Filósofo, docente, investigador, erudito, militante tenaz, activista incansable, director de la cátedra itinerante «Ché Guevara», Néstor Kohan es autor de numerosos artículos y libros. Entre ellos, la muestra es muy poco representativa, cabe citar: Marx en su (Tercer) Mundo, Ernesto Che Guevara: el sujeto y el poder, Simón Bolívar y nuestra independencia: una lectura latinoamericana, […]
Filósofo, docente, investigador, erudito, militante tenaz, activista incansable, director de la cátedra itinerante «Ché Guevara», Néstor Kohan es autor de numerosos artículos y libros. Entre ellos, la muestra es muy poco representativa, cabe citar: Marx en su (Tercer) Mundo, Ernesto Che Guevara: el sujeto y el poder, Simón Bolívar y nuestra independencia: una lectura latinoamericana, El Capital, historia y métodos, etc.
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Estábamos en Engels. No es que esté ausente en su libro, desde luego que no, pero déjenme preguntarle por Engels. ¿Es un segundón? ¿No hay comparación posible entre la importancia de Marx y la de su amigo y compañero?
El mismo Engels reconoció que no alcanzó el brillo ni la genialidad de Marx. No obstante, además de tener una personalidad entrañable y en muchos casos más «moderna» que Marx (pensemos, por ejemplo, su amor con una humilde chica irlandesa, en esa época un escándalo para cualquier familia burguesa alemana o inglesa), Engels hizo aportes perdurables a nuestra tradición. Recordemos su descubrimiento de una corriente revolucionaria dentro del cristianismo, precursora de lo que hoy sería la teología de la liberación, cuando analiza las guerras campesinas en Alemania. O sus observaciones críticas sobre la dominación patriarcal, precursoras del feminismo marxista. Sus análisis de los fenómenos de la guerra, problemática que manejaba tan bien que recibió el sobrenombre de «general» por parte de la familia de Marx. O su fundacional análisis crítico de la economía política en su «genial Esbozo», anterior e inspirador de la mirada crítica del propio Marx. Precisamente con Manuel Sacristán diría que gran parte de los errores y tergiversaciones que se construyeron posteriormente sobre la filosofía del marxismo, convirtiéndola en una metafísica «materialista dialéctica», no pertenecen tanto a Engels como a la historia trágica posterior del movimiento socialista y comunista. En esa época posterior se tomaron escritos exploratorios de Engels o redactados en un tono polémico como si fueran «la Biblia» del marxismo, deshistorizándolos y descontextualizándolos. Pero eso no fue culpa de Engels.
Le señalo una casi ausencia: Jenny Marx. ¿No es también la compañera de Marx una parte esencial de la vida, de la praxis política e incluso de la obra del revolucionario de Tréveris?
Es verdad que sin esa mujer entrañable que lo enamoró desde muy jovencito, que abandonó su vida burguesa para compartir con Marx toda una vida de militancia, penurias e investigación, el autor de El Capital no habría sido quien fue. Compartió y estuvo codo a codo en todas sus luchas y batallas. Desde las más «políticas» y famosas, hasta la lucha cotidiana por sobrevivir en el exilio sin un centavo en los bolsillos, con hijos que se morían y la pareja no tenía ni para comprarles un cajón, empeñando hasta las sábanas. Todas esas luchas las pelearon juntos. ¿Quién puede sobrevivir en soledad? Cuando ella se murió Marx prácticamente se dejó morir de tristeza. Fue un golpe del que no logró reponerse. Y no era un hombre viejo, recién había pasado los sesenta años. Los datos biográficos de Jenny, por lo menos en las biografías clásicas de Mehring y Riazanov, no suelen ser destacados. Recién en los últimos años han comenzado a aparecer estudios biográficos tanto de su compañera Jenny como de sus hijas. Mucho queda por investigar en esa temática.
Tiene razón. Y están sus cartas, sus hermosísimas cartas republicanas de militante abnegada, sufriendo lo indecible. Para usted, como es obvio, Marx no es un perro muerto. ¿Señalaría algún error en su obra?
