A los maestros, con afectuosa y solidaria dedicatoria La desavenencia entre el Estado y el trabajo es un hecho incontestable. En el actual ciclo de neoliberalización, los Estados «no reconocen más ley que la ley del trabajo fuera de la ley». El trabajo, en la era posmoderna, es la más degradada de las mercancías; […]
La desavenencia entre el Estado y el trabajo es un hecho incontestable. En el actual ciclo de neoliberalización, los Estados «no reconocen más ley que la ley del trabajo fuera de la ley». El trabajo, en la era posmoderna, es la más degradada de las mercancías; y el trabajador, a lo sumo, una cadavérica osamenta de una economía antisocial.
Adviértase que el Primero de Mayo es más un asunto de seguridad para el Estado que un asunto de conmemoración o convalidación de votos nupciales. La época de la alianza contractual expiró irremediablemente. Ahora corresponde solamente a los trabajadores evocar a sus mártires, y recuperar, sin la otrora solícita connivencia del Estado, la más universal de las conmemoraciones: a saber, el Día Internacional de los Trabajadores.
En noviembre de 2012, en el marco de la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, el escritor uruguayo, Eduardo Galeano, dictó la conferencia magistral de clausura, que llevaba por título: «Los derechos de los trabajadores: ¿un tema para arqueólogos?» A continuación, y modo de contribución a la fecha conmemorativa, se reproducen tres fragmentos de aquella notable intervención.
La tarántula universal
«Ocurrió en Chicago, en 1886. El primero de mayo, cuando la huelga obrera paralizó Chicago y otras ciudades, el diario Philadelphia Tribune diagnóstico: ‘el elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal, y se ha vuelto loco de remate’. Locos de remate estaban los obreros que luchaban por la jornada de ocho horas, y por el derecho de organización sindical. Al año siguiente, cuatro dirigentes obreros acusados de asesinato, fueron sentenciados sin pruebas, en un juicio mamarracho… marcharon a la horca; mientras el quinto condenado… se había volado la cabeza en su celda. Cada primero de mayo el mundo entero los recuerda… Y con el paso del tiempo, las convenciones internacionales, las constituciones y las leyes les han dado la razón. Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse: prohíben los sindicatos obreros, y miden las jornadas de trabajo con aquellos relojes derretidos de Salvador Dalí».
Un raro acto de cordura
«En 1998 Francia dictó la ley que redujo a 35 horas semanales el horario de trabajo. Trabajar menos, vivir más. Tomás Moro lo había soñado en su utopía. Pero hubo que esperar cinco siglos para que por fin una nación se atreviera a cometer semejante acto de sentido común. ¿Al fin y al cabo para que sirven las máquinas si no es para reducir el tiempo de trabajo y ampliar nuestros espacios de libertad? ¿Por qué el progreso tecnológico tiene que regalarnos desempleo y angustia? Por una vez, al menos, hubo un país que se atrevió a desafiar tanta sinrazón. Pero poco duro la cordura. La ley de las 35 horas murió a los 10 años».
El origen del mundo
«Hacía pocos años que había terminado la guerra española y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la república. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda, con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria; mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó, me contó esta historia. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio, me lo contó. El era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna. Pero el muy ateo, el muy tozudo no entendía razones. ‘Pero papá -le preguntó Josep, llorando- pero papá, si dios no existe, ¿quién hizo el mundo?’ Y el obrero cabizbajo, casi en secreto, dijo: ‘Tonto, tonto, al mundo lo hicimos nosotros los albañiles'». ( http://www.clacso.tv/conferencias_foros_debates.php?id_video=17 )
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