«El imperialismo estadunidense es muy poderoso, pero más poderosas aún son sus contradicciones» León Trotsky Introducción: Valorar las circunstancias políticas de Colombia, implica establecer un marco de referencias histórico-sociales, racionales, y enmarcarlas en la confrontación crítica- pueblo- sociedad; y de sus diversas formas de autonomía, tomando como puntos de partida una guerra de independencia y […]
León Trotsky
Introducción:
Valorar las circunstancias políticas de Colombia, implica establecer un marco de referencias histórico-sociales, racionales, y enmarcarlas en la confrontación crítica- pueblo- sociedad; y de sus diversas formas de autonomía, tomando como puntos de partida una guerra de independencia y revolución burguesa incompleta, en la que la clase terrateniente intervino, pero dejó casi intacta la estructura feudal heredada de la colonia, donde la burguesía Colombiana se ligó casi de inmediato, con fuerzas imperialistas que reemplazaron a la corona Española en nuestra economía.
Por lo tanto la intervención imperialista en Colombia, no se podría ver solamente en el marco de la confrontación militar, sino como correspondiente a las formas violentas del Estado, contra el proyecto emancipador popular; que partiendo de condiciones materiales específicas en cada etapa histórica, hace que hombres y mujeres vayan accediendo cada vez más y en la complejidad social a un pensamiento colectivo, anti-hegemónico, como a luchas de niveles cada vez más altos para intervenir de un modo revolucionario en el proceso social, que en Colombia tiene importantes particularidades como país capitalista aún en el área de influencia yanqui, y que como pueblo, es sometido a un sistema social excluyente y criminal; que origina una respuesta organizada popular para crecer sus propias fuerzas transformadoras hoy en combate permanente.
Hay que señalar que el conflicto guerra-paz y sus contradicciones se extienden al terreno ideológico y de clase, y que la oligarquía intenta aún «sanjarlo» con la guerra y el hambre, ascendiendo el crimen y la injusticia; pero sobretodo pactando con el capital y sus formas militares y políticas terroristas.
Mientras, del otro lado, de la otra clase; la de la sociedad que produce la riqueza material y cultural, ésta busca incansablemente la paz con justicia social, y genera fuerzas populares cada vez más enfrentadas a los factores de desigualdad, como determinantes en las respuestas que avanzan al ritmo de un Estado incapaz de facilitar las demandas esenciales, de una sociedad, fundada en la desigualdad y en la hegemonía imperial.
Pero si bien la construcción hegemónica del poder opta por la guerra, en este tránsito; hay otras formas, sectores y múltiples factores de sujeción que pasan a convertir la confrontación desde el poder, en una lucha por la destrucción de las raíces populares, convirtiéndolas en formas de dominio ideológico, trastocando los fundamentos propios de la nacionalidad, así como de la identidad como pueblo.
Estas expresiones sociales y culturales, convertidas en disturbios de fuerzas de confrontación ideológica y militar, definen en gran medida los caminos de la sociedad en su conjunto, que separadas y/o articuladas asumen perfiles o determinaciones estratégicas diversas, con respecto a los factores que desencadenan el poder y las estructuras de dominación.
Entonces, la historia de Colombia ,como parte de la humanidad también, refleja un segmento de la existencia material, y de otro, el papel del conocimiento humano, la intervención de los sujetos (líderes) como producto de la conciencia social y de la lucha de masas populares, por ejemplo, como respuesta desde los siglos XVIII- (insurrección de los comuner@s), a la (guerra de independencia Nacional), XIX, , hasta las castas dominantes en Colombia, que además, siempre ungidas a la economía imperialista , autoriza guerras, concesiones, y abre de «par en par» las puertas a la penetración del capital monopolista transnacional, mientras crece la miseria de las masas; así, surgen los primeros movimientos huelguísticos de artesanos y obrer@s, que se conducirían a luchas de mayor complejidad en el proceso de conformación de la insurgencia social y popular; es decir a la rebeldía popular pero con nuevas formas, concepciones, como nuevas tareas en la determinación de elevar su ideología, la política y la organización para enfrentar desde ese momento a un Estado tramposo y totalitario, para oponerse en su ofensiva reaccionaria, donde los sectores del poder, entre otros el clero, responde desde sus alianzas con el sistema alimentando la praxis de la sumisión de un lado, y del otro, la iglesia popular, la lucha por la liberación nacional.
