El próximo 7 de agosto, el Presidente Juan Manuel Santos arriba a sus tres años de gobierno. Obviamente su balance esta lleno de hechos y cifras muy optimistas [1]. No obstante, la coyuntura arroja un panorama muy agitado por el auge de la protesta social y la movilización social (Catatumbo, mineros, cafeteros, cocaleros, arroceros, etc), […]
El próximo 7 de agosto, el Presidente Juan Manuel Santos arriba a sus tres años de gobierno. Obviamente su balance esta lleno de hechos y cifras muy optimistas [1]. No obstante, la coyuntura arroja un panorama muy agitado por el auge de la protesta social y la movilización social (Catatumbo, mineros, cafeteros, cocaleros, arroceros, etc), señal de un ambiente de frustración e inconformidad de millones de colombianos contra el modelo de desarrollo extractivista impuesto por la administración, que conserva todos los elementos del Estado neoliberal con su articulación a la globalización imperialista.
Las encuestas recientes muestran que la favorabilidad del Jefe de la Casa de Nariño no es la mejor. 49% tiene una imagen favorable, 46% desfavorable, apenas un 34% apoyaría su reelección para un nuevo período y un 60% se opone a esa idea [2].
Pero estas tendencias se pueden modificar. Santos tiene como plazo hasta la última semana del mes de noviembre del año en curso para formalizar su aspiración a un nuevo período de 4 años. Seguramente lo hará.
Todo va a depender de como evolucione La Mesa de diálogos de paz que se adelante en La Habana entre el Estado y las guerrillas de las Farc.
Los diálogos de Cuba van a marcar, quiérase o no, no sólo el rumbo del gobierno Santos en los siguientes 12 meses sino su opción reeleccionista. El resto de asuntos de la agenda pública, por más importancia que tengan, devendrán en secundarios o serán oscurecidos ante el hecho real de que el campo político de la nación en la actual coyuntura pasa por lo que se acuerda en La Habana y lo que pasa en Colombia frente a la evolución del conflicto armado.
Más allá del progreso en todo el plan de infraestructura y vías; o que la producción industrial logre levantar vuelo; se mantenga o no la cifra de desocupación laboral en un dígito; sean cuales sean los avances o retrocesos en la política agraria y en estrategias clave como la restitución de tierras a desplazados; pase lo que pase con las reformas al sistema de salud y pensiones; sin importar lo que ocurra con el PIB en el tercer trimestre, como tampoco los vaivenes del dólar, la inflación, el impacto de los TLC; más allá del efecto político y electoral de la entrega de miles de viviendas gratis; se mantenga o no la coalición de Unidad Nacional al día a día de la campaña por el Congreso y su derivación presidencial; por más que tenga eco la nueva estrategia de defensa de Colombia ante el lesivo fallo de La Haya sobre las aguas circundantes en San Andrés; por encima de los resultados de la lucha frente a la minería ilegal, el narcotráfico y otros flagelos; aumente o no el recaudo tributario; sean graves o no los desarrollos de escándalos de corrupción o la captura de funcionarios o exfuncionarios públicos; apruebe, sí o no, el Parlamento asuntos como la cárcel para conductores borrachos; más allá de las decisiones que tomen las altas cortes judiciales sobre casos de alto impacto público; se clasifique la Selección Colombia al Mundial… En suma, todo lo que suceda de aquí a noviembre dependerá de lo que ocurra en materia de paz y guerra, por lo menos en lo que se refiere a la puja por la sucesión en la Presidencia de la República [3].
Por eso Santos dijo el jueves 1 de agosto que «la dinámica misma del proceso indicaría que la persona más comprometida con el proceso sería la más indicada para que el proceso continúe. Y las garantías para que el proceso sea exitoso, si hay acuerdos, pues esté en manos de la misma persona que lo inició».
También añadió -en una muestra clara de lo consciente que está frente al hecho de que su futuro político está amarrado al proceso de paz- que asumió «ese riesgo, no se le puede achacar ese fracaso a nadie más sino al Presidente que fue el que tomó la decisión, y espero no fracasar por supuesto».
Es más, tiene mucha implicación que, incluso, haya dejado entrever que ya noviembre no es una fecha fatal para que de La Habana salga un acuerdo más puntual, : «Si se demora un par de meses más no es grave. Si las campañas electorales comienzan en la mitad del diálogo tampoco es tan grave, eso no tiene ninguna consecuencia negativa«. Atenuando así la idea de la «paz express», que ha sido su caballito de batalla desde el inicio de los encuentros.
