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Reseña de Hugo Chávez. Mi primera vida. Conversaciones con Ignacio Ramonet

Conversaciones con un presidente democrático y revolucionario que ayudó a cambiar el mundo

Fuentes: El viejo topo

Hugo Chávez. Mi primera vida. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Debate, Madrid, 2013, 724 páginas (prólogo del autor).

«Mi primera vida» acompaña al título del libro. Es matiz importante; luego veremos por qué.

Lo explica Hilary Putnam en su Ética sin ontología. Hace casi cincuenta años, recuerda, el famoso filósofo («mi colega», escribe Putnam) Willard van Orman Quine escuchó una charla que dio en la Universidad de Harvard otro destacado y conocido filósofo (cuyo nombre no nos facilita). Al autor de Los métodos de la lógica y de Filosofía de la lógica le preguntaron después qué pensaba de la conferencia y, de la manera elegante y civilizada que lo caracterizaba -aunque no siempre-, respondió con delicadeza: «Pinta a grandes pinceladas». Hizo una pausa y a continuación añadió con algo menos de amabilidad. «¡Y también piensa del mismo modo!».

No es el caso de este libro de conversaciones. Ni Ignacio Ramonet ni el presidente Chávez pintan ni piensan a grandes pinceladas. En absoluto, todo lo contrario: con detalle, con cuidado, con delicadeza, paso a paso. Esa es su forma de pensar, dialogar y escribir. Y no sólo es eso:

«No soy un mito. Eso quisieran mis adversarios. Soy una realidad. Y una realidad que cada día se concreta más. Por otra parte, le recuerdo que Aristóteles decía: «Los mitos encierran siempre un núcleo de verdad» Cosa que saben muy bien los etnólogos, como lo demostró el gran Claude Lévy-Strauss en sus Tristes tópicos o el brasileño Darcy Ribeiro -asesor de Velasco Alvarado en Perú y de Salvador Allende en Chile y que también vivió un tiempo en Venezuela- en su libro El proceso civilizatorio. Ese «núcleo de verdad» en la mentalidad colectiva de la sociedad venezolana de los años 1992 a 1998, radicaba en el renacimiento de la esperanza. El pueblo volvía a reclamar su derecho a soñar y, más aún, su obligación de luchar por su sueño. De esa manera, en aquel momento, regresaba a la mente nacional la idea de la utopía política. O sea: comenzó a existir en la imaginación colectiva el deseo de un nuevo país con más justicia, más igualdad y menos corrupción. Y ahí precisamente es cuando la utopía se confunde con el mito. Pero un mito que no pede tener personificación concreta. Un mito que es expresión de una esperanza colectiva.» (pp. 624-625).

¿Conocen a algún estadista europeo o de la OCDE, a algún primer ministro, algún presidente republicano, algún jefe de Estado, borbónico o no, algún presidente de algún poderoso banco central, que se exprese en estos términos, que reflexione de este modo? ¿Cuál? No hay apenas listado.

La historia del libro es explicada por Ramonet -que había conocido a Chávez, un excelente y ávido lector que a pesar de su pobreza de niño no tuvo una infancia desdichada («No es lo mismo la pobreza que la miseria»), en 1999, poco después de su llegada a la presidencia- en la interesante a introducción -«Cien horas con Chávez»- del ensayo (pp. 13-60).

Iniciado en Barinas el 15 de abril de 2008, en el corazón de Los Llanos, en «aquel pequeño hato que le servía a veces de refugio», fue desarrollado a lo largo de tres años de trabajo en diversos lugares de Venezuela («Y en particular en sus modestos apartamentos privados del Palacio de Miraflores en Caracas») y finalizado en marzo de 2013, unos tres meses después del fallecimiento del revolucionario venezolano. No hace falta estar de acuerdo con el gran periodista galo-hispánico en todos sus compases («Segunda cualidad. Su carácter competidor. Era un ganador nato»; «sexto: su habilidad a ser subestimado. Sin cesar, sus adversarios -e incluso varios de sus amigos- tuvieron tendencia a infravalorarlo»), para recomendar su atenta lectura. Acierta Ramonet cuando destaca la afición lúdica del ex presidente venezolano por la cultura del pueblo, su singular religiosidad popular o su sentida y no aparente solidaridad con los pobres (Chávez: «Tengo siempre presente una frase de Gramsci: ‘No hay que ir al pueblo, hay que ser el pueblo»).