Las fuerzas populares y el Estado
Huelgas, paros cívicos, confrontaciones diversas con los terratenientes, desde los estudiantes, los obreros, o campesinos e indígenas, son las respuestas al Estado Colombiano como resultado de una progresiva situación social que se acrecienta y concreta con la guerra, el hambre para el pueblo, el desempleo, la descomposición moral, el tráfico de drogas como imposiciones imperialistas de este laboratorio de guerra y paramilitarismo de Estado, en el que la situación social llega hasta el abismos jamás sospechados de genocidio, inmoralidad; tráfico de armas y de influencias, desfalcos al fisco nacional, en fin, un Estado en una veloz crisis y en una carrera criminal y financiero-militar que no se detendrá, sino con la unidad de sus luchas populares y revolucionarias.
El poder Judicial
El poder judicial también se corrompió, nunca promovió, ni ha hablado seriamente de paz social, pero tampoco de paz política, sin embargo, pretende entonces deponer las armas del pueblo, sin haber perdido la guerra, sin avanzar por parte del contradictor Estado y sus ideólogos de la guerra, en salidas diferentes a defender a la clase política belicista y al alto mando militar y para-militar, a quienes a diferencia del pueblo, no les interesa acortar y/o humanizar la guerra, pues las mentes imperiales -militares expresan un repudio a la renovación, a el pensamiento progresista, a la ciencia política y su practicidad; pues las enseñanzas teóricas y prácticas impartidas en las escuelas o academias militares, sobre la «combinación adecuada y eventual de la guerra y la política», son sus preocupaciones fundamentales, para lo cual y continuando en su carrera criminal, el Estado accede de forma más institucional a los grupos de justicia privada, que en el marco de la doctrina de la seguridad nacional, y del CBI, avanzan con el terrorismo de Estado hacia al aniquilamiento individual o selectivo contra la dirigencia popular armada o desarmada, y con posterioridad a sectores poblacionales más amplios, en los cuales presuntamente se recrea el movimiento rebelde, luego, se acrecientan acciones cruentas de masiva aniquilación física de los trabajador@s, esto, en lo que denominan «guerra narco-ideológica», comandada por el Pentágono y sus transnacionales del vicio, quienes en realidad hoy producen el 100% de los insumos químicos protagónicos, y base para en producto final (cocaína), de lo que se lucran la banca, las empresas multinacionales, barones y traficantes externos en un 95%, pero que sin embargo dicen encabezar en una «guerra contra el narcotráfico».
Las Drogas y la guerra
Mientras que los gringos piensan que el problema del tráfico de drogas es entre América Latina o Colombia (Bilateralidad), y no con la comunidad internacional (Multilateralidad), se evidencia, por ejemplo que después de la Perestroika ya no será el comunismo el gran enemigo de los Estados Unidos; sino, los carteles de la droga, por lo cual el imperio ha declarado prácticamente la guerra a la América Latina, no a los carteles, pero criminalizando a sus pueblos, gobiernos progresistas, revolucionarios y/o fuerzas de la insurgencia social, involucrando contra la soberanía popular, el impresionante poderío militar del que le dotó el imperialismo; con una estrategia de doble vía, que crea múltiples fuerzas de sometimiento cultural y financiero-tácticas para el despliegue militar rápido, con bases militares y/o amenazas veladas de intervención, que producen una grave conmoción nacional e internacional, demostrando un desprecio por parte de la oligarquía Colombiana, de lo que significa nuestra soberanía, integralidad territorial, dignidad e independencia.
