Las tensiones actuales, que son sin duda políticas, se expresan en la superficie como líneas discursivas. El verdadero enfrentamiento político está en el lenguaje, en el curso que seguirá la palabra. Porque cualquier acción política, por muy bestial que sea -desde el golpe de Estado a las violaciones de los derechos humanos-, ha de estar […]
Las tensiones actuales, que son sin duda políticas, se expresan en la superficie como líneas discursivas. El verdadero enfrentamiento político está en el lenguaje, en el curso que seguirá la palabra. Porque cualquier acción política, por muy bestial que sea -desde el golpe de Estado a las violaciones de los derechos humanos-, ha de estar justificada con el lenguaje, sea verdad o, la mentira misma. O en su defecto, con el silencio, con la huída. O la demencia. Qué mejor ejemplo que una de las últimas citas del innombrable durante un interrogatorio del ministro Víctor Montiglio, que llevaba el caso por la Operación Colombo: «No me acuerdo; no es cierto. Y si es cierto, no me acuerdo».
La estrategia discursiva le ha sido útil a la derecha, a los golpistas y a los violadores de los derechos humanos para tapar, borrar y confundir los hechos del pasado. Un proceso útil para elaborar una falsa memoria a partir de 1988, escondiendo los crímenes bajo una capa de éxito económico y consumo de masas. Las cifras económicas de la transición, lubricadas por el sector financiero, sirvieron para suavizar y justificar los crímenes de las dos décadas anteriores. Un proceso que el exministro de Hacienda Alejandro Foxley, uno de los opositores a la reforma tributaria, acotó en una frase citada por Felipe Portales. A la revista Cosas le dijo, en 2000, que «Pinochet (…) realizó una transformación en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo (…) Hay que reconocer su capacidad visionaria (…) de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc».
El discurso, bien trabajado y amplificado por los medios de comunicación afines, vale lo mismo para tapar y justificar como para elogiar e hipnotizar. La transición de los acuerdos se construyó tras el paso de la aplanadora del mercado no solo sobre los activos públicos y los derechos ciudadanos, sino por encima de la memoria histórica.
Desde hace unos meses hemos comenzado a avistar una tercera fase discursiva. Y nuevamente es una construcción falsa, apoyada sobre otros relatos espurios. Del mismo modo que el golpe y los crímenes tuvieron que apoyarse en la mentira directa, en la omisión y confusión, que más tarde la retórica neoliberal cubrió con «el país modélico» y los éxitos macroeconómicos, el actual eje discursivo comienza a esbozarse sobre los supuestos éxitos económicos de las décadas pasadas, la omisión de la realidad social y la falta de representación de la Nueva Mayoría, idea esta última lanzada desde la Izquierda que, usada por la derecha, resulta deplorable. En suma, una nueva retórica armada sobre la imagen del país construida por el marketing empresarial, los medios del duopolio y el habla de los economistas y oficiantes del libre mercado. Un discurso sobre otro discurso que omite e invierte la realidad social.
En varias entrevistas a empresarios y exministros y funcionarios de la transición neoliberal se pueden detectar, como nuevos ejes, la omisión completa de las demandas ciudadanas, el rechazo a las reformas impulsadas por el gobierno, el desprecio a las mayorías parlamentarias y, lo que es más evidente por lo contradictorio, la insistencia en los beneficios del mercado. Lo han dicho desde los expresidentes Lagos y Piñera, exministros de Hacienda y, cómo no, los grupos económicos: hay que cuidar lo logrado. ¿Y qué es lo logrado? Poco y nada. Es una manera de llamar a cuidar sus intereses. Una imagen más bien literaria que no dista mucho de aquella otra vieja imagen de la oligarquía que identifica a Chile con su inversiones, con su hacienda.
De todas esas ideas, que son simplemente un reciclaje del pensamiento básico neoliberal de las décadas pasadas, ninguna se apoya en la realidad que desde las calles ha fracturado el modelo de mercado y pulverizado su legitimidad. Nuevamente se oculta, silencia y confunde. Una estrategia comunicacional que vuelve a camuflar el lucro y la desigualdad como éxito económico, como modernidad o como destino del país. Un cuento que nos adormeció durante décadas pero que hoy nos resulta inaceptable.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 805, 30 de mayo, 2014