Hay dos reflexiones pertinentes que hay que hacer sobre Podemos y que tienen mucho que ver con el «sí se puede» que la formación promete y que ha sido recogido con ilusión por una parte importantísima de la sociedad. Tras los intentos de desestabilizar el invento a partir de tratar de sacar supuestos trapos sucios […]
Hay dos reflexiones pertinentes que hay que hacer sobre Podemos y que tienen mucho que ver con el «sí se puede» que la formación promete y que ha sido recogido con ilusión por una parte importantísima de la sociedad. Tras los intentos de desestabilizar el invento a partir de tratar de sacar supuestos trapos sucios a las cabezas más visibles, ahora los críticos más pertinaces han pasado a una combinación de amenaza y reproche en torno al «utopismo» o supuesto «populismo» del programa electoral. Afirman que es una irresponsabilidad y un engaño prometer a la gente lo que quiere escuchar y que, sin embargo, es completamente impracticable. Y amenazan con el desastre si se ponen en práctica las medidas necesarias para que sea, digámoslo así, practicable lo impracticable. Al mismo tiempo, se vierte todo el escepticismo del mundo ante la propuesta de construir una organización basada fundamentalmente en la participación popular.
¿Programa imposible?
¿Se puede garantizar una renta básica universal o nacionalizar la banca o sectores estratégicos? ¿Podemos reducir la jornada laboral y la edad de jubilación e invertir en los servicios públicos para superar los recortes y hasta mejorarlos? ¿Se puede cobrar impuestos a los grandes capitales con la debida progresividad y aumentar drásticamente el gasto público? Para algunos críticos, este es el núcleo central del despropósito. Podemos tiene una cara bonita y otra oculta, esta del populismo, de la promesa fácil, que presagia inestabilidad e incumplimiento en el caso de que llegue a gobernar. Sencillamente nos dicen que no podemos, que es imposible, que se está prometiendo la luna y hay una realidad que impide que jamás llegue a ser verdad ese discurso. Acusan a los portavoces de Podemos de estar jugando con la ilusión de la gente, porque hacen suyas unas aspiraciones que no pueden ser de nadie porque nadie en su sano juicio entiende que se pueda dar una cosa así en el sistema económico actual.
Basta con seguir un pasito más el modo de razonar de todos estos intelectuales del tingladillo académico-mediático para atisbar un sentido común contradictorio y chocante. Con todo el empaque, asumen que los derechos humanos son irrealizables y que es imposible la democracia. No se puede gobernar para garantizar una vida digna a todos los ciudadanos porque no es realista en absoluto. En verdad, igual resulta que son muy sinceros: el gobierno no puede tomar ninguna decisión que no sea obedecer las decisiones que han tomado otros, sean los voceros de los planteamientos liberales, sean los mercados y sus títeres institucionales. Y si la voluntad popular no puede gobernar, ¿en qué se ha quedado la democracia?
La insistencia de Podemos en un discurso radicalmente democrático es una de sus mejores apuestas. Sin duda ha roto uno de los cercos a los que estaba sometida la voluntad de cambio cuando se veía encajada en los moldes del izquierdismo. Ha roto el encantamiento al que tanto han contribuido muchos individuos sin dos dedos de frente bien armados de las banderas del movimiento obrero, el marxismo, el socialismo y qué sé yo cuántos ismos más. Bastaba con poner la democracia y el estado de derecho, y su pilar constitucional más elemental, a saber, los derechos humanos, en el primerísimo plano de la política. Cuando las clases dominantes han aprovechado la crisis para, siguiendo al dedillo lo que Naomi Klein acertadamente denominó «doctrina del shock», apretar doblemente las tuercas a la clase obrera, se han creado las condiciones para que una parte muy importante de la ciudadanía exija precisamente más democracia. El aparato institucional de Izquierda Unida nunca ha llegado a entender del todo el potencial de este planteamiento, de ahí la necesidad de que surgiera algo que aproximara la política al pueblo de manera radical e hiciera posible una incorporación masiva a la sencilla idea de que es necesario recuperar la soberanía y gobernar desde el pueblo y para el pueblo.
Podemos habla de hacer posible lo que nos están diciendo todo el tiempo que es imposible aunque sea de sentido común. ¿Cuál ha de ser la prioridad del gobierno? Hacer posibles los derechos humanos, garantizar una vida digna para todos. ¿Eso choca con el sistema económico y sus poderosos y privilegiados? La consecuencia es clara: habrá que cambiar algunas cositas para que lo prioritario sea de veras prioritario, y no una esperanza colateral y engañosa de políticas cuyo resultado real, evidente, es la generalización de la desgracia. Podemos está diciendo exactamente lo mismo que decía Julio Anguita en los años noventa: gobierno democrático de la economía. IU no fue capaz de superar entonces sus límites, de puertas para adentro y en su relación con la cultura política firmemente asentada en las mayorías. Pero esta vez el pueblo español se está dando cuenta de hasta dónde nos puede llevar otra utopía, la neoliberal, que es en realidad una distopía brutal a la que nos conducen sin freno. El futuro se está haciendo presente y desmiente todas las promesas del batallón de economistas e ilusionistas profesionales del pensamiento que ha intentado en vano hacerse único.
En cualquier caso, Podemos no puede cometer el error de suponer que con ganar las elecciones está todo hecho. Sería mucho, llegar al gobierno… pero no suficiente en absoluto. Es muy importante cuidar dos aspectos que han de ser centrales en el desarrollo de la actividad política del movimiento (o como quiera que lo llamemos).