Así entonces, son las fuerzas militares, quienes en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional, continúan como instrumentos de la ocupación en Colombia, persistiendo en imponer por la guerra, los intereses económicos, políticos y militares del Imperialismo, como de la clase dirigente nacional, en una guerra sórdida de nacionales contra nacionales, contra su mismo pueblo; y en una apremiante interacción bélica que resquebraja profundamente la nación y a Nuestra América.
En esta interacción bélica hoy confluyen tanto elementos que corresponden a guerras convencionales, y a luchas revolucionarias, guerra revolucionaria-, que en el caso Colombiano transforman las expresiones objetivas de la confrontación anti-globalización, complejizando el escenario, con nuevas capacidades de comando, control de comunicaciones ,»espionaje», inteligencia, etcétera.
Es decir que hoy emergen nuevas guerras pero como exigencia del capital, del reposicionamiento geo-político, pero subrayando que en el caso Colombiano crecen hoy mucho más las resistencias, objetivos; y sujetos de las transformaciones revolucionarias, confrontadas a la ilegitimidad del régimen y a su terrorismo de Estado, que en su guerra de exterminio ,pretende confundir, justificar o esconder a su enemigo real – las guerrillas del E.L.N (Ejército de Liberación Nacional), y a las FARC-EP, EPL, como a las más diversas y múltiple expresiones de la lucha popular- , detrás del tráfico de drogas, pero como resultado – no solo de la confrontación militar- , sino por la política, y con los objetivos que trazan Estado e Imperialismo.
De tal manera que lo hoy planteado en este escenario nacional e internacional de nuevas guerras, tiene que ver para las castas dominantes, con la intensificación de la contrarrevolución (guerra contrarrevolucionaria) – para desdibujar – también, a través de los medios de comunicación del poder- la legitimidad de lucha social, y los derechos fundamentales de los pueblos; y confundirla, con el crimen organizado y transnacional.
Pero este esfuerzo de «pacificación interna» defiende y exige la aplicación de la tecnología militar – bases militares-, pero difuminando lo militar de lo civil, colocando fundamentalmente a la población – además -, como un objetivo político más visible y doblegable para la guerra.
Hoy estos nuevos marcos de la guerra imperial – incluidas sus paces- exigen, a partir de la doctrina contrarrevolucionaria, la combinación de fuerzas regulares e irregulares con criminales, voluntarios y mercenarios con el objetivo de destruir a la población, amén de los enormes recursos asignados a la guerra contra el pueblo, en su lucha por la identidad y/o autonomía, en la cual las redes criminales y financieras transnacionales imponen – por otro lado- el debilitamiento de las culturas del Estado-Nación, fragmentando el contexto para producir terror ante el FRACASO DEL ESTADO COLOMBIANO , «envenenando el agua en la que nada el pez, para matarlo», y en virtud – además- que el primer método de control territorial es el desplazamiento y eliminación de las comunidades, mediante técnicas como el asesinato, la desaparición forzada, los hornos crematorios, «falsos positivos», y el creciente y masivo ataque a objetivos civiles.
Son entonces la organización por parte de Imperio y oligarquías, de nuevos elementos militares, ideológicos, de reclutamiento, liderazgo y publicidad – de alcance global- para la guerra contrarrevolucionaria en el continente, pero particularmente en Colombia; todo, con recursos del narcotráfico, del tráfico de armas y/o del lavado de activos que asciende a cifras entre los «500 millones y 1.5 trillones de dólares»
Nuestra América, un continente agredido
Esta América Latina, a la cual el Estado Colombiano menosprecia, es nuevamente ofendida también con los medios de comunicación a su servicio, o con la guerra psicológica como armas verdaderamente temibles, buscando cada vez más influir en la opinión pública nacional e internacional, como en la mente de la población para crear el ambiente favorable a la eliminación de la rebeldía social, que en el marco de la operaciones de «contrainsurgencia» promueven aun proselitismo armado narco-para-institucional- terrorista, que va desde la propaganda que lleva amenazas, o es portadora de «esperanzas», o que desgasta la resistencia moral, que seduce, desplaza, desaparece o asesina a comunidades, actores y/o sujetos sociales diversos.
