El presente artículo pretende realizar una invitación a dialogar, a materializar un intercambio en el marco de la disputa de las ideas. Aspira a evidenciar lo indispensable de un debate pendiente. Escudriñar en el porqué la política, los políticos y los partidos de izquierda, se han distanciado del afecto popular, de reconocerse en la otredad […]
El presente artículo pretende realizar una invitación a dialogar, a materializar un intercambio en el marco de la disputa de las ideas. Aspira a evidenciar lo indispensable de un debate pendiente. Escudriñar en el porqué la política, los políticos y los partidos de izquierda, se han distanciado del afecto popular, de reconocerse en la otredad vinculada al mundo «progresista» y revolucionario que, a contrapelo de los agoreros que vaticinaban «el fin de la historia», aun goza de buena salud. Y por el contrario, la «política» ha terminado por ser entendida y parte de los códigos mercantiles del actual modelo neoliberal que nos rige.
Lo más complejo es asumir que el establishment político en su conjunto, ha perpetuado un formato jurídico e institucional donde se concibe «lo político» como obsecuencia a una lógica de sumisión al dinero, «jerarquía» y «prestigio social». Que ha logrado seducir a vastos sectores de la izquierda, que no han trepidado en involucrarse en la constitución de una entelequia burocrática que basa su «juego» a través de una dinámica de marketing resaltando lo que no se es.
En este contexto, ¿Cómo se entiende que las urgencias de un ideario emancipador y de transformación de la sociedad perteneciente a la izquierda histórica se redujeran a sofisticados dispositivos tecnocráticos de ingeniería social y electoral? ¿Cómo se entiende que contingentes no menores de militantes de izquierda sumidos bajo los designios de la jerarquía partidaria, con una impronta de lucha histórica a favor de los trabajadores, con una historia de martirio y ejecuciones sumarias, precursores de la idea revolucionaria y, en consecuencia, víctimas de una persecución implacable por décadas, se hayan rendido al cartel financiero especulativo?.
En nuestra opinión, habría que comenzar a responder a tales interrogantes, a partir de asumir y replicar los argumentos ya por todos conocidos. Concluir que el denominado proceso de «cuestionamiento ideológico interno», devino en un «revisión ideológica» de mayor alcance, protagonizado por connotados «pater-familias» del socialismo chileno, desde fines de los años ´70 y comienzos de los `80 del siglo recién pasado, que rápidamente se tradujo en una dispersión política, orgánica y doctrinaria, posibilitando la suscripción, más temprano que tarde, a posturas ideológicas más bien relacionadas a la socialdemocracia y el liberalismo europeos.
Por otro lado, no podríamos subestimar la importancia de los vertiginosos acontecimientos que culminaron con la caída de los socialismos reales en los años ´80. Que con la fuerza autoflagelante de un torbellino, terminó no tan solo con los errores y desviaciones del sistema que contravenía el paradigma inicial, sino que, también con toda expresión en favor del desarrollo humano, cultural y material obtenido por sus habitantes. Pero, por sobretodo, precipitando el debilitamiento de los preceptos fundamentales de la doctrina marxista. En consecuencia, el desbande y la dispersión ideológica, pasó a ser un efecto lógico que no tardaría en llegar a las estructuras y cúpulas partidarias del resto del planeta.
Sin embargo, a nuestro juicio, para llegar a buen puerto y lograr mayores respuestas, habría que indagar en las narrativas sociales, yendo a las fuentes mismas, logrando un intercambio genuino con sus protagonistas. Desmarcándose, cierto está, de prejuicios y caricaturas de las narrativas oficiales que suelen enmascarar las reales causas del fenómeno, ignorando o desvirtuando a los verdaderos protagonistas de los hechos sociales. Que solo busca inducir, tendenciosamente, conclusiones erradas y adscribirse a un falso dilema entre: «realismo político», que la mayoría de las veces se traduce en un oportunismo político a secas; y, la «izquierda melancólica», supuestamente, anclada en los gloriosos pasajes del buen pasado, ridiculizando una eventual solidez ideológica, pero, que encubre el propósito ulterior de renunciar a principios otrora atesorados por los partidos de izquierda.
Narrativas sociales que se explicitan con el advenimiento de la democracia que se ha logrado configurar desde principios de los `90. Consagrado en todo el período de la denominada «transición», donde los jóvenes de los `90 poseen la singularidad de no poseer vínculo práctico o imaginario con el simbolismo de los sectores de los `80 que lucharon por la democracia. Lo cual, cierto está, ha constituido un vacío histórico de continuidad de identidades desprovista de sentido y subjetividades para guiar el accionar político.
Desde el advenimiento mismo de la limitada «democracia» que vivimos, sus administradores predilectos, la Concertación, a través de diversos dispositivos, rompió con las prácticas sociales militantes de los años `80, que sí se empoderaron del espacio público que pugnaba por desterrar la dictadura. Sin embargo, decíamos, la administración concertacionista rompe con la continuidad histórica y la identidad de las nacientes militancias políticas de los `90 que no terminaban por nacer y recrearse, en el marco de la denominada «política de los acuerdos», la desmovilización popular, la despolitización y desideologización, que dejó finalmente como única alternativa posible, viable y visible, la política de la claudicación ideológica.
