Como anticipó PF(1) la abstención obtuvo la primera mayoría, alcanzando un 52%. Mientras en Vitacura la participación llegó al 70%, en La Pintana no sobrepasó el 40%. En total sólo votó el 48,8% de los chilenos. De ellos, un 28,32% votó por un candidato presidencial distinto al de las dos grandes coaliciones. Pero ese amplio […]
Como anticipó PF(1) la abstención obtuvo la primera mayoría, alcanzando un 52%. Mientras en Vitacura la participación llegó al 70%, en La Pintana no sobrepasó el 40%. En total sólo votó el 48,8% de los chilenos. De ellos, un 28,32% votó por un candidato presidencial distinto al de las dos grandes coaliciones. Pero ese amplio segmento prácticamente no va a tener representación en el nuevo Parlamento, dominado por las férreas leyes del sistema binominal. Y la voz de las mujeres seguirá en abierta minoría: se ha pasado de 5 a 7 parlamentarias en el Senado (13,1 a 18,4%) y de18 a 20 en la Cámara de Diputados (15 a 16,7%).
Chile es ahora el país con más baja participación electoral en América Latina. Ese dato es el más determinante de la actual coyuntura. Para los panelistas de televisión, el abstencionismo no pasa de ser un problema comunicacional de partidos y candidatos. «No seducen al electorado», afirman, como si todo se pudiera resolver si cambiaran de perfume o si se vistieran más elegantes. Pero este año el límite oficial en el gasto de un candidato presidencial ha llegado a los nueve mil millones de pesos. ¿No es suficiente ese dinero para atraer el interés de la población? ¿O son tan malos nuestros publicistas que no consiguen movilizar a la ciudadanía ni con ese dineral? No es un problema de los candidatos, ni siquiera de los partidos. Con nueve candidaturas presidenciales, la «oferta» programática ha sido amplísima, y todos los potenciales recursos simbólicos y discursivos han sido utilizados para atizar la movilización. Pero ni aún así la participación superó el 50%. Nos guste o nos disguste, la abstención electoral es una opción racional de la ciudadanía. Es lo que ha radiografiado el informe Latinobarómetro 2013 al mostrar que Chile es el país con más bajo interés en la política de toda América Latina, con un índice del 17%, en un continente que promedia un 28%. Esta despolitización no se puede identificar con la «idiotez», en el sentido griego, que la entendía como aquella actitud de un ciudadano egoísta que no se preocupa de los asuntos públicos. El abstencionista puede movilizarse por diversas formas de acción cívica y colectiva, pero no considera relevante y significativa su expresión por la vía electoral, ya que analiza que la política, entendida como la acción del conjunto de los poderes del Estado, es incapaz de responder a sus demandas. Como decía Norbert Lechner «la política ya no es lo que fue», porque ahora «toda decisión política se encuentra, por así decir, ‘sobredeterminada’ por su eventual impacto económico»(2).
Por eso el abstencionista evalúa que la economía ha logrado tal nivel de autonomía, que se ha desincrustado de todos los límites y regulaciones. Interpreta que el mercado se ha convertido en un poder inmodificable y que el gobierno y el Parlamento son impotentes ante él. Su abstención es plenamente coherente y por ello, ningún candidato, por más recursos de seducción que despliegue, va a cambiar su decisión. Algunos abstencionistas lo argumentan desde un determinismo pasivo: «Total, mañana tengo que volver a trabajar». Otros como una estrategia política, como lo hizo la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) al tomarse el comando de Michelle Bachelet: «El cambio no esta en La Moneda sino en las grandes alamedas». Lo que ambos sectores tienen en común es que no creen en promesas ni palabras. Sólo podrían movilizarse electoralmente si la dinámica contingente de los hechos los arrastrara a hacerlo. Ello se aprecia en los países en los que existe alta participación electoral. Allí el sentido común es el inverso al de Chile. La política se percibe dotada de potencia, de capacidad de alterar el curso de las cosas, ya sea para bien o para mal. Por eso es relevante la participación electoral. Mientras el sistema político no demuestre capacidad de romper o alterar el «piloto automático» que los grandes grupos económicos han instalado sobre la sociedad, la apatía seguirá creciendo. ¿Qué pasaría si en la segunda vuelta Michelle Bachelet es electa con un 40%, o menos, de participación? Legalmente sería una elección válida, pero su legitimidad democrática de origen va a sufrir una herida de primer orden, que le acompañará durante todo su mandato.