Desinformación o desvirtualización constituyen el más gigantesco laboratorio de guerra psicológica, y «caja de Pandora» del sistema. «La propaganda difunde la ideología de la alta burguesía; su paz oligárquica; el hombre para ellos, es como lo muestran los sociólogos: un individuo hétero-dirigido para el cual piensan y desean los grandes aparatos de la persuasión oculta y los centros de control del gusto, de los sentimientos y de las ideas; individuo que piensa, y desea conforme a los centros de poder y de dirección psicológica», como si los medios de comunicación del poder le enseñaran a los pueblos a «vivir felices con la injusticia social».
Todo con una creciente alienación, pero – claro- , con planes estratégicos e ideológicos concebidos para el pueblo, creciendo la ofensiva cultural y militar del poder, desfigurando la verdad, con la propaganda negra del sistema, que elude responsabilidades, divide a los sectores sociales y legitiman la injusticia y la guerra, que en su etapa estratégico-política intenta separar a la población de las fuerzas progresistas o revolucionarias, mediante – también- la destrucción, o las acciones criminales, tácticas u operativas de las Fuerzas Armadas, con el apoyo de la fuerzas militares , ejércitos privados (mercenarios), paramilitares, servicios de inteligencia, para convencer a la opinión pública (nacional e internacional), que está defendido por los propios pobladores, mientras en realidad se trata de la defensa del establecimiento y de las multinacionales, como instrumentos de represión directamente en manos de los monopolios.
Así, y como una reconquista que va en contravía de lo que hacemos los pueblos del sur para independizarnos, para autodeterminarnos, -pero que al chocar la reconquista con esta independencia-, debe haber un cambio, y tenemos como pueblos hermanos que neutralizar y detener al enemigo principal, que sueña con un «nuevo siglo americano», -con algunos retoques-, pero con mayor profundidad en la crisis económica, con cada vez mayores desastres militares, caos; y en fin, una declinación en su papel hegemónico en el mundo y su pretendido nuevo orden mundial unido siempre, a una intensa globalización militar.
Hoy de manera creciente, por ejemplo¸ lo que el imperialismo promueve y exige en el Continente, , es derrotar a la revolución Bolivariana, como al proyecto revolucionario de paz del pueblo Colombiano , y en general a los procesos Nuestro Americanos, amenazando con una nueva fuerza de intervención para una renovada fase de invasiones, que vía las bases militares y su maquinaria militar regional, promuevan un mayor desequilibrio de fuerzas, mayor subordinación y sumisión a los Estados Unidos, que no dará una salida política al conflicto Colombiano, -particularmente- , privilegiando la respuesta militarista, pese a la determinación de un nuevo equilibrio regional por parte de UNASUR, -como una esperanza de nuestros pueblos- , que claman por una solución política al conflicto, -a los conflictos regionales-; y que para Colombia, urgen una salida de paz, un nuevo modelo económico; así como relaciones armónicas con los pueblos.
Militarismo e Intervención gringa
Hoy este protagonismo militarista no es tan «incuestionable» en cuanto al poder político que la institución militar tiene en Colombia, pues deja al descubierto una nueva fase, -eso si- , de la DSN y su nueva vigencia, con algunos retoques, pero que abandona al «exhausto» , viejo y decadente Estado liberal tradicional, arrasando al poder ejecutivo, que casi nada tiene que hacer, excepto atenerse a las determinaciones del alto mando narco-paramilitar en manos del Pentágono, lo mismo que el parlamento – con contadas excepciones-, que es una rama carente de expresión popular, de independencia, pusilánime; minados por la inmoralidad y la corrupción; al igual que el poder judicial ; se mantiene, reemplazado por una justicia cuasi-militar, protagónica desde lo para-militar, sujeto al aparato ideológico criminal y de cara a las misiones contrainsurgentes.