En primer lugar, es sabido que en Podemos hay mucha gente activista de los movimientos sociales. La relación con ellos, sobre todo para fortalecerlos en una sinergia de apoyo mutuo, es fundamental. La calle es el mayor contrapoder ante el músculo que la oligarquía será capaz de desplegar el día en que una opción verdaderamente democrática y ciudadana llegue al gobierno del Estado. Irene Montero, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, decía en la asamblea estatal de las Marchas de la Dignidad en Mérida a finales de junio que se han dado cuenta de que no pueden seguir toda la vida parando desahucios; es una tarea muy dura que tiene una solución mucho mejor que consiste en cambiar las leyes para que sea el Estado, es decir, el representante democrático de la voluntad colectiva, el que los pare. Los movimientos sociales dan la pista y Podemos ha sido hasta ahora muy permeable a las propuestas que se han fraguado en las luchas. Sirva de ejemplo el caso, tan criticado por los voceros del poder económico, de la renta básica: el Movimiento contra el Paro y la Precariedad, junto con toda una miríada de organizaciones, está sacando adelante la recogida de firmas de la Iniciativa Legislativa Popular por una Renta Básica, de cuyos planteamientos se hace eco, sin duda, el programa electoral de Podemos.
En segundo lugar, Podemos tiene la obligación histórica de reparar la fractura que se produjo, con la manida transición, entre la izquierda social y la gente. Juan Andrade, en su libro «El PCE y el PSOE en (la) Transición», explica muy bien cómo el PCE, que era una organización de masas, perdió sus propios mecanismos de interlocución con el pueblo y se entregó a los medios de comunicación de masas, con unos resultados desastrosos que todos conocemos. Tejer una organización que garantice precisamente esto es el objeto de lo que viene a continuación.
¿Se puede construir una organización que sea radicalmente democrática al tiempo que operativa y consistente en sus planteamientos políticos?
Una conocida del que escribe, notoria progresista en el pueblo en el que vive, se dedicó hace poco a enviar a todos sus contactos de correo eléctrico un artículo espantoso de Antonio Elorza, para curarnos a todos del «enamoramiento» con el fenómeno Podemos. Lo curioso es que dio con una clave fundamental para ponerle mucha esperanza al proceso de constitución política en el que se ha embarcado la nueva formación. La gente está muy ilusionada, hay entusiasmo, y mucha confianza. Justo lo que hace falta para obviar al máximo planteamientos tradicionalmente forjados desde el miedo. Es tan poco lo que hay que perder, y tantísimo lo que hay que ganar, que Podemos se está permitiendo el lujo de confiar en la gente, y eso le está dando una inmensa fuerza popular. La confianza es la carta en la manga, mucho más importante que el brillo mediático. La gente está haciendo suya una organización cuyos dirigentes asumen permanentemente riesgos inauditos cuando presentan sus propuestas… porque tienen confianza y están atinando todo el tiempo a la hora de recoger el discurso y las inquietudes de las ya inmensas bases de Podemos. «Mandar obedeciendo», dijo no hace mucho Pablo Iglesias parafraseando a los zapatistas mexicanos, y se puede conseguir porque en la inmensa mayoría de los círculos predominan actitudes tremendamente constructivas. Hay un buen rollo arrollador en Podemos, y sobre él se puede articular una propuesta organizativa coherente con la radicalidad democrática que quiere representar.
Podemos está contribuyendo a cambiar la cultura política de este país porque mucha gente se está haciendo responsable, a través de los círculos, de los problemas de todos. Se está fomentando, casi sin darse cuenta, una potente cultura de la responsabilidad. En todos los círculos la gente se hace la misma pregunta: ¿podemos? Y la respuesta es que sí, que el pueblo quiere el poder, que ya está bien de delegar en los de siempre. Sin embargo, este emocionante proceso de empoderamiento, que por lo masivo hace compleja la discusión global, en ningún momento pone en cuestión el carácter necesariamente representativo de la democracia. Esto es fundamental para poder funcionar, lo mismo que respetar y hasta aplaudir la iniciativa del grupo de personas que en la práctica dirige Podemos. Lo importante es poder revocarlos entre todos si la cagan, pero mientras sigan haciéndolo así de bien, ¡adelante!
Podemos ha de ser más que sus círculos. La disponibilidad militante de la gente es muy variable, y más en los tiempos que corren. Es necesario construir algo que funcione con un modelo de militancia a la carta. La tensión entre la fuerza de los círculos y los sistemas eléctrico-centralizados de decisión se tiene que resolver desde la generosidad de la militancia más activa, que se está consagrando, afortunadamente, a poner la participación ciudadana por todos los medios en el primerísimo plano de la actividad política.
Porque la responsabilidad de los círculos, más allá de construir las alternativas locales y participar en los procesos estatales de decisión, está en la interlocución con la sociedad. La sombrilla mediática ha hecho posible el crecimiento de los círculos en número y presencia social, pero se avecinan tiempos en los que posiblemente el silencio sucederá a los chaparrones de mierda. Es un guión que el histórico PCE conoce muy bien. Mientras no haya medios de comunicación verdaderamente masivos que compitan con fuerza con los de la oligarquía, será necesario hacer de los círculos el entramado del diálogo capaz de puentear, en un momento dado, la agenda mediática.
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