Hay sin duda algo especial en esta segunda vuelta electoral. Sin dejar de considerar todos los análisis políticos que abundan en estos días, existe un fenómeno muy simple, pero a la vez el más complejo de todos. Por primera vez en la historia de Chile son dos mujeres las que disputan la Presidencia. En menos […]
Hay sin duda algo especial en esta segunda vuelta electoral. Sin dejar de considerar todos los análisis políticos que abundan en estos días, existe un fenómeno muy simple, pero a la vez el más complejo de todos. Por primera vez en la historia de Chile son dos mujeres las que disputan la Presidencia. En menos de diez años, podría llegar a decirse, las mujeres han copado los liderazgos políticos. Así pudieron haberlo interpretado, o malinterpretado, los expertos electorales de la Alianza, que habrían impulsado la candidatura de Evelyn Matthei a La Moneda por el simple hecho de ser mujer. Qué mejor para competir contra Michelle Bachelet que una adversaria de su mismo género.
Por lo visto, esta decisión o ha sido un enorme error de la derecha de cara a sus propios electores, o la figura de Matthei, pese a todos sus atributos femeninos, no logró alterar su vinculación al pasado más reaccionario del sector. Por lo mismo, no logró entusiasmar a nuevos votantes y, por otros motivos menos evidentes, alejó a los que tradicionalmente han votado por la derecha. Un estudio comparativo publicado por La Tercera confirmó esta observación. Los votos obtenidos por los aspirantes a senadores de la Alianza que compitieron en Santiago superaron con creces los que obtuvo la candidata presidencial. En Santiago Oriente los votos de Ossandón y Golborne sumaron 610 mil, en tanto los de Matthei sólo 419.137. En Santiago Poniente la suma entre Allamand y Zalaquett fue de 435.304, contra 299.884 de Matthei.
Podría afirmarse que el electorado de derecha es todavía muy machista, pero es más probable que la escasez comparativa de votos de Matthei esté relacionada con su propia trayectoria política. Aun cuando la Alianza perdió también escaños parlamentarios para el próximo periodo legislativo, no se compara con el desastre electoral de Matthei, el mayor para la derecha en los últimos veinte años.
Con retrocesos en las presidenciales y legislativas, el resultado de Matthei no sería una consecuencia directa ni de su condición femenina ante un electorado conservador, ni de su propia figura y estilo de hacer política. La baja en su apoyo estaría conectada con transformaciones mucho más profundas en el electorado, las que han estado influidas por nuevas demandas expresadas no solo en las pancartas sino también por las encuestas. Que sondeos de opinión recientes recojan que más del 80 por ciento de la población está a favor de la renacionalización del cobre, o que una gran mayoría apoye el fin del sistema de AFP y la educación gratuita, son indicadores de las actuales demandas del electorado.
La derecha, que ha sido durante la transición la piedra de tope para cualquier cambio a la institucionalidad neoliberal, los cuales fueron también omitidos con agrado por la Concertación, ha quedado desenmascarada durante el gobierno de Sebastián Piñera, y ahora con el discurso electoral de Matthei. El presidente intentó, como pudo, ganar tiempo y hacer todo tipo de rodeos para evitar las transformaciones que demandaba la ciudadanía. Una estrategia defensiva, torpe y sin propuestas que finalmente están pagando Matthei y toda la coalición. No es una sorpresa, ad portas de la segunda vuelta, que en el comando de Matthei pergeñen un programa de última hora con reforma tributaria y otras propuestas que se parezcan en algo a las de la Nueva Mayoría.
La derecha perdió en noviembre y muy probablemente sufrirá una paliza en la segunda vuelta. Una pequeña catástrofe electoral gatillada por las consecuencias sociales del modelo de mercado. Durante los debates, Matthei era la única que defendió la institucionalidad, discurso que intentan matizar y encubrir los expertos de su comando.
La Nueva Mayoría ha tenido las cosas más fáciles. Contaba desde el principio con una figura, más allá del género, con amplia aprobación ciudadana. Y también atinó con rapidez para incorporar en un programa los cambios que los electores piden, algo que, es necesario mencionarlo, nadie puede asegurar que se realice.
Todo ello no tiene mucho que ver con el género de los candidatos. Porque desde la irrupción de las mujeres en la escena pública, que tuvo como acto simbólico la investidura como presidenta de Michelle Bachelet en 2006, poco han cambiado en Chile las relaciones entre sexos. En la actualidad, pese a tener en estas elecciones a dos candidatas, apenas un 16 por ciento de los cargos políticos están representados por mujeres. Y si miramos al mundo real, veremos que ganan en promedio 30 por ciento menos que los hombres por los mismos trabajos. Una verdad que en su extremo más duro se expresa mediante la violencia. Una encuesta reciente recogió que la percepción de maltrato contra las mujeres ha aumentado sensiblemente en los últimos años.
Ante esa realidad persistente de discriminación, las elecciones constatan una vez más la grieta entre representantes y representados. El poder simula y se disfraza, como si fuera un transformista.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 795, 6 de diciembre, 2013