Misiones, en donde el ejercito ha mantenido la preponderancia sobre otras armas, algo así como el 90% del esfuerzo principal en los dos teatros de guerra; que para hacerlo más eficaz, readecuó su organización, dispositivos y modalidades de combate de guerra regular – divisiones y/o brigadas equivalentes a los regimientos norteamericanos-, creciendo desde luego- con el paramilitarismo , unidades especiales de guerra irregular – brigadas móviles- , del Ejército y la Armada, hoy con unos recursos ilimitados, asistencia militar y sin límites tecnológicos y financieros, bautizados por el gobierno norteamericano como Plan Colombia, -inicialmente-; pasando a un país totalmente dependiente de la potencia imperial, que de su fase estratégica de expansión, pasa a la de consolidación geo-política, para defender ahora y con las bases militares, sus intereses mercantiles, como para reducir a los gobiernos o fuerzas populares y/o nacionalistas empeñados en la Liberación Nacional de sus pueblos.
Este soporte del sistema imperial, crea un nuevo colonialismo; pues subordina a Colombia, Panamá, México, Honduras, Costa Rica, Chile y Perú – entre otros-, y se replantea mantener férreamente el «destino manifiesto», con estrategias globales que permiten – en el marco de la crisis -,que sus aparatos financieros, ideológicos, culturales y armados penetren y dirijan al Estado, conduzcan la seguridad hemisférica como guerra preventiva o de sus variantes de intervención; unas veces -las menos-, como estrategia contra el «narcotráfico», otras con el disfraz de intervención humanitaria; y ahora -probablemente- como estrategia de «paz» o de una fulminante destrucción de su potencial enemigo; los pueblos del Continente.
Persuasión o coerción serían hoy las rutas imperiales en su nueva política exterior, mientras en el orden diplomático continúa deslegitimando, aislando o desprestigiando política y militarmente a nivel mundial a los movimientos de liberación nacional, pero valiéndose de los espacios multilaterales a su conveniencia como la OEA, que le permite darle a la ocupación – en Colombia- un carácter multinacional y «legal» a su poder hegemónico, lo mismo que contra cualquier país Latinoamericano en rebeldía.
Unido a estas estrategias de dominación, preocupan fundamentalmente a las clases dominantes el «control de la cultura, la educación y los medios de comunicación, como aspectos importantes y hoy definitivos en la lucha por el poder, inclusive más que los mismos medios de producción»
Este Pentágono en» miniatura» en Colombia es hoy el eslabón más fuerte dentro de la concepción militar global de Estados Unidos, y nervio integral de las renovadas FDR – fuerzas de despliegue rápido-, adscritas a la estrategia de «reacción flexible» de la cuarta flota, que en una estrategia combinada consolida fuerzas disuasivas contra las impulsos populares del área, manipula la estrategia geo-política continental, con la estructura para militar y logística para sostener a las fuerzas contrainsurgentes internas; a su vez, que con el complejo bélico elimina obstáculos que en un momento puedan obstruir una intervención norteamericana, que en su retórica oculta los gigantescos crímenes contra la humanidad, y agresiones en el Medio Oriente, Asia, África, y América Latina, pero que esconde igualmente las invasiones, destrucciones, colonialismos y agresiones de todo tipo, que no son sino un variado y casi infinito conjunto de guerras y violencias llevadas a cabo por el ser humano, las oligarquías, el imperio y en general las clases dominantes, para imponer los intereses particulares de la propiedad por encima del bien común.
Donde un estado agresor, continúa construyendo una historia sangrienta en el mundo; y recreando una nueva conflagración sub-continental, justificando su política neo-colonial, sin establecer una política internacional de principios, pero con la sola determinación que los pueblos de Nuestraamérica pierdan su nacionalidad, su cultura, sus costumbres; y que se mantengan al servicio de la piratería colonialista, que violadora de los derechos fundamentales de los pueblos, cercena los principios del derecho internacional, convenios y/o acuerdos reconocidos por la comunidad internacional, que junto al Estado Colombiano,- particularmente- estimulan sus crímenes contra la paz regional, vulneran la condición humana, degradan y humillan a los pueblos.