No es posible dar cuenta en una reseña, de manera justa y ecuánime, del contenido de esta larga conversación. Cabe apuntar nudos destacados:

1. Las oportunas notas del editor son un regalo que debe agradecerse. Necesarias para el lector que no conoce, como es mi caso, la historia y la política de Venezuela, añaden además regalos inesperados. Entre ellos, hermosos cuentos del entrevistado dados en hermosas y largas notas.

2. La veracidad de muchas afirmaciones que pueden parecer, en primera instancia, exageradas o incluso poco ecuánimes. Ésta por ejemplo que, por supuesto, no olvida nombres y figuras de tanta altura poliética y revolucionaria como Salvador Allende o Ernesto Guevara: «Desde Fidel Castro no había surgido en América Latina un líder tan arrollador como Hugo Chávez. En sus 14 años de gobierno, no sólo transformó copernicamente Venezuela sino toda América Latina. Nunca, en sus dos siglos de historia, América Latina conoció un período tan lago de democracia, de justicia social y de desarrollo» (p. 47). «Copernicamente» no es un adverbio improcedente.

3. Ramonet, con toda la sabiduría del mundo, ha construido un libro de aproximación a un personaje poliédrico en el que no ha puesto acento únicamente en los aspectos de mayor probable interés para el lector/a más politizado. Más de la mitad del libro está dedicado a narrar la infancia, la adolescencia y la juventud de Hugo Chávez, la forma en que se forjó este gran revolucionario de los siglos XX y XXI.

4. La sensatez del entrevistado destaca en numerosos pasajes de las conservaciones. Un ejemplo de las páginas 74 y 75. Ramonet le habla de la guerra fría, del maccarthysmo, de la creación de la OTAN, de la dictadura de Pérez Jiménez, de Trujillo, de Somoza,.. Es curioso de notar, señala, que en 1954, el año del nacimiento de Chávez, empieza la guerra de liberación de Argelia. Con todos estos acontecimientos, que yo he resumido, se trata de un momento históricamente muy fuerte, prosigue, «muy denso, en la bisagra de dos épocas, cuando renace, sobre todo en África y Asia, la reivindicación de los pueblos para liberarse de más de un siglo de colonización». Por eso, insiste, vuelve a preguntarle: «¿cómo interpreta usted esa configuración histórica que preside a su nacimiento? ¿Ve usted en ello un anuncio de su destino político». La respuesta, la sensatísima respuesta del presidente: No, no, nada de eso. No ve usted, insiste un Ramonet que acaso aparente estar un pelín despistado o necesite expresarse en términos casi heideggerianos, «su llegada al mundo ese año 1954, tan político, tan cargado de historia, como un signo de destino?». La nueva respuesta del gramsciano revolucionario: No, no, para nada. «Uno es parte de ese río rebelde que es la historia, los acontecimientos humanos. Llega a este mundo sencillamente por azar….Uno de los azares más azarosos, por decirlo así, es el nacimiento de un ser humano. Yo nací por azar. Se unieron el negro Hugo Chávez [afrodescendiente, hijo de una mujer muy indígena, Rosa Inés, la querida abuela de HCHF], de 19 años, que era un muchacho maestro en unos montes, que se la pasaba a caballo o en burro, y la muy jovencita Elena Frías, de 17 años». Un ser humano, por lo demás, bastante seguro de sí mismo y de su papel efectivo en la Historia: «Analizando todo eso, caigo yo en cuenta de ser preso de la historia. A esas alturas de mi vida, consigo ver que la historia me absorberá, clarito como el día que está saliendo» (p. 97)..

