Desde los 90 Colombia no se sacudía por un escándalo de tales magnitudes como éste a raíz de la puja por las presidenciales. En 24 horas pasamos de la campaña electoral más aburrida en la historia reciente, a la más cochina. Las revelaciones -confirmadas con desvergüenza por sus implicados- demuestran hasta qué punto las altas […]
Desde los 90 Colombia no se sacudía por un escándalo de tales magnitudes como éste a raíz de la puja por las presidenciales. En 24 horas pasamos de la campaña electoral más aburrida en la historia reciente, a la más cochina. Las revelaciones -confirmadas con desvergüenza por sus implicados- demuestran hasta qué punto las altas esferas del poder están bañadas en una alcantarilla de crímenes, vínculos con mafiosos y toda suerte de ilegalidades y canalladas.
Durante el gobierno de Ernesto Samper (1994-1998), sus opositores destaparon una trama donde los temibles narcotraficantes del Cartel de Cali financiaban su campaña. Ironía: se comparó tal suceso con un elefante que entraba al Palacio de Nariño sin ser visto. Samper compuso una estrofa no incluida del himno nacional, cantada mil veces en mil escándalos diferentes desde entonces: «todo sucedió a mis espaldas».
Pero ahora no es un elefante. Es una estampida.
Álvaro Uribe en una carrera enloquecida contra la derrota de su candidato presidencial (a la postre su ruina), emprendió la cruzada violenta enfrentando los diálogos de La Habana, revelando información de inteligencia, que sólo se supo de dónde provenía cuando el gobierno allanó y desmanteló una sala de espionaje ilegal del Ejército en Bogotá. El exmandatario salió bien librado, mas no paró su virulencia de pistolero declarado a la paz.
Apelando a un recurso muy riesgoso, Uribe aprovechó unas revelaciones del periodista Daniel Coronell sobre 12 millones de dólares entregados por la mafia a Germán Chica y el oscuro venezolano J.J. Rendón, ambos consejeros del Presidente Santos en 2010. El riesgo era inmenso porque éste tipo de escándalos suelen terminar apuntando, siempre, hacia el propio Uribe.
Santos, mucho más hábil y menos protagónico, viene moviendo hilos de poder en la sombra desde hace años, revelando a cuenta gotas en medios cercanos a su familia e independientes, testimonios, pruebas e investigaciones que incriminan a Uribe y sus allegados en múltiples crímenes. Gran parte de ésta información – que incluye señalamientos de ordenar asesinatos- no ha trascendido aun penalmente, aunque contribuye a aislar todavía más al exmandatario.
Cuando el uribismo contra-atacó, con desespero, aprovechando el affaire de los 12 millones y luego insinuando responsabilidades del Presidente en un atentado contra Fernando Londoño, Santos se vio obligado a jugarse uno de sus ases bajo la manga. La fiscalía apresuró la captura de un espía particular dedicado a interceptar ilegalmente al gobierno, al servicio de la campaña presidencial opositora de Óscar Iván Zuluaga, es decir, al servicio de Uribe.
Las reacciones no se hicieron esperar. Zuluaga pasó de escalar tenuemente las encuestas a tartamudear ante todos los micrófonos. Ya no hay propuestas electorales sino ruedas de prensa defendiéndose de las acusaciones penales. Los grandes medios, aliados francos del santismo, arreciaron contra el expresidente mientras aquel subía la voz en una emisora diciendo que la primera campaña presidencial de Juan Manuel Santos recibió 2 millones de dólares aportados por narcotraficantes. Patada de ahogado porque él fue único propietario de esas elecciones. Armando Montealerge, fiscal general de la nación, concedió una larga entrevista al diario El Tiempo, donde entre otras cosas, anunciaba que citó a Uribe a sostener sus acusaciones con pruebas, so pena de incurrir en delito de fraude procesal. No sólo no asistió, sino que reversó las sindicaciones hablando de un supuesto testigo anónimo, con pruebas «presuntas».
Aparte de artillería mayor, ambos bandos han disparado en los medios ventilando videos, fotos, datos, evidencias de tratos con delincuentes, fraudes, escándalos y trapicheos a lado y lado. Alguien empuñó el sarcasmo indicando que lo único bueno de ésta pelea es que el país se entera de quiénes lo han gobernado por décadas. Una izquierda inútil que no tiene vocación de poder, ejecuta el gran papelón de inválida sin aprovechar semejante oportunidad.
Tengo la percepción que el verdadero «watergate» colombiano apenas parpadea. Será más escandaloso que todo lo visto, porque descargará de tajo eso que los medios taparon y encubrieron durante los ocho años de Uribe. Es evidente que Santos tiene más ases bajo la manga. Es evidente, tendrá que usarlos.
En algún momento se creyó que Álvaro Uribe había sido un hombre muy astuto. Utilizó esas oligarquías centenarias para atornillarse con su pandilla en el poder. Pero Juan Manuel Santos lo superó: utilizó a Uribe para atornillarse en la Presidencia, devolviendo el poder a los de siempre. En política, Santos es de lejos el hombre más inteligente y malicioso que conoce Colombia en mucho tiempo. Y no es elogio, ni mucho mérito: cualquiera sabe que acá la política es un oficio de asquerosos.
@camilagroso
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