En esta ruta, los Estados Unidos, el ejército Colombiano y sus fuerzas paramilitares utilizan tácticas de carácter masivo, -que genera en la guerra y barbarie- , con sus bombardeos indiscriminados, el desplazamiento forzado de la población civil, además de los ataques deliberados a objetivos exclusivamente civiles, que destruyen las fuentes y las bases de la vida material del pueblo, simultáneamente a su liquidación física.
Olas de bombardeos, bombas de fragmentación, envenenamiento de acuíferos, destrucción de cosechas para la alimentación campesina, utilización de armas químicas, o de agentes exfoliantes contra el «narcotráfico», no son sino instrumentos de imperio y oligarquía, con la finalidad de aterrorizar e intimidar a la población civil para doblegarla y someterla a su dominio, pues reeditan en Colombia los patéticos crímenes de Guernica, Vietnam, Nagasaki, Hiroshima, Dominicana, Granada, Panamá, Palestina, Irak, Afganistán, Libia , Siria, Egipto, entre otros.
Este laboratorio de la muerte en Colombia, sus satélites y bases miliares, evidencian por otro lado, la articulación existente entre los intereses de las multinacionales y los de la burguesía trasnacional, y la necesidad de mantener un régimen autoritario para defender sus intereses comunes; donde los costos recaigan sobre los trabajador@s y demás sectores populares que representan la mayoría de la población.
Pero sin embargo la elite neoliberal Colombiana, no tiene el menor interés en resolver democráticamente estas contradicciones por ell@s originadas, puesto que sus miembros cuentan como es obvio, con un respaldo y un clima ideológico y militar altamente favorable en la administración gringa, que aspira a recuperar su dominio sobre el continente, pero particularmente en Colombia y Venezuela donde las luchas populares representan una amenaza a la hegemonía de Estados Unidos con su re-militarización, pero también con argumentos defensivos.
Militarismo, expansión del gasto militar, alianzas miliares crecientes, nuevos programas nucleares, bases militares, emplazamiento de misiles; todo ello continúa, pues la realidad está entre la interconexión que asienta la expansión económica imperial y el poder militar euro-americano, en su fase de recolonización donde se escala la profundidad del nuevo imperio , y sus lealtades compartidas y al mismo tiempo contradictorias, que no son más que competencias imperiales en expansión , en la tarea de destruir y socavar los adversarios reconocidos; regímenes nacionalistas reformistas, movimientos revolucionarios, etcétera.
La paz de Colombia, es la paz del continente
En el décimo país más rico del mundo y donde el hambre, el crimen y la injusticia social campean como resultado de la apropiación, la explotación y el agravamiento de la crisis capitalista, – no es posible después del genocidio, o de 250.000 desaparecidos, 5000.000 desplazados, 7.500 presos políticos, miles de exiliados, inmigrantes- ; imaginarse un proceso de negociación política sin el protagonismo y la unidad del pueblo y de la izquierda, pues han aprendido en cada lucha a sacar una lección histórica, del tamaño de sus aspiraciones ,que van más allá de los cálculos oligárquicos que consideran como ganada la batalla ideológica, política /o militar.
Que en esta dinámica del terror, despoja, destierra y enajena territorios, infraestructura e inversiones en beneficio de los grandes empresarios, banqueros y narco-militares, agravando la pobreza y la miseria de los más de 29 millones de colombian@s, el desempleo que alcanza 12.8% de personas en edad laboral ( de 45 millones de habitantes ), aumentado por un modelo de producción agroindustrial en manos de la mafia que concentra algo más del 65% de las tierras más productivas del país, y se apropia con las poderosas empresas multinacionales de los recursos estratégicos como la energía, el agua, el carbón , el petróleo, la biodiversidad , etcétera, creciendo los gastos de la guerra que se estima en el 6.8% del PIB, es decir 22.21 billones de pesos.