Renuncia que se origina y «oficializa» en nuestro país a través de la desestimación formal del Pensamiento Crítico, gestada en las fauces mismas del Departamento de Estado norteamericano en concomitancia de la élite política de nuestro país, que logra imponer un imaginario prefigurado de «democracia», determinando el período de post-dictadura construido bajo la lógica del terror y la derrota. Terror a la amenaza de revivir y volver a experimentar la sangrienta represión; y la derrota ideológica, eliminando el deseo a ver nuevamente materializado el paradigma de justicia social y superación de la explotación del hombre por el hombre.
Ciertamente que lo anterior fue mucho más viable en el contexto de la crisis de los discursos emancipadores, mas no justifica la adscripción a un modelo económico de corte ultra-capitalista, consagrando la subyugación a un modelo deshumanizado con detrimentos evidentes en las esferas política, económica y cultural en nuestro país.
Con lo anterior, se concluye en una subjetividad política al interior de los partidos de izquierda de la Concertación, entendiendo las mencionadas militancias, sólo como un pivote o instancia «mediadora» entre Estado y Sociedad. En consecuencia, se concibe un diseño de «militancia» que se basa en prácticas sociales que solo buscan materializar finalidades instrumentales o pragmáticas, en el marco de entender erróneamente la política como un fin en sí mismo o el instrumento para propósitos ajenos al bien común.
Lo anterior configura la «única» manera de asumir el concepto de «militancia» política, que devino en una suerte de «servilismo» institucional que asume y asimila el status-quo como una manera «virtuosa» del qué-hacer político, que en los hechos, se pone en contraposición con un correcto imaginario que posibilite conseguir los objetivos y posibilidades de un mundo sin antagonismo de ninguna especie.
Así pues, se consuma la despolitización y la desideologización, abriendo paso a la formulación de «servirse» de la política como trampolín a una urgente estabilidad económica y de lograr obtener poder por el poder, en contraposición de servir a la sociedad a través de una genuina y emancipadora política. Todo ello, con el aval y protagonismo de las militancias político-partidarias de izquierda que se fueron institucionalizando. En consecuencia, el propósito inmediato y ulterior de toda acción política se supedita al mero cálculo político, terminando de entender lo mismo entre: «concepción política» y «práctica institucional».
En este escenario, es plausible preguntarse también, lo necesario y pertinente de cambiar la lógica de la acción política que se gestó y consagró en todo el período de la «transición democrática», que estuvo acostumbrada a las granjerías del poder y ligada «filialmente» con la institucionalidad y el gran capital.
Lo anterior queda medianamente claro ante los nuevos escenarios que se manifiestan hoy en día, en donde la relación de funcionalidad institucional y militancia o acción política se difuminó a propósito de la llegada de los nuevos administradores del aparataje estatal ligados al empresariado y los grandes consorcios económicos, a partir del 2010 con la llegada del actual gobierno de derecha. Abriendo, paradojalmente, nuevas posibilidades de hacer política que permitiesen concebir y construir nuevos escenarios paradigmáticos y nuevas formas de hacer política.
Sin embargo, el peso militante que se guía por una práctica que concibe y señala una acción instrumental, en un contexto de despolitización y pragmatismo, no augura un buen pronóstico. Por el contrario, la necesaria reversión de los acontecimientos se confronta con la porfiada realidad. El formato político-partidario de los militantes de izquierda de la Concertación, se reproduce culturalmente. Situando en un mismo estadio la tenue o inexistente formación doctrinaria con la instrucción de habilidades técnico-asistenciales que devienen, por lo general, tan solo en la «formulación de proyectos».
La resultante es que el sentido del accionar político partidario de aquellos sectores de izquierda concertacionistas de los años `90, claramente manifiestan animadversión a todo contenido doctrinario. Al margen de que efectivamente los espacios de generación de pensamiento supuestamente crítico de aquel período asumían una actitud de «resistencia» a la renuncia ideológica de bastos sectores militantes de izquierda, pero, cayendo en posturas muchas veces sobre-ideologizadas que más rechazo provocaban.
En definitivas, la subjetividad de aquellos sectores de izquierda ligados a la institucionalidad comenzó ayer y, ha terminado hoy en día, en un accionar político que se ha centrado en una política «asistencialista» caracterizada en la «intervención» comunitaria de aquellos problemas cotidianos de la población, que no han requerido de un cuestionamiento ni menos la solución de un cambio estructural del modelo económico imperante. Desviando la atención, tan solo, en los requerimientos y demandas de los estratos socio-económicos signados a la estratificación social de «pobreza extrema», a través de formulaciones tecnocráticas de un Estado «subsidiador» funcional al modelo neoliberal. Cuestión que queda de manifiesto en la actual administración de derecha, que ha dado continuidad a la supuesta «sensibilidad» social y real de los anteriores gobiernos de la Concertación. Dando una señal para visualizar lo que podrían ser las futuras políticas sociales de la remozada Nueva Concertación.
