ES El Escarmiento -así con mayúscula, como si de un sustantivo alemán se tratase, o porque de eso iba el bautizado Movimiento- una crónica detallada sobre la rebelión de Mola en Navarra. También reescrita como esa novela en marcha de Isaac Rosa, La malamemoria que pasó a ser autoparódicamente ¡otra maldita novela sobre la Guerra […]
ES El Escarmiento -así con mayúscula, como si de un sustantivo alemán se tratase, o porque de eso iba el bautizado Movimiento- una crónica detallada sobre la rebelión de Mola en Navarra. También reescrita como esa novela en marcha de Isaac Rosa, La malamemoria que pasó a ser autoparódicamente ¡otra maldita novela sobre la Guerra Civil!, fruto de una revisión más madura, recupera el compromiso de trabajos pioneros en la denuncia de la represión en la retaguardia, como el de Antonio Hernández en Soria y la Rioja o el más reciente de Aquí nunca pasó nada de Jesús Aguirre. Esfuerzo ingrato y no reconocido por desvelar la confusión moral que desde entonces perdura, denuncia también la equidistancia y tibiezas de los escritores más laureados de su generación.
Miguel Sánchez-Ostiz nos da cuenta de su memoria de la guerra desde su Pamplona natal en los momentos de la conspiración de Mola, el alzamiento y la escabechina posterior. Una memoria, a veces tortuosa, pues proyecta desde el presente todas las sombras que desde su infancia ha vivido in situ y ha podido imaginar entre archivos y lecturas de mucho años para recrear aquel ambiente no tan lejano. O no tanto como la parte vencedora pretende. Aunque sombras -señala MSO- más debidas al cinismo de los vencedores y sus paladines, sus herederos, incluso entre la gente a la que todo esto le resulta indiferente.
El narrador se queja de una editora, la Cárdigan, que desdeñó su monumental trabajo sobre la guerra: «Esto no está de moda», y haciendo correr las páginas del tocho como si fuera una baraja, añadió: «Esto es decimonónico… además el título no es muy original». «¿Qué tal Las fosas?» habría dicho Arana -un apócrifo, que no es otro que el propio autor-. «No, porque ese tema lo toca uno de mis chicos y eso es sagrado», le contestó la Cárdigan si no recuerdo mal.
Sin embargo, la producción comercial no cesa, películas blandas hasta el hastío, o deuvedés en los kioscos. Lo cual contribuye a desgastar cualquier otra propuesta honesta y de un escritor de fuste como Miguel, al tiempo que ensartan una ristra de tópicos y grandes mentiras, que prosperan o más bien reeditan triunfalmente la propaganda del régimen militar constituido en Burgos, contra todo pronóstico en tiempos presumiblemente de democracia y de cátedras de historia (¡Ay, ese venceréis pero no convenceréis unamuniano!) que deberían corregirlas. A saber:
– La República apenas instaurada en 1931 se inspira en los principios rusos del comunismo. Al contrario, es más bien una democracia liberal, muy tibia a la hora de plasmar la justicia social, lo mismo en el campo latifundista y de arado romano que en las ciudades más industrializadas.
– 1936 es un año negro de terror propagado por el comunismo que llega a España. La relevancia del Partido Comunista dentro del Frente Popular apenas es significativa. Los conflictos callejeros nacen, más bien, de las provocaciones de falangistas, señoritos y terratenientes tras la derrota inesperada en las urnas de su coalición bajo las siglas de la CEDA.
– La guerra civil fue inevitable y «necesaria». Ni aquí, ni en Roma, ni en Constantinopla, jamás la guerra puede ser necesaria.
– Los generales golpistas habían trazado meticulosamente un plan para el buen fin del golpe, es decir, su rápido avance que evitara males mayores. Las «directivas, instrucciones, informes reservados…» que firma Mola, el director, revelan por el contrario que El escarmiento ha de ser ejemplar, como es sabido y Sánchez-Ostiz documenta abundantemente.
– El invasor fue el comunismo, vía soviética, con el auxilio de las Brigadas Internacionales. Fenómeno este inusitado de movilización mundial en defensa del pueblo español, que también quieren borrar. El periódico The Guardian ha publicado recientemente un reportaje demoledor en el que alerta del «peligroso intento de distorsionar la historia de la Guerra Civil» con motivo de la retirada del monolito en recuerdo de las Brigadas Internacionales en el campus de la Complutense.
Como sentía Machado y otros concienciados escritores y ciudadanos en el momento en que la moderna ciudad universitaria se mudó en campo de batalla, los invasores que cercaban Madrid no podían llamarse nacionales, dado que sus fuerzas de choque no lo eran, y el cualificado apoyo alemán -con la puesta a punto de la temible Luftwaffe de la Segunda Guerra Mundial- y en menor medida italiano resultaron determinantes ante la pasividad de las democracias europeas. La guerra, como poco más de dos siglos antes, para el poeta de Campos de Castilla ofrecía tintes heroicos de resistencia popular, a la orilla del Manzanares lo mismo que en las calles más céntricas de Madrid durante la francesada estaba en juego la independencia nacional. Curiosamente, el éxito de las primeras acciones bélicas pendió de las fuerzas moras que volvieron a cruzar el Estrecho como en aquel lejano 711. Ya puestos a remenbranzas históricas de inspiración machadiana, la llegada de esas tropas legionarias de la media luna tuvo que suponer para los cruzados de la pureza cristiana una enorme contradicción, por no hablar del pillaje y razzias consentidas que, sin duda, acrecentaron esa confusión moral entre las gentes pacíficas del nuevo Estado, que Miguel Sánchez-Ostiz desvela desde los mismos preparativos del alzamiento al mostrarnos la calaña de sus principales protagonistas. Queda claro, Miguel, quien escribe la historia. Verdadero punctum dolens de tu novela y de la historia oficial y acomodadamente académica, tan distantes de los testimonios orales, de las fosas sin abrir, de la verdadera historia aún por escribir. Por algo, aquel desaliñado profesor de Francés en Soria escribió:
«Hombres de España, ni el pasado ha muerto, no está el mañana -ni el ayer- escrito.» (El Dios Ibero – Campos de Castilla).
Por eso, el autor amenaza con una segunda parte, cuyo título El botín es harto elocuente. Pasado presente todavía menos escrito.