El principal, desde nuestro punto de vista, su errónea apreciación de Simón Bolívar, como tratamos de analizar en Simón Bolívar y nuestra independencia (Una lectura latinoamericana). Sin duda ese trabajo de 1858 sobre el Libertador americano constituye su peor artículo en el conjunto de una obra brillante. También apuntaría su inicial eurocentrismo que no fue un «error» sino todo un paradigma de análisis, en gran medida superado a partir de la década de 1860, como intentamos demostrar en Nuestro Marx pero también en el último capítulo de Marx en su (Tercer) mundo.
¿Cómo se relacionan en su aproximación a la obra del clásico el estudio de sus teorías y las prácticas políticas transformadoras en América Latina?
Toda nuestras aproximaciones a Marx y El Capital las hacemos desde las coordenadas ideológicas del marxismo latinoamericano sin por ello renunciar a lo mejor y más radical del marxismo revolucionario europeo, tanto del marxismo occidental como de obras y pensadores del este europeo, como son los casos de Isaak Rubin, Karel Kosik, Jindrich Zeleny entre muchos otros y otras. El marxismo de América Latina (no sólo el marxismo en América Latina) posee una larga historia que en tan corto espacio resulta imposible de resumir. Desde la obra de José Carlos Mariátegui hasta la teoría marxista de la dependencia en sus corrientes más radicales, como por ejemplo en los escritos y análisis de Ruy Mauro Marini. De toda esa historia los puntos más altos, sugerentes y perdurables seguramente han sido Mariátegui y el Che Guevara. Recién hoy en día estamos publicando la obra todavía inédita de Guevara, sus manuscritos de lecturas marxistas del período de Bolivia… (cuando los cuadernos se interrumpen por su asesinato).
Para sintetizar le diría que en nuestro proyecto de investigación nos hemos propuesto estudiar a Marx y sus recepciones, reapropiaciones y derivaciones latinoamericanas. Son dos desafíos paralelos que nos multiplican las tareas de investigación, el tiempo de estudio y el trabajo, pero a los latinoamericanos no nos queda más remedio que encarar esa doble perspectiva al mismo tiempo.
Habla usted en ocasiones de la lógica dialéctica. ¿Es una lógica alternativa a la lógica formal en su opinión? ¿No cree usted entonces en el principio de contradicción?
Ese fue un largo debate de la década del ’50. A mí me sirvió mucho estudiar aquel libro de Henri Lefebvre Lógica formal, lógica dialéctica porque retomando los Cuadernos filosóficos de Lenin sobre la Ciencia de la lógica de Hegel, Lefebvre despejaba muchas incógnitas como la que usted me plantea.
La lógica dialéctica no anula ni aplasta a la lógica formal (sea en su capítulo aristotélico clásico, sea en su capítulo matemático contemporáneo), sino que en todo caso delimita su campo de aplicación. En términos generales tiendo a pensar que la lógica dialéctica constituye una herramienta fundamental para los estudios sociales y para tratar de pensar los procesos históricos, sociales y políticos, repletos de contradicciones, a veces antagónicas, a veces no antagónicas. El soporte lógico de un programa de computación está articulado a partir de la lógica matemática. No me imagino cómo funcionaría una computadora violentando esa lógica binaria que excluye la contradicción. Pero a la hora de comprender las luchas sociales, los procesos revolucionarios, las contradicciones entre las clases sociales y los enfrentamientos políticos entre la revolución y la contrarrevolución, las diferencias no antagónicas entre potenciales aliados y las contradicciones insalvables e irreconciliables entre campos enemigos, la lógica matemática seguramente nos serviría de muy poco.
Marxismo, comunismo… ¿Se puede ser comunista y no ser marxista? ¿Se puede ser marxista y no ser comunista?