Nuevos mundos, nuevas visiones, nuevos desafíos.
No obstante, la actual coyuntura socio-política permite darle un «plus» de sentido a la subjetividad de la izquierda militante en su conjunto, que permita asimilar otras verdades provenientes del mundo social y de una «nueva» política en particular. Es decir, que el accionar político «instrumental», instaurado culturalmente por la política militante concertacionista de izquierda, abra paso a elementos de claro sesgo ideológico que nutra de contenido al mencionado accionar. Concluyendo en la necesidad de brindar un soporte doctrinario a las futuras luchas sociales que se avecinan, traducido en una necesidad de una acción política colectiva de transformación estructural, donde el Estado se involucra con un mayor resguardo y seguridad social de la población. Solo de esta manera, en nuestra opinión, se podría complementar la lucha actual de los movimientos sociales que han emergido con características ciertas de ser, masivos, audaces, creativos, regionales y basados muchos de ellos en líderes carismáticos. Características fundamentales de asumir, pero, insuficientes a la hora de darle proyección de totalidad política, en cuanto a discurso, organicidad y temporalidad de las luchas. La idea es concluir colectivamente que la lucha de un sector social es la lucha de todos los sectores sociales, con tal de constituir un contrapoder hegemónico.
El actual escenario de convulsión social, donde se asume contestatariamente un rechazo a lo que existe, pero, que aun no propone claramente una salida a la actual realidad, debe servir de oportunidad para gestar y construir propuestas que permitan dinamizar y nutrir de contenidos el accionar militante.
En función de lo anterior, las antiguas generaciones militantes pueden aportar junto a las nuevas, coadyuvando a la síntesis de pasado y presente para encumbrarse hacia un futuro de manera segura y propositiva. Superando, entre otras cosas, el vacío histórico de sentido político de los ´90. Las generaciones más antiguas poseen el formato ideológico a través del habitus cultural como producto del accionar político-militante de antaño. Complementariamente, habría que concatenarse con la discusión y debate de las ideas que logre permear las estructuras partidarias en el presente y futuro inmediato, de manera seria y alternativa, logrando ciertamente propuestas viables, alternativas y efectivas, que revolucione la actual, injusta y mediocre realidad política y cultural de nuestro país.
En este sentido, es interesante hacer lectura que las nuevas generaciones evidencian interés por conocer y formarse en preceptos históricos y doctrinales, sumidos por décadas en el descrédito y en el silencio, dando como resultado el no valorar su peso específico en el campo de las ideas. La reacción de los(as) jóvenes por conocer y apropiarse de la historia reciente al conmemorarse los 40 años del golpe militar, es un claro síntoma de aquello, ya que no tan solo constatan hechos históricos de manera neutral, sino que, toman partido ante la felonía que abrió paso a una sangrienta y prolongada dictadura.
Finalmente, deseamos precisar lo siguiente. Si hay quienes, en los hechos, han puesto de manifiesto una revitalización de la política en los espacios públicos a través de un accionar socio-político, han sido precisamente los jóvenes. Nacidos, criados y desarrollados en el período de la denominada «transición», quedando de manifiesto, aun más, en los últimos años con las multitudinarias manifestaciones de protesta explicitadas públicamente donde aspectos como la desobediencia civil, incluido el carácter de «desborde» e ilegalidad de las manifestaciones, han sido elementos constitutivos de la protesta. Asumiendo, grados ciertos de subversión en cada una de las expresiones de movilización social como respuesta a la institucionalización y la represión policial.
En consecuencia, ideologización y subversión forman parte del reestreno de la política en estos días, con el propósito de suministrar contenidos de fondo al accionar subjetivo de los(as) militantes de izquierda y quienes no lo son. En este sentido, cabe consignar otro elemento, las expectativas de transformación de la realidad son mayores en las nuevas generaciones, poniendo en escena una actitud política que pone en crisis el orden establecido, resistiendo el modelo económico más claramente que antes, sin miedos, ataduras, ni fantasmas del pasado. Prescindiendo de negociaciones espurias o acuerdos instrumentales provenientes desde la misma institucionalidad. Quedando de manifiesto su perfil antagónico al disciplinamiento y cooptación de los actores sociales, como parte de la estrategia de desgaste y descrédito de la movilización social que protagonizaron los gobiernos de la Concertación, actualmente de la Alianza de derecha y, probablemente, la futura administración de la Nueva Concertación remozada.
Por último, el necesario e imperativo proceso de un virtuoso proceso de ideologización, debería ser asumido no como un capricho «evangelizador», más bien debería ser asumido como un propósito de dotar de sentido y significado a las demandas sociales, ya que si bien es cierto, esta generación-militante en las calles ha sido una de la más constante en el tiempo y crecientes en magnitud, sin embargo, ha sido hasta ahora la más desprovista de estrategia política….por ahora.
[1] Artículo basado en elementos de libro «El puño fragmentado» de Feddy Urbano, «La izquierda confiada y la izquierda desconfiada» de Rafael Agacino y «Las revoluciones de la indignación al borde de la guerra civil global» de Boaventura Sousa Santos.
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