5. Por lo demás, no hay idealización de la ciudadanía popular en alguien tan próximo al pueblo como Chávez. Habla el presidente, en la página 87, de su estancia en la zona de Apure y explica: «Avanzaba la mujer penosamente, nadando, hundiéndose. Yo estaba pensando en cómo sacarla de allí. Y entonces, ¿sabe lo que me dijo el baqueano? «Capitán, ¡dispárele!» Me quedé sorprendido: «¿Cómo?» Volvió a insistir: «¡Dispárele capitán! No son gente, son como animales. ¡Mátelos!». Se me especula el cuerpo todavía… Y no era mala persona aquel baqueano, no era un monstruo, yo lo conocía bien. Expresaba el sentimiento racista antiindio que allí imperaba». Sigue habiendo racismo contra los indígenas se le sigue preguntando. No hay ocultación: «Mucho menos, porque lo estamos combatiendo muy duro. Pero aún hay gente, personas humildes, campesinos, pueblo pobre, hasta buenos cristianos que dicen: «Por aquí pasaron diez indios, y andaban con ellos dos racionales»!. ¡Usan esa expresión! ¡Como si los indios no fueran racionales! La exclusión de nuestros hermanos indígenas sigue existiendo en algunas zonas de la sociedad rural venezolana». Hay que seguir combatiéndola sin tregua concluye Chávez.

6. Las conversaciones alumbran aspectos poco conocidos o destacados del presidente venezolano. Por ejemplo, su vertiente de pedagogo, de maestro, de alfabetizador de ciudadanos pobres.

7. No afirmaré que todas las ilustraciones que acompañan al libro son magníficas ni imprescindible pero algunas sí. Sin duda. Observen, por ejemplo, la que aparece en la página siguiente a la 160: la casa de Sabaneta en la que nació y se crió Chávez dibujada por él mismo. Es un hermoso dibujo.

8. La ceguera política, compañera poco aconsejable, se dijera lo que se dijera por los media (El País en lugar destacado), no fue tampoco amiga del presidente bolivariano. Ramonet le recuerda que su imagen estaba muy relacionada con la derecha militar a escala internacional. Bolivarianismo no significaba nada para las gentes de izquierda de muchos otros países, hablando en términos políticos, no se sabía muy bien quién era Chávez. Su respuesta: «Reconozco que había razones para tener dudas de nosotros, y mía en lo personal. Quizá el propio Fidel las tenía… Recuerdo que, desde el primer momento en que nos sentamos a hablar, él me estaba escrutando… Y lo mismo hizo durante las actividades que cumplimos. Por ejemplo, llegó de improviso a la casa «Simón Bolívar» donde di una conferencia. Nadie sabía que él iba a venir, se apareció, se sentó en primera fila a oír mi conferencia. Yo sentía su mirada de águila, la mirada de alguien que examina cada palabra… Lo mismo en la Universidad de La Habana, no me quitó la vista de encima, tomaba notas…Me sentía como quien está siendo examinado, evaluado» (p. 669). No hace falta destacar, por evidente, la admiración del presidente venezolano por el ex presidente cubano.

8. El «pragmatismo» de Chávez no es propiamente un pragmatismo sino una defensa de la filosofía de la praxis, cosa muy distinta, contra el teoricismo paralizador. Un ejemplo. Se le pregunta por su concepción de la revolución. Su respuesta: «Pienso que una revolución debe ser algo muy práctico. Uno de los errores que se cometieron en muchos intentos revolucionarios del pasado es que se quedaron en lo teórico. Le dieron excesiva importancia a la elaboración teórica, y muy poca a la dimensión práctica. Y yo creo que una revolución requiere un gran esfuerzo dialéctico de teoría sin duda, pero también de praxis. Es más, mi convicción es que la praxis, definitivamente, es lo que hace, o no hace, que una revolución lo sea de verdad. Es la «praxis transformadora» la que cambia una realidad. Por lo menos es lo que estamos experimentando aquí, en Venezuela, desde 1999″ (p. 587). Francisco Fernández Buey hubiera suscrito esta consideración

Y así mil reflexiones de interés más. No hay que perderse, por ejemplo, lo dicho por Chávez sobre el populismo, sobre Gorbachov, sobre el golpe de agosto 1991 (¡con sorpresa!) o sobre la desaparición de la Unión Soviética.

