Jacques Rancière, el filósofo, el profesor Jacques Rancière, pronunció años atrás una conferencia respecto de lo que consideraba constitutivo de la política. No sé citarlo de memoria pero es una idea que ha podido desarrollar en distintos escritos. La idea de que existe un gesto, más bien una actitud política por excelencia, que consiste en […]
Jacques Rancière, el filósofo, el profesor Jacques Rancière, pronunció años atrás una conferencia respecto de lo que consideraba constitutivo de la política. No sé citarlo de memoria pero es una idea que ha podido desarrollar en distintos escritos. La idea de que existe un gesto, más bien una actitud política por excelencia, que consiste en interrumpir algo que no admite interrupciones. Ese algo es la lógica policial. Alguna vez lo comentamos en este espacio, la lógica del «siga su camino», del «vamos, vamos», del «circulen». Una suerte de movimiento continuo que, sin duda, es el ideal de quienes ejercen el poder. No hay que interrumpir. No hay que irrumpir. En esa conferencia, para ejemplificar su pensamiento, Rancière evocaba situaciones comunes. Un agente, tras un accidente, enfrenta un grupo de curiosos. La actitud que emana del poder es la que consiste en asegurar que esos curiosos sigan su camino: mantener el flujo, la sensación de normalidad. En esta configuración, la actitud política sería, por el contrario, detenerse, no aceptar la invitación (¿la orden?) de hacer como si nada hubiera sucedido y, además, preguntar: ¿qué pasó?
Un insolente en potencia, además de un curioso, ése sería, entonces, el homus politicus. Ocurre que en la historia del pensamiento político ese homus politicus ha sido, en ocasiones, una mujer.
Existe un ejemplo paradigmático. Paradigmático de esta mirada que postula la política como toma de posición, como toma de palabra en un escenario dado. Se trata del caso de Antígona. El poder, en la obra de Sófocles, siempre estará encarnado por Creonte. Pero la política -como irrupción y como interrupción- emana en el momento en que Antígona se niega a aceptar el decreto de Creonte que prohíbe enterrar a su hermano, Polinices, considerado traidor. Y no solamente se niega sino que además discute sus razonamientos, la lógica implícita en esa orden para oponerle otra lógica, inmediatamente descalificada como «locura» o falta de «razón». Se puede extrapolar y mucho se ha extrapolado, pero lo que importa señalar hoy es que previo a la argumentación, hubo un «no». Un simple «no».
Un «no» en soledad. Porque Antígona estaba sola cuando optó por no acatar la orden del poder y enterrar a su hermano. Es decir, cuando optó por desobedecer. Por mostrarse «insolente», según los parámetros de un poder que puede también dictar lo que es la insolencia.
Insolencia y política. El tema puede ser abordado de muchas maneras. Hay una que hoy no interesa. Remite al uso del lenguaje. En especial a cierto vocabulario con el que algunos políticos (del mundo entero pero en Chile no nos quedamos atrás) creen que pueden dirigirse a otros políticos, o a periodistas, o a cualquier otra persona que tengan enfrente. En cambio interesa el gesto de ruptura que consiste no sólo en interrumpir lo que está dado sino además en generar preguntas: ¿qué pasó?
¿Qué pasó? Eso es lo que me gustaría preguntar. Y es por lo siguiente. Hoy Camila estuvo sola. La misma Camila que uno se acostumbró a ver rodeada de muchos, hoy estuvo sola. No hace falta ser admirador(a) suya para ver el hecho. Pero sí hace falta no ser opositor(a). Aunque quizás sólo fue una apariencia. Es muy posible que hoy, en el Congreso, en el momento en que se le rindió homenaje a Jaime Guzmán, Camila pudo quedarse sentada, restarse al homenaje, porque -precisamente- no estaba sola. Totalmente conciente de que estaba en representación. En representación de otros. Conciente sí de que otros, muchos, comparten su sentir y su pensar respecto al rol que jugó Jaime Guzmán durante la dictadura en tanto pensador de un sistema político que hoy se cuestiona. En todo caso, Camila lo cuestiona.
¿Qué tan fácil es no hacer nada? ¿Quedarse sentada? ¿Inmóvil? ¿Y cuánto dura un minuto cuando se está sola en su actitud frente a los ojos de todos? Uno entiende mucho mejor a Rancière y también a Sófocles observando la imagen incluso desde lejos. La imagen de una mujer que está sola y no lo está. La imagen de una mujer que está realizando un gesto eminentemente político cuando decide no sumarse al homenaje. Ese minuto debe durar más de sesenta segundos. El tiempo debe detenerse. Y en ese tiempo, lo que uno ve es algo mucho más considerable que un gesto con el que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Y es que no se trata meramente de la diputada Camila Vallejo ni del ex senador Jaime Guzmán. Se trata de que, de pronto, en esa escena, lo que se está jugando es la posibilidad de volver a decir «no».
Un simple «no». Un acto político. Un acto de emancipación política. Un ejercicio de libertad que importa, que es relevante porque, entre otras cosas, permite una serie de preguntas que no se agotan en el rol que desempeñó Jaime Guzmán como ideólogo de un modelo de sociedad hoy vigente y -por fin- discutido en Chile.
En definitiva, ¿para qué sirven los homenajes? ¿Para generar qué tipo de unión? ¿Entre quiénes? ¿Qué significar sumarse? ¿Restarse?
Y si de insolencia se trata… ¿a quién le falta el respeto la diputada Vallejo cuando decide quedarse sentada? Pero también, ¿a quién está respetando cuando toda su distinción consiste en no pararse? No sumarse.
http://radio.uchile.cl/2014/04/02/la-distincion-de-camila-vallejo