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Universidades como Herramienta de la Crítica

¿Hay Universidades «Buitre»?

Fuentes: Rebelión

La dignidad en las aulas Es, justamente dicho, la Historia esa brújula que debería marcar rumbos al devenir del trabajo universitario. A pesar de que unos lo ignoren y otros lo rechacen. Arde el mundo en un perol de belicismo imperialista y mercantilizado; arde el mundo entre ráfagas de sabotajes financieros, políticos y judiciales; arde […]

La dignidad en las aulas

Es, justamente dicho, la Historia esa brújula que debería marcar rumbos al devenir del trabajo universitario. A pesar de que unos lo ignoren y otros lo rechacen. Arde el mundo en un perol de belicismo imperialista y mercantilizado; arde el mundo entre ráfagas de sabotajes financieros, políticos y judiciales; arde el planeta entre desigualdades, cada día más obscenas y macabras; arde con operaciones ideológico-mediáticas para mentir y escondernos cómo una minoría poderosa controla la vida de la inmensa mayoría de los seres humanos, mientras las tensiones políticas y económicas mundiales se «multipolarizan».

Hasta hoy, las Universidades no han sido capaces de atender, con suficiencia, las necesidades que la Historia impone en materia de conocimiento y cambio para la resolución de los problemas, especialmente los más añejos. Eso obedece a muchas causas que, incluso muy estudiadas, no han sido resueltas. Deformaciones ideológicas variopintas, anemias presupuestales crónicas y desconexión impertérrita con la realidad, claustros con hegemonías de vanidades burocráticas y pigmeas… sin hablar de corrupción, indolencia y claudicaciones que forman una ensalada indigesta de «instituciones del saber» que, a los ojos de muchos pueblos son, además de onerosas e inútiles, fuentes de agresión con emanaciones «científicas» tóxicas, serviles a los modelos de desigualdad más aberrante. Esa es la Historia de la educación impartida por las oligarquías. Hay mil ejemplos. Debería haber auditores populares.

A contrapelo de ese paisaje, y en más de un sentido, Argentina abrió un pulmón universitario con 12 nuevas universidades nacionales [1] en las que, entre otras políticas, está el de «La universidad en los barrios, los barrios en la universidad». [2] Y eso cobra fuerza objetiva que va haciendo Historia mientras desarrolla su historia. Un ejemplo. La Carrera de Historia, de la Universidad Nacional de Avellaneda, de suyo una experiencia científica extraordinaria que ya acarrea aportes de interés específico para Latinoamérica, desarrolla en, por ejemplo, «Dock Sud», en «Isla Masiel» y en «Villa Inflamable», tareas de inclusión pero en el doble sentido de incluir a la Universidad en la vida de los barrios ahí donde, como dicen los argentinos, «las papas queman». Y viceversa. Hay pruebas extraordinarias de ese trabajo. Dice y sostiene la carrera «Los pueblos hacen la Historia» y quizá lo diga, también, para que desde ahí emerjan las agendas prioritarias que, de una vez por todas, orienten a las Universidades.

Es posible que el cúmulo de los logros, que son ya muchos en materia de inclusión, tenga su esplendor mayor en los episodios más «invisibles» de la vida diaria. Una parte importante de las personas que acuden a estas instalaciones nuevas son el primer miembro familiar en inscribirse en una Universidad, pública y gratuita. Una parte importante de quienes, imposibilitados por las distancias, no podían ir a un plantel universitario, ahora lo tienen cerca, metido en los barrios, en edificios recuperados y adaptados ex profeso. Muchos de los estudiantes, de todas las edades, que hoy conviven y disfrutan la aventura de la Universidad, nos dejan ver cómo la dignidad se pasea por las aulas y levanta la mirada para encontrar vetas de futuro que el neoliberalismo más feroz canceló. Un acto de amor. Contra esto, también, atentan los «Fondos Buitre». Endógenos y exógenos.

Hay, desde luego, una campaña desaforada que se digita desde el grupo Clarín y todos sus siervos, asalariados o voluntarios, para desprestigiar a las Universidades nacientes [3]. Tratan de desprestigiar el fundamento más prestigioso de toda Universidad pública que es, precisamente, su compromiso, ético y científico, con lo público. Va y viene la palabrería de leguleyos academicistas que, a la sombra o bajo las luces de los reflectores de televisoras o diarios golpistas, discriminan, ofenden, menosprecian y calumnian el talento y profesionalismo de miles de estudiantes, de profesores y de trabajadores administrativos que se empeñan, diariamente, en profundizar todo lo bueno que las universidades nuevas acarrean. Incluyendo el haber recuperado confianza en la contribución universitaria para el cambio radical de la realidad.

Era de esperarse que, precisamente en la Carrera de Historia, y no sólo, donde se mete la mano para sentir el latido de la vida colectiva, donde se cuecen las agendas que deben marcar el rumbo de las universidades y de toda tarea por la justicia social, justamente donde anida el motor de la historia, hicieran blanco algunas de las más asincrónicas operaciones de chismes y de desprecio académico. Y no es de sorprender. Ahí donde más vínculos existen con la realidad y más fortalezas teóricas para el cambio, aparecen más resistencias de quienes son enemigos de la emancipación. O lo parecen. En respuesta a eso, los barrios están imbricándose más y la lista de intelectuales, catedráticos e instituciones serias, en materia de Historia, crece en solidaridad efectiva, es decir científica, en un terreno fértil que hace de la educación, de la inclusión y de la igualdad académica, una bandera de lucha. Amor, pues, y confianza en los seres humanos. Eso también lo odian los «buitres», en todos los idiomas.

En breve, si las mejores fuerzas de esas Universidades nuevas en Argentina logran profundizar sus principios y logran ponerlos a salvo, la idea de «Ser cultos para ser libres» será la estética del aprendizaje, es decir su placer mayor. Será cotidiano y normal que la dignidad y la alegría colmen las aulas y abracen el conocimiento para que sea, además de saber, sabiduría. Es ese uno de los escenarios más necesarios y urgentes para el impulso de talentos nuevos y renovados. Camino de la emancipación, a toda costa, que incluye emancipar a las universidades de los vicios viejos, burocráticos y elitistas, que las arrodillaron ante la burguesía. Es ese el camino para recuperar el pensamiento crítico y transformador como el objetivo fundamental de la educación en todos los niveles y para hacer de las universidades herramientas creadoras, alegres y rigurosas en la emancipación humana y la transformación del mundo. Ya sin «buitres».

Notas

[1] «La universidad argentina en tránsito. Ensayo para jóvenes y no tan jóvenes». Marcela Mollis. 2001, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

[2] http://portales.educacion.gov.ar/spu/programas/la-universidad-en-los-barrios-los-barrios-en-la-universidad-3/

[3] http://www.clarin.com/politica/universidades-poca-oferta-academica-contratos_0_745725538.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.