CAMBIO DE EJE EN LAS GRANDES COALICIONES Pero la realidad chilena muestra un carácter paradojal. Junto a la masiva abstención, también se observan signos contratendenciales de politización. La extrema indolencia electoral ha estado acompañada de importantes giros en los centros de gravedad en las grandes coaliciones políticas, lo que augura un nuevo escenario que puede hacer emerger las fracturas ideológicas de fondo entre los actores políticos. Por un lado el desfondamiento de la derecha no se ha producido. Pero se ha sellado el fin del ciclo hegemónico de la UDI, que se inició en las elecciones parlamentarias de 1997. No sólo por las estratégicas derrotas de Golborne y Zalaquett en Santiago y la pérdida de 10 diputados. El retiro de la primera línea política de Novoa y Longueira, el desgaste final de Lavín, y la derrota vergonzante de Matthei dejan a este partido sin sus figuras articuladoras y referenciales. Incluso muchos de los cachorros de la UDI se están reagrupando en el grupo liberal Evopoli, liderados por Felipe Kast. El pivote de la Alianza ahora se ha fijado en la «nueva derecha», que Ossandón y Allamand han lanzado al vuelo en el discurso de su triunfo. Piñera en septiembre pasado reveló su interés por disputar el liderazgo de ese proyecto. Por ello los «nuevos derechistas» seguramente se ocuparán de terminar la faena de desmonte y desarme del gremialismo, devolviendo los golpes que la UDI les ha propinado durante los últimos cuatro años, en vista de sus ambiciones de retornar a La Moneda en 2017. El 10% de Parisi refuerza esta tendencia. La UDI no es capaz de captar a esos votantes. Sólo una derecha auténticamente liberal sería capaz de hacerlo.
En la ex Concertación, se advierte la crisis terminal del fáctico «Mapu-Gutenberg Martínez», reflejado en la derrota de Soledad Alvear y de Camilo Escalona. Los articuladores del «eje histórico DC-PS», orientado a las posiciones más conservadoras en sus partidos se ven ahora muy resentidos. Ignacio Walker deberá responder por el pésimo resultado electoral de los candidatos afines al sector de «los príncipes», que han sido particularmente vapuleados en esta elección, mientras que los candidatos DC más progresistas han obtenido resultados bastante dignos. En el PS ocurre algo similar, y es previsible que los nuevos «barones» del partido, como Rabindranath Quinteros y Carlos Montes, le pasen la cuenta al escalonismo. Para el PC esta elección ha resultado redonda. No sólo ha duplicado su número de diputados, sino que el peso político de su bancada será superior a su cantidad. Se trata de victorias resonantes y de alto impacto mediático, por lo que podrá administrar un poder de legitimación de las decisiones gubernamentales que podría ser gravitante en el curso del próximo gobierno. Ello corre a la par de la irrupción de la «bancada de los movimientos sociales», compuesta por Camila Vallejo, Karol Cariola, Giorgio Jackson, Gabriel Boric e Iván Fuentes, que entrará al Congreso con un gran respaldo público. Gabriel Boric en Punta Arenas ha logrado su cupo venciendo al binominal. Giorgio Jackson ha obtenido en Santiago un 30% más de votos que Bachelet, lo que refleja que su liderazgo es mucho mayor que el de la Nueva Mayoría.
LA PREGUNTA PENDIENTE POR LA NUEVA CONSTITUCION Nueva Mayoría dispone de 68 diputados. Junto a Giorgio Jackson, Alejandra Sepúlveda, Vlado Mirosevic y Gabriel Boric se completan los 72 parlamentarios que permitirían reformar las leyes de quórum calificado y modificar las leyes orgánicas constitucionales. Desde el 11 de marzo se estaría en condiciones de aprobar una reforma tributaria o una reforma a la educación. Pero como era previsible, no se dispone de los dos tercios necesarios para realizar una reforma constitucional por la mal llamada «vía institucional». Este dato obligaría a un acuerdo con la derecha que permita al Congreso, como poder constituyente instituido, dar origen a una nueva Constitución, tal como se desprende del programa de Bachelet. Pero este camino depende en un 100% de la «buena voluntad» de al menos una parte de la derecha. ¿Será eso posible, deseable y creíble? Por eso en estas elecciones la campaña «Marca tu voto», pese a las abiertas intimidaciones y amenazas del ministro del Interior, y los llamados de los más diversos candidatos y dirigentes políticos a no marcar AC en el voto, consiguió dar una potente señal con el 8,02% de los votos marcados pidiendo una Asamblea Constituyente. Esta cifra se puede incrementar en la segunda vuelta, en la medida en que demostró que se trata de un mecanismo válido y los votos no fueron anulados. Marco Enríquez-Ominami, consolidado como tercera fuerza política, ha percibido el valor de posicionarse tras esta demanda al afirmar que en segunda vuelta «mi candidata es la Asamblea Constituyente». Por eso todo indica que esta campaña se mantendrá en el primer plano de la agenda, actuando como criterio transversal, capaz de articular sin confusión de roles, a movimientos sociales y a partidos políticos con vocación transformadora. La presión por devolver a la ciudadanía su papel como depositaria del poder constituyente originario sigue su curso.
(1) Punto Final 792, 25 oct. 2013. «Bostezo electoral. La indiferencia, primera mayoría».
(2) Lechner, Norbert. «La política ya no es lo que fue». Nueva Sociedad Nº 144, jul-ago. 1996.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 794, 22 de noviembre, 2013