Demostrando el verdadero rostro del modelo capitalista Colombiano, y el de una economía dependiente, trans-nacionalizada, financiera-especulativa, terrateniente-mafiosa y paramilitar, que además balcaniza el territorio, lo fragmenta y atomiza para luego despojarlo e insertarlo en el mercado mundial, no sin el genocidio, el eco-cidio, la desaparición forzada, los «falsos positivos», la tortura o la ejecución extrajudicial.
Nada más falso entonces, es pues – en el caso del conflicto armado – que este sea el aspecto esencial de la confrontación, pues es parte de la guerra; la base está, en la guerra económica y el terrorismo de Estado, ejercido por la oligarquía Colombiana contra el pueblo, a la que solo le interesan las grandes riquezas de la nación y que han enajenado con el gran capital, destruyendo al hombre y a la naturaleza.
Pero por si fuera poco, el poder del Estado enfila las baterías hacia los pueblos del Continente que luchan por su liberación, y como el sirviente predilecto del Imperio amenaza con otra agresión armada contra la Revolución Bolivariana de Venezuela y el Gobierno Popular Ecuatoriano, países hermanos de la paz, que asumen y examinan la importancia del reconocimiento del conflicto en Colombia, la necesidad de una solución política negociada; como desde luego el retiro inmediato de las bases militares en Colombia, en unas circunstancias de alzamiento popular y armado enfrentado hace más de seis décadas al saqueo imperial, a la arrogancia de las elites que representan un Estado criminal, genuflexo y que genera una economía para la guerra y la fragmentación social , con un verdadero estado paramilitar encabezado por Uribe-Santos como agentes de la extrema derecha, que proporcionan control financiero, territorial – aldeas modelo- y militar al paramilitarismo – actores políticos independientes, beneficiados con un régimen de amnistía de facto-, con un creciente número de diputados, que en realidad garantizan la impunidad de la violencia paramilitar, donde el total de víctimas podría pasar de 100.000 personas.
No son sorprendentes entonces, las razones por las cuales el proceso Bolivariano está en la mira de los EE.UU, pues similar a Colombia además de contar con una gran riqueza estratégica de recursos (principalmente petróleo, gas, agua, aluminio, biodiversidad; entre otros), representan una ruptura con la integración transnacional, e inician un cuestionamiento profundo a la concentración de la propiedad, el poder político y la producción.
Conclusiones:
En estos escenarios de la lucha popular Continental, en donde los pueblos construyen alternativas populares desde las izquierdas es inevitable entonces, en el caso particular de Colombia – con un esquema de dominación cualitativamente superior- , el ejercicio de la violencia popular y revolucionaria, pues quienes detentan el poder, seguirán aferrados a el hasta las últimas consecuencias, pero con un pueblo, que insiste en la construcción de un ideario y una práctica revolucionaria de manera conciente y comprometida , que genere alternativas y nuevos espacios de poder, que supere las realidades de impunidad, autoritarismo y silenciamiento de quienes proponen desde sus luchas cotidianas la construcción de un nuevo orden social, para la felicidad y la libertad de Nuestraamérica.
Hay que construir la unidad del pueblo colombiano desde su gran diversidad política, cultural y militar, profundizar la reflexión y la unidad en torno a las experiencias populares y de la izquierda revolucionaria, como adecuar los aspectos estratégicos y tácticos, a renovados y colectivos programas y plataformas de lucha unitarios, con un examen riguroso de los problemas organizativos y de la práctica concreta del movimiento de masas y de la izquierda y a la luz de nuevas luchas, actores sociales, sujetos políticos, métodos de trabajo y formas de lucha.
Es decir y con respecto al continente una política que una a los pueblos y a los revolucionari@s, para conquistar como izquierda y en el presente aquel lugar por el que siempre ha luchado: El ser el destacamento de vanguardia del pueblo y las amplias masas trabajadoras de Nuestra América, en su lucha por la paz, el poder y el socialismo.
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