Hacía tiempo que quería escribir sobre la cuestión de las elecciones, la relevancia que esta perspectiva estaba tomando en el caso español y como esto conjugaba con la línea autónoma que ha parecido predominante en los movimientos sociales en los últimos tiempos. Las novedades electorales no han cambiado necesariamente las posiciones, pero han dado mayor […]
Hacía tiempo que quería escribir sobre la cuestión de las elecciones, la relevancia que esta perspectiva estaba tomando en el caso español y como esto conjugaba con la línea autónoma que ha parecido predominante en los movimientos sociales en los últimos tiempos. Las novedades electorales no han cambiado necesariamente las posiciones, pero han dado mayor visibilidad en las redes a algunas críticas, lo que suponen una buena excusa para verter una opinión más.
Reivindicados desde una postura autónomo-libertaria, existen en la red varios textos que critican la iniciativa de Podemos y, por extensión, a los otros nuevos proyectos que han barajado o han llevado a cabo la creación de una candidatura electoral. Aquí, partiendo de que estoy de acuerdo con una parte sustancial de estas posiciones, opino que la mejor crítica es la autocrítica, no para dar armas al enemigo, sino como requisito para poder plantear una lucha real y efectiva. Autocrítica de la que no deberían escaparse las posiciones autónomas o libertarias. La critica a Podemos es necesaria, pero esta también.
Estoy de acuerdo, en primer lugar, con Ángeles Díez (1) en su advertencia sobre la posibilidad de caer, de nuevo, en el fetiche del Estado, esto es, en concebir la política como algo que empieza y acaba en las instituciones del Estado liberal. Creo que no ha habido una institución del movimiento obrero, con repercusión social relevante, salvando las organizaciones anarcosindicalistas, que no haya caído en mayor o menor medida en este fetiche. La lucha por las cuotas de poder en las instituciones del Estado, por parte de las organizaciones de izquierda, ha conducido a tratar a los movimientos sociales como instrumentos y a descabezar a las organizaciones de base, convirtiendo al militante en un profesional de la política que, muchas veces, se juega ante todo su sueldo. Esto se suma a la debilidad que suelen mostrar las iniciativas antagonistas en esta arena, ante la potente manipulación ideológica de los medios de comunicación. No obstante, además de denunciar este fetiche, habría que apuntar la existencia de otro, incluso más fuerte entre los movimientos de izquierda en las últimas décadas, el fetiche de lo local. Por este me refiero a la tendencia a ubicar el único plano legítimo de la política progresista en el ámbito de lo local, de la comunidad, de la asamblea presencial, renunciando a formalizar estructuras, a servirse de cualquier tipo de delegación y, por supuesto, a establecer relaciones con las instituciones del Estado, ignorando otras escalas de lo político.
Estoy plenamente de acuerdo con el profesor Taibo (2) en que la autogestión y la asamblea deben ser la base de cualquier movimiento social transformador y antiautoritario, de un verdadero poder popular. El 15m buscó la descentralización y las asambleas de barrio en lo que parece una tendencia instintiva de los movimientos sociales, en España y en Argentina, en el siglo XXI y en el pasado. La creación de centros sociales, los experimentos autogestivos, los huertos urbanos, etcétera, son instrumentos fundamentales que nos permiten crear base real, conciencia y plantar retazos del mundo querríamos estar construyendo. La crítica abstracta no genera la esperanza que necesitamos, ni creo que forme los individuos que puedan ser motores de cambios sociales y políticos.
Sin embargo, a pesar de todas las expectativas generadas por el movimiento 15m y la creación de las asambleas de barrio, a pesar de unas condiciones objetivas propicias, los procesos no parecían estar avanzando. Las asambleas de barrio han tendido a estancarse o a caer en la inoperancia (hablo aquí por la experiencia que conozco, que es la andaluza y en mayor medida la de Sevilla) con honrosas excepciones. El desánimo ha sido la tónica general ante la aparente falta de avances en un contexto que a todos se nos antoja como apremiante. Y sin embargo, la iniciativa Podemos parece haber vuelto a generar expectativas o renovar ciertas ilusiones en un ámbito social amplio, fuera de los guetos políticos. Cabría preguntarse aquí ¿por qué?
La cuestión es que no se puede desarrollar la política, en ninguna escala, obviando determinadas realidades. El Estado, constantemente, desmantela nuestros proyectos autogestionarios, reprime a nuestros activistas y estigmatiza nuestras alternativas (a través de sus aparatos ideológicos). Esto conduce demasiado a menudo al desánimo, al abandono y al refugio en el cinismo por parte de los militantes. Por otro lado, cuando se interviene sobre problemas sociales con un alcance amplio, como en la reciente experiencia con el movimiento de vivienda, la gente demanda soluciones muy concretas. Lógicamente, el interlocutor de las demandas es esencialmente el Estado y la falta de un planteamiento respecto de la relación con este tipo de poder puede llevar a los movimientos a situaciones poco deseables. En ciertos casos (pienso en las ocupaciones masivas de viviendas en Sevilla) el movimiento ha podido acabar sirviendo, sin quererlo, de instrumento para un partido oportunista, que soluciona el problema específico de las familias implicadas, dejando tras de sí una estela de activistas bienintencionados completamente agotados. En otros casos, el movimiento puede parecer perseguir el convertirse en lobby de un partido de centro izquierda, con el poder para hacer las modificaciones legales o las inversiones necesarias, cosa que tampoco parece deseable.
Creo que este posicionamiento, si no queremos crear lobbies del PSOE, señala una carencia en cuanto a perspectiva estrategia. La ausencia de una estrategia política solo tiene sentido en una perspectiva de resistencia muy marginal o en una posición que pone como objetivo último la propia ideología y no el cambio social, lo cual ha sido muy frecuente en contextos de derrota de las ideas revolucionarias y de impotencia de los movimientos sociales. Un posible consuelo ante esta realidad es la perspectiva de que el capitalismo está próximo a finalizar y nos encontrará parapetados en nuestro pequeño proyecto autónomo y autogestionario. Sin embargo, la historia parece empeñada en no desarrollarse como esperamos que lo haga. Además, creo que nos enfrentamos a problemas «urgentes». Opino por lo tanto que solo cabe considerar el Estado en un plano estratégico. No se puede ignorar la capacidad de las clases populares de influir en él frente a las élites como muestra la experiencia latinoamericana reciente, con todas sus limitaciones. Por supuesto, una organización de comunas federadas o una república de los consejos es un tipo de alternativa al Estado. Sin embargo, estamos tan lejos de esa realidad como hace diez años y al mismo tiempo nos hallamos ante una coyuntura muy distinta. Ignorarla sería un suicidio político (allá donde haya algo que suicidar).
¿Podemos? Podemos ha dado respuesta a la demanda de una parte de la sociedad favorable a romper con el régimen y está canalizando energías e ilusiones en este sentido. Sin duda no se ha hecho de la mejor manera posible. Es una construcción que, en un principio, se hace desde arriba, implicando un atajo que puede traer consecuencias negativas. De esta forma, existe el riesgo de caer, de nuevo, en el fetiche del Estado, usando las bases como herramienta para acceder a las instituciones y no a la inversa, como habitualmente se predica. También es probable caer en una perspectiva cortoplacista y reformista, que parece ser el signo de nuestros tiempos. Frente a esto, solo cabe confiar en la inteligencia y la honestidad de los compañeros que están tirando de este carro para que no sea así.
Notas:
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