Aquí entra en juego la lucha por el significado de las palabras. Marx y Engels denominaron al famoso Manifiesto de 1848 «comunista» porque el término comunista tenía un sabor más militante y combativo, como reconoce el historiador Cole. En aquella época había muchas sectas (quizás como ahora…, no lo sé), algunas se llamaban «socialistas», otras «socialistas verdaderos», otros «comunistas». Marx y Engels se sintieron más atraídos y cercanos a los grupos de obreros militantes que a los filósofos genéricos, por eso denominaron ese texto programático (escrito a pedido de los obreros revolucionarios… como demuestra Riazanov) con el nombre emblemático «comunista». Luego los nombres fueron cambiando. En tiempos de la segunda internacional un revolucionario radical como Lenin o una revolucionaria extrema como Rosa Luxemburg no dudaban en autocalificarse de…. ¡»socialdemócratas»! Hoy eso daría risa. Más tarde, con la traición de la socialdemocracia durante la primera guerra mundial, el asesinato vil y bochornoso de Rosa Luxemburg a manos de los socialdemócratas alemanes, etc., el término adquirió una connotación absolutamente peyorativa. Hoy en día la socialdemocracia directamente se ha hecho neoliberal. No tiene nada de socialista, ni siquiera el nombre. ¿Qué quedó del término «comunista»? Sufrió un gran desprestigio a partir del stalinismo… las matanzas dentro de la propia familia de revolucionarios… tanto en la URSS como incluso en la guerra civil española.
En el caso argentino se dio la tremenda tragedia que el partido que se llamaba y era conocido como «Partido Comunista» tuvo 106 militantes secuestrados y desaparecidos en 1976 pero a pesar de esa abnegación y esa entrega de su militancia su dirección política apoyó a la dictadura militar del general Videla. Trágico, inexplicable, delirante, loco, como quiera pensarse. Pero la apoyó. Hoy eso está fuera de discusión.
¡Fue una locura, una locura, amparada en explicaciones delirantes!
Los documentos y publicaciones de esa época son tremendos. Incluso una nueva camada de dirigentes del PC hizo en 1986 una autocrítica pública reconociéndolo. Entonces el término está cargado de connotaciones no siempre positivas. Sin embargo, en Argentina otras corrientes políticas intentaron disputar el término y el nombre. Por ejemplo, el máximo ideólogo del peronismo revolucionario John William Cooke, amigo del Che Guevara y él mismo marxista, estrecho aliado de la revolución cubana y partidario de la lucha armada, llegó a escribir «en la Argentina los comunistas somos nosotros». Por su parte Mario Roberto Santucho, líder de la insurgencia guevarista argentina del PRT-ERP también se auto pensaba a él y su corriente política como comunista y llamaba a la unidad al Partido Comunista para que este último se incorporara a la lucha armada por el socialismo y contra la dictadura. Pero como el PC tenía otra posición política y otra estrategia, le daba la espalda… En fin. Muchas discusiones donde los nombres, símbolos y denominaciones no siempre se correspondían con las estrategias políticas. En el resto del continente, hubo «comunistas» (así se autodenominaban) que se opusieron a la revolución cubana y a la revolución sandinista…
Por eso creo que la respuesta a su pregunta debe darse históricamente. Los nombres están impregnados de debates históricos. En mi opinión Marx es un pensador comunista. Nuestro proyecto político de alcance mundial es a largo plazo y a nivel estratégico y por eso asume un carácter comunista. Pero los nombres históricos concretos y las denominaciones que adquiere ese proyecto estratégico varían de país en país, de acuerdo a las tradiciones culturales, a los debates del movimiento popular, a las polémicas… Creo que lo que hay que tener claro es el rumbo estratégico. Los nombres van cambiando… Un nombre en sí mismo no define nada. Toni Negri vive hablando de «comunismo» mientras en la vida real se limita a proponer tímidas reformas que no molestan a ningún poderoso ni le quitan el sueño a ningún empresario.
Lo que queda, más allá de los nombres y las denominaciones, es el proyecto y la estrategia revolucionaria, anticapitalista, antiimperialista, por el socialismo, para intentar construir una nueva sociedad y un conjunto de comunidades libremente asociadas a escala mundial sin clases sociales ni policía o ejército, sin Estado, sin explotadores ni explotados, y donde intentaremos acabar con todas las formas de dominación. Nunca llegaremos a construirla siendo «amigos de todo el mundo». Alguien se va a enojar… Habrá que enfrentarlo. Habrá que tener una estrategia de poder… sino volverán a ganar los Pinochet… y todo terminará en una nueva tragedia. Ese proyecto estratégico de cambios sociales radicales a escala mundial es el objetivo a largo plazo. En el medio deberemos ir luchando por iniciar la transición hacia esa superación del capitalismo. Si lo tenemos claro, los nombres y denominaciones no serán un problema.
