulaba los sobresueldos que distribuía entre los dirigentes del Partido Popular-. El ultimátum se lo espetaron a Luis Bárcenas en la cárcel de Soto del Real hace justamente una semana. No se trataba de una oferta gratuita. Iglesias Redondo iba, según dijo, en representación de la dirección del PP. Pero no fue él el único al que la cúpula de la organización ultraconservadora encargó la misión de transmitir este mensaje a Bárcenas. Una propuesta similar le planteó Miguel Durán, el inocente y mediático «cieguito» de la ONCE, hoy abogado defensor de alguno de los inculpados en la trama Gurtel. Así es como andan las cosas.
Desde la perspectiva del análisis político y social sobre lo que está sucediendo, lo que resulta más dramático es que aquella «izquierda» que reclama durante los periodos electorales una difusa y confusa «rebelión», parece incapaz de desprenderse definitivamente de los vicios de origen contraídos con su complicidad en la construcción del sistema político vigente. Está inerme y sus ilusiones están cifradas en los votos que va a recibir de su maltrecho hermano mayor el PSOE. Pero, ¿para qué sirven los votos si no están respaldados por la voluntad y la conciencia política de revolucionar la sociedad?
La «otra izquierda», la situada en los extrarradios de las instituciones, ni acaba de articularse ni tampoco ha tenido tiempo de clarificar cuál debe ser su lugar en el ámbito de acción política. Y todo ello se produce justo en el «minuto histórico» en el que todas las condiciones parecen estar dadas para una revolución social. Menos una, la existencia de una organización política con arraigo popular que arramble con el edificio de una superestructura cuarteada por sus propias inmundicias.