Y para aclarar cualquier duda sobre el cordón umbilical que une el proceso de paz y la puja proselitista, el Presidente dijo enfáticamente: «Lo que inexorablemente va a suceder es que la paz se convierta en uno de los temas de la campaña presidencial, gústenos o no eso va a suceder».
No hay que olvidar que también fue el propio Santos quien el pasado 20 de julio, en la instalación de las sesiones del Congreso, insistió en que se la «jugaba por la paz». También en otras intervenciones señaló -en una tácita alusión al expresidente Uribe, sus precandidatos y toldas- que había unos «señores de la guerra» y «corsarios» que se la pasaban disparándole al proceso de paz o apostándole a su fracaso.
¿Entonces, qué puede pasar de aquí a noviembre? En realidad nadie lo sabe, en gran parte porque lo que ocurra con el proceso de paz no depende tanto de la voluntad de paz del Gobierno o la fortaleza de las posturas de la oposición al mismo, sino que el desarrollo de los acontecimientos está en cabeza en muy alto porcentaje de lo que definan o hagan las Farc/EP.
Y no es la primera vez que ello ocurre. Por ejemplo, en el primer trimestre del 2002, el proceso de paz entre el gobierno Pastrana y las Farc se encontraba en medio de altibajos constantes. Y admitase o no, la suerte de los entonces candidatos presidenciales se movía al mismo ritmo. Serpa, claro partidario de la continuidad de las tratativas que se desarrollaban en el Caguán, aunque introduciéndole ajustes, le llevaba mucha delantera a quien, en el otro lado, lideraba la opción contraria: optar por la mano dura militar para reducir a la guerrilla.
La evidencia de que el proceso de paz es la «variable independiente» de la campaña presidencial quedó al descubierto en los días que siguieron a ese 20 de febrero, cuando el presidente Pastrana decidió romper las negociaciones. Álvaro Uribe, que apenas si figuraba con 5% en las encuestas, empezó a crecer de una forma exponencial en las encuestas, mientras que Serpa se descolgó poco a poco. Así, en cuestión de algunas semanas, la posibilidad de que el señor antioqueño ganara incluso en primera vuelta pasó de ser un albur a una realidad casi inexorable. ¿Si el proceso de paz se hubiera mantenido, la realidad electoral pudo haber sido otra? Lo más posible es que sí.
Igual composición, aunque con distintos actores, se presenta hoy. Las que asoman como las dos principales opciones en las presidenciales (Santos y el candidato del uribismo) se enfrentan bajo las banderas de la paz o la guerra.
Pero conviene llamar la atención que con sus recientes declaraciones Santos ha descartado destruir los diálogos con lo líderes de la resistencia guerrillero campesina en La Habana para solucionar el conflicto social y armado. Esa fue una hipótesis que peso largo tiempo entre analistas del proceso de paz, que en un falso razonamiento sugerían una incompatibilidad insalvable entre el funcionamiento de La Mesa de Diálogos y el proceso electoral que se avecina. Todo lo contrario, las rondas de encuentro y los acuerdos puntuales que se irán dando le mostrarán a la opinión pública que es cierta y real la posibilidad de acabar con la guerra de más de 50 años y construir una paz con justicia social y democracia participativa. La paz resignificara la campaña electoral democrática que se inicia en unos meses-
Esta descartado que Santos vaya a patear La Mesa de diálogos para buscar su permanencia en la Presidencia de la nación por otros cuatro años, y que las Farc la afecten, pues su voluntad es avanzar en la Agenda pactada.
Por supuesto, la oposición ultraderechista que promueve el señor Uribe hará hasta lo imposible por malograr el proceso, pero cada día esta más claro que su margen de maniobra política se estrecha. Aún recibiendo el apoyo del Polo Democrático y su «Senador estrella», colocados recientemente como francotiradores de las conversaciones de paz. Gesto que se suma a su inconsecuente comportamiento de solidaridad con los responsables del carrusel de la contratación que despojo millones de dolares del presupuesto de Bogota, durante el gobierno de Samuel Moreno y su hermano Ivan. Son un lastre político. Se les olvida que de las coincidencias con la ultraderecha, la única que se beneficia es la ultraderecha. Tan elemental como eso.
NOTAS:
1. http://www.eltiempo.com/
2. http://www.semana.com/
3. http://www.elnuevosiglo.
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