Marx, afirma usted, voy acabando, no sólo es el teórico de la explotación sino también del poder y de la dominación. ¿Nos señala algunas de sus tesis más esenciales?
En primer lugar, el marxismo no es una teoría de los «factores». El factor económico, el político-jurídico y el ideológico. Ya Antonio Labriola le demostró a Aquiles Loria que marxismo y teoría de los factores son dos universos teóricos completamente distintos. La sociedad capitalista constituye un conjunto de relaciones sociales estructuradas históricamente. Marx intenta pensar la dominación en todas las relaciones sociales, no sólo en «el factor económico». Eso en primer término. En segundo lugar, Antonio Gramsci se adelantó cuarenta años a Vigilar y castigar de Michel Foucault cuando planteó en el cuaderno nº 13 de sus Cuadernos de la cárcel que la política y el poder no son cosas sino relaciones. Pero Gramsci dio una explicación mucho más rica que la de Foucault. No sólo son relaciones «en general» sino que son relaciones de poder, de enfrentamiento y de fuerza entre las clases sociales. Bien, entonces cuando Marx, en una célebre nota al pie del capítulo 25 del tomo primero de El Capital nos alerta que todas las categorías son relaciones sociales (el valor, el dinero, el capital, etc.) lo que nos está diciendo es que son relaciones sociales de producción y al mismo tiempo de fuerza, enfrentamiento y de poder entre las clases sociales. Por lo tanto, El Capital nos habla de relaciones de producción -aquellas que nos permiten diferenciar una época histórica de otra- que al mismo tiempo son relaciones de fuerza y de poder entre las clases sociales. Por ejemplo el dinero no sólo no es un pedazo de lingote de oro alojado en la bóveda de un banco central ni un pedazo mágico de plástico de una tarjeta de crédito que por sí mismo, sin trabajo alguno, genera más dinero. El dinero expresa en realidad una relación social de producción generalizada en la cual se enfrentan clases sociales. Cuando hay inflación los ceros no suben de forma automática en los billetes por arte de magia. Lo que se expresa en la inflación, por ejemplo, es una relación de fuerzas donde una clase social pretende y se propone domesticar y dominar a otras clases sociales. De esta forma el dinero pierde su «extrañeza», su carácter aparentemente «mágico» y se vuelve mucho más comprensible. La burbuja financiera expresa relaciones de poder y de fuerzas. No tiene nada de mágico ni de místico. El capital se mueve sin restricciones porque la clase obrera fue golpeada y derrotada en la lucha de clases. Ni el dinero ni el capital ni el mercado giran en sí mismos. No son comprensibles independientemente de la producción social pero tampoco al margen de las relaciones de poder y de fuerza entre las clases sociales. A escala nacional y a escala planetaria.
Por último, no quiero abusar más de su muy generosa paciencia, para iniciar la lectura de Marx, ¿por dónde deberíamos empezar en su opinión?
En su momento escribimos Marxismo para principiantes y allí intentamos aportar distintas vías posibles de introducción a Marx, según sea el interés del lector o la lectora. Lo mismo intentamos hacer en Introducción al pensamiento marxista también publicado con el título Aproximaciones al marxismo. Habría muchas vías posibles. La única vía introductoria no es el prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política… Existen varios caminos alternativos. El marxismo es un universo abierto, probablemente el más interesante y sugerente de nuestra época, donde a contramano de la mediocridad actual, cada uno puede encontrar su propio camino y «elegir su propia aventura». Es decir, encontrarle un sentido a su propia vida.
«Encontrarle un sentido a su propia vida». No está mal, nada mal para acabar. Un millón de gracias por su generosidad, por su libro, por su trabajo y por su activismo incansable.
Nota:
[*] La primera parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179469 . La segunda en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179818
Salvador López Arnal es nieto del cenetista aragonés asesinado (fusilado por la guardia civil) en mayo de 1939 en Barcelona (España) -delito: «rebelión militar»-: José Arnal Cerezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.