¿Ninguna pega entonces? ¿Todo perfecto, todo magnífico? Esforzándome señalo dos:

La primera: cuenta Chávez en la página 606 que estando encarcelado tras los sucesos de 1992, un ensayo le acompañó: «¡este libro [lo muestra a Ramonet] Así habló Zaratustra, de Nietzsche. Este ejemplar estuvo en la celda conmigo. Me lo mandó el general Pérez Arcay en septiembre de 1993. Y mire qué frase yo había subrayado: ‘El noble se propone crear cosas nuevas y una virtud nueva. Pero el otro se aferra lo antiguo y pretende perpetuarlo». Chávez leería generosamente el aforismo nietzscheano, sin duda, en clave no elitista. Nada que decir, pero no es necesario cegarnos sobre otras dimensiones y otras interpretaciones del gran y antisocialista filósofo alemán. Y tampoco es inevitable cultivar su legado fuertemente antidemocrático (Véase el imprescindible Nietzsche contra la democracia de Nicolás González Varela)..

La segunda crítica. Ramonet pregunta por la transición española a un diplomático, acaso «rostro formalista» o un pelín acrítico presidente Chávez, años después del encontronazo, de aquel infame y estúpidamente borbónico «por qué no te callas». La respuesta: «El papel que jugó, como una especie de cuarto poder, el rey Juan Carlos de Borbón, según la visión de Duverger que yo asumí también porque el planteamiento me pareció lógico. En aquel momento, el rey o era el poder legislativo, ni el ejecutivo porque no era Jefe de Gobierno, ni el poder judicial, luego era como una especie de cuarto poder. El rey jugó un papel importante, incluso se vio cuando el intento de golpe de aquel coronel de la Guardia Civil Tejero…» Años después, prosigue, en una conversación con él en Madrid, «le toqué el tema de aquella transición. Me confesó que, cuando iba a jurar la nueva Constitución democrática de 1978 tuvo una conversación con un amigo jurista, porque tenía una duda. El pensaba: «Yo juré la Constitución de Franco y ahora voy a jurar esta otra. ¿Será legítimo?». Pero el asesor le explicó: «Es absolutamente legítimo en el marco precisamente de una transición política que supone un cambio constitucional y un cambio político». Me hizo este comentario». ¡La bondad y generosidad política del presidente fallecido no tiene parangón!

Tras una minuciosa descripción de los años anteriores al primer triunfo democrático-electoral de la revolución bolivariana, el libro se cierra con estas palabras. Habla Ramonet: «Una última palabra para decirle que espero que esto sólo sea el comienzo. En una próxima etapa, tendremos que completar el recorrido de su otra media vida». El presidente responde: «Por ahora, démonos un respiro. Si la ocasión se presenta, si usted mantiene su interés, si mis actividades lo permiten, y si Dios me da la vida, le prometo que conversaremos de nuevo sobre todas estas cuestiones que tanto nos interesan».

No ha sido posible. Los dioses de la injusticia se han apoderado del cuerpo del gran revolucionario bolivariano. Unas palabras de Jorge Riechmann (El siglo de la gran prueba, p. 14) pueden cerrar esta aproximación: «No sabemos si habrá socialismo del siglo XXI, ése que invocan en «Nuestramérica» los compañeros y compañeras que, en difíciles condiciones y enfrentados a múltiples contradicciones, hacen frente al neoliberalismo desde Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros lugares. No lo sabemos, porque la disyuntiva «socialismo o barbarie» se ha entenebrecido aún mucho más desde que fue formulada, hace más de un siglo. Pero si la humanidad supera el tiempo terrible que tenemos por delante, la Gran Prueba en la que ya estamos, podemos estar razonablemente seguros de que habrá alguna clase de socialismo en el siglo XXI».

El revolucionario bolivariano, una de las grandes figuras de la tradición democrática socialista de todos los tiempos, su dimensión política crecerá y crecerá con el transcurso de los años, sin atisbo para ninguna duda, ha abonado como pocos nuestra esperanza emancipatoria en este siglo, en el siglo de la gran prueba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes