La maniobra estaba escrita con letras may ú sculas. No obstante tiene el m é rito de ser reveladora del tipo de demagogia concertacionista. El equipo pol í tico de la Concertaci ó n le entregar á pronto un documento a su candidata Michelle Bachelet en el cual se se ñ ala que «es el […]
La maniobra estaba escrita con letras may ú sculas. No obstante tiene el m é rito de ser reveladora del tipo de demagogia concertacionista. El equipo pol í tico de la Concertaci ó n le entregar á pronto un documento a su candidata Michelle Bachelet en el cual se se ñ ala que «es el Congreso quien tiene la potestad constituyente » . Esto quiere decir que un Gobierno de Bachelet no enviar á al Congreso un Decreto Supremo proponiendo la elecci ó n de una Asamblea Constituyente para modificar la Constituci ó n actual. Era una posibilidad real y prometedora, que apoyada con movilizaci ó n ciudadana, pod í a lograr imponer un escenario de facto favorable a la convocatoria y elecci ó n de una Asamblea Constituyente transitoria (1).
La llamada «v í a institucional» adoptada por los expertos bacheletistas para introducir «cambios» a la Constituci ó n es la misma prevista por el equipo del ide ó logo Jaime Guzm á n en 1980 con la anuencia de Pinochet y la venia de los Chicago boys. Es decir, para impedir en la pr á ctica todo cambio sustancial que cuestione el orden dominante que consagra la actual Constituci ó n.
Y no har á n lo que el pueblo ciudadano exige no porque no puedan ni sea posible sino porque no tienen la voluntad pol í tica ni la inteligencia estrat é gica para hacerlo. Porque no est á n dispuestos, ni consideran urgente iniciar los pasos necesarios para cambiar el modelo y las estructuras heredadas de la dictadura c í vico-militar. Pese a que es el momento oportuno. Pues como nunca antes los partidos de la derecha y sus l í deres hab í an estado tan desprestigiados, debilitados y a la defensiva como ahora.
Son tantos los v í nculos, mimetismos, habitus , ethos, pr á cticas discursivas e intereses ideol ó gicos, empresariales, pol í ticos y simb ó licos que la Concertaci ó n asimil ó de la derecha y tantos los compromisos que contrajo con el modelo de concentraci ó n de la riqueza y en el juego del poder pol í tico que acab ó por integrar en su ADN cultural el conservadurismo conformista.
Hay en las elites pol í ticas una reacci ó n primaria de miedo y rechazo a la democracia y al proceso constituyente que pese a ellos ya est á en marcha.
Va contra el sentir ciudadano y de amplias capas juveniles medias el optar por que sea el deslegitimado Congreso binominal del r é gimen postdictadura el que decida con sus votos, negociaciones, pactos, enmiendas, qu ó rums y bloqueos el tipo de reformas por hacer a la Carta Magna actual y el c ó mo hacerlo.
Una vez m á s queda claro en qu é consiste el m é todo concertacionista de «en la medida de lo posible»: no hacer nada que pueda provocar susceptibilidades en la derecha y generar un estado de debate democr á tico amplio en la sociedad. Son los mismos concertacionistas los que se «entrampan» en el juego dise ñ ado por Jaime Guzm á n, pero que lo denuncian de manera demag ó gica para embolinar la perdiz al pueblo ciudadano. Son incapaces de extraer lecciones de su comportamiento pasado que consolid ó el modelo actual y contra el cual se rebelan cada vez m á s amplios sectores de la ciudadan í a. Hasta generar un malestar subjetivo ciudadano que se expresa en la l ú cida y cr í tica carta p ú blica al bacheletismo del joven actor Mario Horton Fleck (2).
Los propagandistas y opin ó logos concertacionistas olvidan un acontecimiento pol í tico clave que cambia toda la perspectiva si se asume como á ngulo de mirada hist ó rica (3). La que los concertacionistas quieren borrar. El que el agotamiento de la dictadura y el advenimiento de formas semi-democr á ticas de elecci ó n de las autoridades fue una conquista popular: de pobladores, trabajadores, j ó venes y profesionales movilizados. Donde muchos entregaron sus vidas en combativas jornadas de protestas callejeras desde 1981 a 1988. En otros t é rminos, que los dirigentes, Gobiernos y parlamentarios concertacionistas fueron investidos de una legitimidad popular para realizar cambios prometidos y nunca realizados en veinte a ñ os. Y entre las promesas, una de ellas era convocar una Asamblea Constituyente para restituirle al pueblo soberano su poder constituyente. Es esa legitimidad otorgada en 1989 que desde el 2011 pierden cada d í a con sus ninguneos y renuncios.
