1. Después de 46 años hay un nuevo despertar: no contra el deporte, sino contra los multimillonarios despilfarros de los gobiernos que construyen estadios y hacen gigantescos negocios al mismo tiempo que los pueblos mueren por desempleo, miseria y hambre. En Brasil -con un gobierno sedicente progresista- se quiere aprovechar el fanatismo futbolero de buena […]
1. Después de 46 años hay un nuevo despertar: no contra el deporte, sino contra los multimillonarios despilfarros de los gobiernos que construyen estadios y hacen gigantescos negocios al mismo tiempo que los pueblos mueren por desempleo, miseria y hambre. En Brasil -con un gobierno sedicente progresista- se quiere aprovechar el fanatismo futbolero de buena parte de la población para consolidar su poder mediante el campeonato mundial provocando que arrecien las protestas desde hace varios meses entre los sectores más pobres. Estas protestas y el descontento se parecen mucho a lo sucedido en México en 1968 que llevó a la rebelión estudiantil, a la formación de guerrillas y luego de parte del gobierno, al asesinato y encarcelamiento de miles de jóvenes.
2. En 1968 -ante la saturación de la propaganda de las olimpiadas que sufríamos en los medios de información y la miseria de la población muy evidente en el campo y las ciudades- decenas o cientos de miles de jóvenes gritábamos en las calles «Olimpiadas de hambre» o «No queremos olimpiadas, queremos revolución». Aunque el 60 por ciento de los jóvenes eran estudiantes de escuelas públicas de la UNAM y el IPN, que habían logrado escalar algunos grados escolares, estábamos conscientes que la enorme mayoría de la población sólo lograba estudiar dos o tres años de primaria porque sus familias no podían o porque las escuelas eran insuficientes o abandonadas a su suerte por el gobierno. Así que las demandas contra el mal gobierno, la represión policíaca y otras las equiparamos con el rechazo a las olimpiadas.
3. Parecida situación se vive en estos momentos en Brasil. El gobierno de Lula calmó un poco la situación y desvío en parte las protestas; sin embargo su sucesora Dilma Rousseff no parece tener las tablas políticas de Lula o las cosas se han agravado más en ese enorme país de alrededor de 220 millones de habitantes. Se habla de muchas cosas: desde el despilfarro de dineros públicos en las obras de los estadios, que benefician a un puñado de grandes constructoras mientras escasean recursos para salud, educación y transporte, hasta la expulsión de miles de personas de sus barrios para ampliar aeropuertos, autopistas y estadios, a lo que se agrega la legislación que impone la FIFA, que impide la venta ambulante en las cercanías de los estadios, y un conjunto de disposiciones sentidas como agravios por buena parte de la población.
4. Sin embargo las batalla y las demandas centrales son las que se manifiestan en la rebelión que se extiende desde las favelas, sobre todo en Río de Janeiro y en San Paulo, a los centros urbanos más populosos. Se publicó el mes de abril que con vehículos blindados y camiones, las Fuerzas Armadas brasileñas asumieron la seguridad de quince favelas en el complejo de Maré, en Rio de Janeiro, cuando faltan dos meses para el Mundial. Que dos mil 700 militares custodiarán este complejo de favelas en el sureste de la ciudad, considerado una de las zonas más peligrosas de Río de Janeiro y al mismo tiempo un punto estratégico cerca del aeropuerto internacional. Pese a la dura represión (balas de goma en el asfalto y balas de plomo en la favela), las movilizaciones de los favelados comenzaron a crecer a la par a la represión policial.
5. Pienso que el gobierno de Rousseff está metido en un gran lío: primero las grandes presiones de los imperios negociantes del deporte que en estos campeonatos mundiales obtienen ganancias multimillonarias y, por otro lado, las justas protestas de la población que no están dispuestas a sufrir más hambres y represión por sus protestas. Brasil ha tenido mucha presencia desde 2003 que Lula asumió la Presidencia, además por pertenecer al grupo BRICS que en los últimos años ha jugado un magnífico papel de contrapeso económico y político al imperialismo de los EEUU. Pero si el gobierno de Dilma no atiende los problemas fundamentales de la población esta coyuntura puede ser aprovechada por el imperio yanqui que aprovecharía la coyuntura del descalabro.
6. La atención de la problemática de los millones de seres humanos que viven en las miserables favelas y de los campesinos «Sin Tierra» que sufren el gigantesco latifundismo en Brasil, es lo más urgente. Aunque los gobiernos de Lula y Dilma en Brasil no han dicho que construyen sistemas socialistas o igualitarios como lo han proclamado los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, se supone que ambos militaron en la izquierda y deben poner su interés en la búsqueda de la justicia y la igualdad. Espero que los brasileños sigan luchando en las calles para sacudir a su gobierno y obligarlo a ver cuáles son los problemas más importantes del país y cuáles son secundarios; pero sobre todo a distinguir a las clases sociales entre los problemas humanos.
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