En el fondo, los concertacionistas, le temen a un valor esencial de toda democracia aut é ntica: la capacidad de los ciudadanos de autogobernarse y de ejercer la m á s fundamental de todas las libertades desde Arist ó teles y las revoluciones francesas y norteamericanas: la Libertad Constituyente. Es la paradoja de la democracia liberal: reclamarse nacida de la libertad pol í tica para una vez consolidadas sus instituciones y acaparadas é stas por elites pol í ticas (en este caso el duopolio binominal), transformarse luego en reg í menes olig á rquicos (el poder en manos de unos pocos), tecnocr á ticos (veneraci ó n de los medios y olvido de los fines democr á ticamente determinados) y plutocr á ticos (el poder en manos de lo due ñ os del dinero).
Estamos hablando de la libertad de dotarse de las leyes que en un momento hist ó rico de una naci ó n o sociedad se consideran justas y leg í timas para vivir juntos y decidir cu á les son las mejores instituciones y bienes p ú blicos y sociales que son los m á s preciados. Incluso el derecho de poder debatir para fijar los l í mites que hay que imponerle al acaparamiento capitalista privado de lo que es la riqueza socialmente producida y su redistribuci ó n a trav é s de mecanismos transparentes. Es el temor a la democracia sin apellidos.
Al entregar la potestad al Congreso para maquillar la actual Constituci ó n, el personal directivo de la Concertaci ó n persiste y firma en su tradicional postura de distorsionar la voluntad popular que expresada en activos movimientos sociales desde hace algunos a ñ os exige una Asamblea Constituyente como garant í a de un proceso democr á tico informado y deliberante. Es en estos movimientos que reside la potencia o fuerza social y la acci ó n colectiva para imponerlo. Y desde afuera de una institucionalidad viciada. Desde los territorios sociales y con movilizaci ó n social de trabajadores, pobladores, estudiantes y ciudadanos.
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(1) Ver: http://www.generacion80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=17814
(2) La carta del joven actor Mario Horton revela ese profundo malestar subjetivo que F.G Hegel analizaba en los t é rminos de su filosof í a de la historia cuando planteaba que el individuo y su consciencia sufren existencialmente en la toma de consciencia misma de esa realidad econ ó mica y socio-pol í tica concreta en la que debe vivir y que le impide ser feliz al no poder desplegar todas sus potencialidades humanas. Una realidad irracional contradictoria que la raz ó n comienza a entrever como un l í mite y obst á culo a la libertad. Es por la acci ó n humana transformadora que la libertad puede oponerse a las formas opresivas de la existencia, recuperarse, salir del miedo y desplegar y construir esa misma libertad en un mundo m á s humano y con instituciones acordes con la nueva consciencia de la é poca. Y el miedo, seg ú n Spinoza es una «pasi ó n triste» que inhibe la potentia o la afirmaci ó n de una existencia humana plena. Es a ese fen ó meno que Marx llama en sus trabajos de juventud, «alienaci ó n» (p é rdida de s í mismo) y que hoy algunos llaman «p é rdida de sentido de la existencia humana», pero bajo el imperio de las leyes de hierro de la mercanc í a y de la acumulaci ó n capitalista. Es la presi ó n de esta realidad la que genera problemas mentales en los individuos. Vista as í las cosas la movilizaci ó n social puede ser concebida como un proceso de liberaci ó n individual y de emancipaci ó n colectiva. De «saneamiento», dir á n algunos. Puesto que el ser m ú ltiple o las identidades de un individuo son sociales. El individuo es un ser social. Es lo que niegan y desconocen los liberales de todas las corrientes.
Ver: http://www.elciudadano.cl/2013/09/23/83148/la-carta-de-horton-rechazando-ser-rostro-de-bachelet/
(3) Un ejemplo de ataque de un opin ó logo a los cr í ticos de la Concertaci ó n se puede leer en la columma de Juan Guillermo Tejeda en http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/09/23/la-carta-bomba-de-horton/